Opinión | ÁGORA

Doble sufrimiento sin límite

No es un azar. Es el final de una lógica que muestra que competencia responsable y fanatismo religioso son cualidades incompatibles. Es una lógica antigua y suicida. El Estado de Israel vive en el error desde el asesinato de Isaac Rabin, en 1992

HRW denuncia que Israel ha usado fósforo blanco en ataques contra Gaza y Líbano

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Un lector de mi artículo pasado me comentó que no acababa de comprender eso de la mística del Estado. Los comentarios sobre el vil ataque terrorista de Hamás a Israel y sobre la respuesta del gobierno de Netanyahu nos ofrecen un ejemplo de lo que quería decir. Donde hay un conflicto existencial exterior, no sólo carecemos de una posición convergente, sino que reproducimos las diferencias existenciales del conflicto externo. Sucedió en 1914, en 1939 y en todas las ocasiones posteriores. Es el destino de los países que no saben trascender sus diferencias ni forjar una posición existencial común.

Si hay un conflicto que remueve las entrañas históricas de España, es el enfrentamiento palestino-israelí. Es de tal índole nuestro vínculo con las culturas musulmana y judía, que lo único decente es la neutralidad, un estatuto que en nuestro caso no se permite el privilegio de la indiferencia, sino se impone el deber del doble sufrimiento. Y así avistamos el miserable y atroz ataque de Hamás con un dolor enmudecido, pero contemplamos la situación de Gaza con el corazón encogido. Si me dejara llevar por mi estado de ánimo, me entregaría a un silencio desolado. Pero tenemos el deber de preocuparnos por los dos pueblos y mostrarles nuestro compromiso de ayuda, de paz y de afecto.

Eso obliga a distinguir entre los pueblos y los gobiernos. El mismo ministro de Seguridad israelí que iniciaba su mandato paseándose por la Plaza de las Mezquitas, se mostraba incapaz de proteger a su pueblo, al no detectar la incursión terrorista de Hamás. El ministro del Ejército no sólo no supo movilizar la inteligencia militar para prevenir la masacre, sino que desprotegió el lado israelí de la valla de la Franja. El mismo Premier que ha dividido al país con una reforma jurídica destinada a someter la administración de justicia a un Gobierno corrupto, ha producido la imagen de debilidad que dio a este ataque una prima de oportunidad.

No es un azar. Es el final de una lógica que muestra que competencia responsable y fanatismo religioso son cualidades incompatibles. Es una lógica antigua y suicida. El Estado de Israel vive en el error desde el asesinato de Isaac Rabin, en 1992. Entonces perdió la oportunidad de avanzar hacia un acuerdo entre palestinos e israelitas en una coyuntura mundial propicia. Hoy, la posibilidad de acuerdo implicaría arreglar el mundo entero, algo imposible. Hamás ya no tiene nada que ver con el problema palestino. Es otra lógica. Y no hablamos solo de Irán. Hablamos de una constelación mundial, pues tras Irán está Rusia, como ya vimos en Siria. Para destruir Hamás, la Wagner de Irán, el gobierno de Israel tendrá que destruir al pueblo palestino. Aun si lo lograra, no alcanzaría su objetivo. El pueblo palestino será inmolado en un sacrificio inútil.

Es de tal índole nuestro vínculo con las culturas musulmana y judía, que lo único decente es la neutralidad

Para hacer frente a esta destrucción, el Gobierno israelí lo apostará todo al militarismo y la seguridad, y eso siempre será a costa de la democracia. Pero justo lo que ha demostrado el proceso desde 1992 es que la desesperación de las gentes desborda cualquier política seguritaria. Quien confíe en esta línea de conducta debería saber que al final tendrá que recurrir a la brutal violencia desnuda, porque ya la está preparando. El Estado que use esa tecnología, necesaria para que los tiranos del mundo controlen a su población, tarde o temprano tendrá que provocar esas escenas del horror y la devastación, que reduce ciudades a escombros.

¿Qué diferencia se aprecia entre las imágenes de aquel Alepo y esta Gaza? ¿Se puede diferenciar a los gobiernos que las propiciaron, diciendo que uno es democrático y otro no? ¿Qué sentido de la democracia permite esta forma de actuar? La democracia interna más perfecta del mundo, ¿qué vale si se relaciona con su exterioridad como lo hace el gobierno de Netanyahu con los palestinos? ¿Son compatibles responsabilidad, democracia y fundamentalismo religioso? Son preguntas que requieren una adecuada respuesta si no se quiere vivir en el error histórico, algo que siempre se paga.

Hace mucho tiempo que la lógica de la guerra fría, que rige la actual política de bloques, consiste en evitar el enfrentamiento de las potencias hegemónicas y disputar con saña cualquier territorio en que un conflicto ofrezca ocasión para la intervención. Se hizo en Corea, en Vietnam, en Irak, en Siria. Se evita una conflagración universal, pero se extiende por el mundo el horror, la guerra y la barbarie. La decisión de Israel desde 1992 ha sido sentarse sobre uno de esos polvorines, cuando pudo lograr un acuerdo de dos partes que neutralizara las oportunidades de injerencia de grandes potencias en lucha. Por eso sus gobiernos radicales hace tiempo que han incorporado a su política la inhumanidad que prepara los ánimos para esas terribles guerras locales.

Con inmenso dolor la humanidad entera va a contemplar que ya no hay tiempo para eso y que Israel ha sido llevado por sus gobiernos radicales y corruptos a una encerrona de la que lo mejor que puede salir será controlar a los fundamentalistas. Esa trampa no será mortal, porque Israel tiene enfrente el régimen criminal de Irán, que masacra a su pueblo y a sus mujeres. Por eso no será dejado solo. Pero todo israelita que conecte con la fuerza profética de su pueblo tendrá que levantar la voz contra ese sacrificio estéril del pueblo palestino. Pues nos aproxima a una humanidad desesperada que sembrará el horror por doquier y que nos hace preguntarnos quién será el próximo.