Opinión | DEBATE POLÍTICO

Dejar en paz a la Transición

A las nuevas generaciones les toca crear sus nuevos consensos, acuerdos, olvidos, concesiones y líneas rojas

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, este domingo en Santiago, en un acto del PSOE. 

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, este domingo en Santiago, en un acto del PSOE.  / Lavandeira/ EFE

No soy de la generación de la Transición por los pelos, apenas era un niño cuando murió Franco y cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas, y tengo un recuerdo difuso del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Soy, eso sí, de los que crecieron escuchando los elogios al gran ejercicio de consenso nacional de la Transición, el papel indispensable del rey Juan Carlos y la responsabilidad que mostraron los partidos a izquierda y derecha y los nacionalistas. Crecí también en un entorno de clase trabajadora, en el que la palabra de la dupla Felipe González y Alfonso Guerra, los únicos Felipe y Alfonso que contaban en España, era ley, tan potente que podían lograr milagros de alquimia como el sí a la OTAN. Juan Carlos, Felipe, Alfonso, Suárez, Fraga, Carrillo, Roca, Solé Tura... eran los héroes de una canción de política y valentía que encontró en Victoria Prego su trovadora.

Me llama la atención cómo los adversarios de la amnistía que negocia el PSOE con los independentistas catalanes para lograr la investidura de Pedro Sánchez usan la Transición como ejemplo. En su última comparecencia pública, juntos se despacharon a gusto contra Sánchez y su política de alianzas, y Guerra argumentó de esta forma en contra de la amnistía: “La amnistía significa la humillación deliberada de la generación de la Transición, la generación que supo encontrar en los consensos la manera de resolver los litigios históricos (…). La amnistía significa la condena de la Transición y de la democracia, lo que buscan desde 2015 los jóvenes inmaduros de la llamada nueva política, que no es otra cosa que una estafa descomunal”.

En su discurso de investidura, Alberto Núñez Feijóo también se refirió a la Transición. Lo hizo para azotar a Sánchez, cortesía de González y Guerra (“Aquellos que claman contra la deriva actual de su partido no son nostálgicos de un tiempo perdido para siempre. No idealizan el pasado, sino que se sienten orgullosos de la Transición y de la democracia que construimos entre todos. Y piensan que hay valores, principios, bases, que evolucionan, pero que no deben ser destruidos por nadie”) y también para elogiar su espíritu: “Hay quien reniega de la Transición. Yo vengo a reivindicarla y a reclamar su vigencia. Es lo mejor que hemos hecho. Porque lo hicimos juntos” y "Tomando como ejemplo la Transición, y también sus objetivos: garantizar la estabilidad de la Nación para las próximas décadas y asegurar la igualdad de todos los españoles”, dijo en dos pasajes diferentes.

La brecha generacional se manifiesta en España de muchas formas, y una de ellas, en el campo político, se refleja en la opinión que merece la Transición a diferentes generaciones. Es cierto que esos “jóvenes inmaduros”, en palabras de Guerra, que decidieron hacer política en las plazas de España en lugar de irse de cañas presentaron una enmienda a la totalidad de la Transición, pero no fueron los primeros. Ya durante la presidencia de la José Luis Rodríguez Zapatero se habló de una segunda transición, que incluía reformas más o menos federalizantes de los estatutos de Autonomía, una forma oblicua y discutible de influir sobre el inamovible texto constitucional. Pero incluso antes, echarle la culpa de todo a la Transición y, al contrario, ver en la Transición y a su espíritu todas las soluciones a los problemas de España es uno de los recursos retóricos más manidos de la democracia española.

Los nacionalismos catalán, vasco y gallego no tardaron en poner en duda la Transición y su espíritu de consenso, tan pronto con la Loapa, por poner una fecha. La izquierda a la izquierda del PSOE barruntaba sus principios republicanos mucho antes del 15M. La derecha (alguna dentro de AP y el PP, otra fuera) se opuso también casi desde el principio a ese espíritu: hubo un golpe de Estado y futuros presidentes del Gobierno conservadores escribieron en su juventud contra la Constitución, sin remontarse muy lejos en los ejemplos. La rosa del consenso fue perdiendo pétalos, hasta quedarse en grandes tallos: la Monarquía (en entredicho desde los últimos años del reinado de Juan Carlos I), el bipartidismo (erradicado por los votantes del sistema político español) y la Constitución (intocable por la imposibilidad de encontrar consensos sobre su reforma). Nacionalismos, izquierda de la izquierda, derecha de la derecha y varias generaciones han pasado página. Como consecuencia, los defensores de la Transición son percibidos como conservadores que buscan ante todo preservar el 'statu quo'.

Tal vez haya llegado el momento de dejar de mirar hacia atrás y de usar la Transición como arma arrojadiza o como llave suiza que sirve para todo. Tanto en términos concretos (la amnistía de entonces, las leyes, las relaciones entre partidos) como en espíritu (las renuncias, los consensos, los pactos, en unos tiempos muy concretos con un contexto determinado) cumplieron su función pero no puede ser una guía 50 años después. A lo mejor nos toca a las generaciones que no hicimos la Transición crear nuestro propio artefacto político para estos “litigios históricos” de los que habla Guerra, y a la generación que la hizo, no enojarse cuando les digamos que dejen en paz a la Transición.