Opinión | ESPAÑA

La monarquía se feminiza

La llegada a la antesala del trono de doña Leonor, con toda naturalidad, mientras la Infanta se familiariza con el ejército como ya hiciera su padre puesto que el Rey es constitucionalmente jefe de las Fuerzas Armadas, es la mayor inyección de fortaleza que puede ofrecerse al paradigma feminista

La princesa de Asturias, Leonor, jura bandera en Zaragoza

La princesa de Asturias, Leonor, jura bandera en Zaragoza / Javier Cebollada-EFE

Mañana, la Princesa de Asturias jurará con solemnidad la Constitución española de 1978, trámite que la dejará en disposición de asumir el trono cuando este quede vacante, de forma que, si faltara don Felipe VI, ya no asumiría la regencia la reina Letizia puesto que sería coronada inmediatamente doña Leonor. Como han precisado los historiadores, en los últimos dos siglos hubo dos mujeres que ostentaron el título de princesa de Asturias, Isabel de Borbón —que lo lució por dos veces— y María de las Mercedes de Borbón. Ninguna de las dos alcanzó el trono ya que ambas fueron desplazadas por sus respectivos hermanos menores, Alfonso XII y Alfonso XIII.

Una prueba elocuente del gran avance que ha experimentado durante la etapa democrática la causa del reconocimiento de la mujer y su equiparación plena con el hombre puede obtenerse del hecho, hoy un gran anacronismo, de que el artículo 57 de la "moderna" Constitución de 1978 cometa el dislate de disponer que "la sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer…".

leonor

leonor / david castro

En aquel momento, Óscar Alzaga, autor del “comentario sistemático” de la Constitución y sólida autoridad en la materia, destacó con satisfacción que la fórmula de sucesión adoptada era la misma que la consagrada por la ley canovista de 1836, que a su vez emanó de la de 1837, y esta de las Leyes de Partidas de Alfonso X el Sabio, que se remontaban al ordenamiento de Alcalá, aprobadas por las Cortes de esa ciudad en 1348, a propuesta de Alfonso XI de Castilla. No fue consciente el ilustre jurista de que aquella discriminación entre varones y mujeres se volvería social y políticamente insostenible poco tiempo después.

Él se limitó a afirmar en su análisis que “es de imaginar que no falten, sobre todo desde atalayas feministas, críticas a este apartado, por contener, se dirá, restos de la ley Sálica, que según es conocido, se introdujo bajo el influjo de la correspondiente ley francesa por Felipe V en España, mediante disposición de 10 de mayo de 1713, que buscaba imposibilitar que la corona de España volviera a la dinastía de los Habsburgo. Las Cortes Generales de 1789, convocadas por Carlos IV, derogaron la Ley Sálica, pero la correspondiente Pragmática Sanción no fue publicada ni recogida en las Novísima Recopilación de 1805, lo que dio lugar al conflicto dinástico que motivó las guerras carlistas. La ley Sálica disponía que las mujeres solo podían ser llamadas a suceder en el caso de faltar el heredero varón en línea directa o colateral”.

Muchos constitucionalistas aseguran que el mencionado artículo 57 de la Constitución vigente choca con el artículo 14, que establece la igualdad de los españoles ante la ley, por lo que este contrasentido jurídico podía invalidar la preferencia del varón sobre la mujer. El debate en España cesó cuando nació, mujer, la infanta Sofía, que no competía con la primogénita. Sin embargo, la reforma constitucional es una asignatura pendiente, no tanto porque afecte a la sucesión actual a la Corona sino porque la actual norma está en contradicción con la filosofía igualitaria que impregna todo nuestro ordenamiento, nuestro acervo de creencias e incluso el mundo de valores occidentales en que vivimos.

La monarquía es, qué duda cabe, una institución controvertida, que se mantendrá en tanto la sociedad aprecie que desempeña un papel positivo con un coste razonable. Don Juan Carlos, quien tiene un haber plausible muy potente acopiado durante los primeros años de su largo reinado, estuvo a punto de mandarlo todo al traste con sus errores de madurez y senectud. Don Felipe ha enderezado el rumbo, y todo indica que lo ha hecho por la vía de la integridad, la profesionalidad, la solvencia y la reducción del espacio que media entre la sociedad y la Corona. Si el célebre Bagehot decía del rey de Inglaterra que “el misterio es su vida, no debemos permitir que la luz del sol desvele su magia”, don Felipe ha puesto pie a tierra, se ha casado con una plebeya, ha terminado con los últimos resquicios del aparato cortesano y ha entendido que su papel solo funciona si se desarrolla a ras de suelo.

En ese marco, la llegada a la antesala del trono de doña Leonor, con toda naturalidad, mientras la Infanta se familiariza con el ejército como ya hiciera su padre puesto que el Rey es constitucionalmente jefe de las Fuerzas Armadas, es la mayor inyección de fortaleza que puede ofrecerse al paradigma feminista. También, por fin, es irrelevante si el jefe del Estado es hombre o mujer. El movimiento se demuestra andando.

El surgimiento de nuevos partidos jóvenes en un pluripartidismo creativo que, en cierto sentido, ha trascendido de la antigua visión bipartidista de la realidad, ha tenido la virtud de demostrar que feminizar la política no es —o no es exclusivamente— acumular mujeres en las instituciones de representación, en los consejos de administración y en las asambleas de cualquier tipo. La feminización implica cambiar de perspectiva, de estilo de hacer las cosas; alterar los órdenes de preferencia; sustituir la competitividad encendida por la conciliación y el trabajo en equipo… La feminización consiste en cambiar también las formas, sustituyendo las peleas de gallos por debates racionales, lo que contribuirá también a mitigar el machismo doméstico, que en cierto sentido es un reflejo fiel de las pautas desaforadas y amenazantes que los personajes públicos mantienen en las tribunas.

Pues bien: para que estos nuevos criterios sigan progresando y se impongan cada día más, asentándose de manera espontánea, la llegada de una reina moderna, plenamente contemporánea, al Principado de Asturias y al Trono en su momento es, será, un impulso impagable hacia el objetivo de una sociedad más femenina, menos hormonada, más humanista que musculosa.