Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

La chaqueta de pana

"Probablemente existen muchas personas que visten chaqueta de pana solo porque les gusta, sin pensar en cuestiones ideológicas"

Felipe González en una imagen de archivo.

Felipe González en una imagen de archivo. / Reuters

Hay prendas que se convierten en símbolos y eso le sucedió a la chaqueta de pana en España durante la década de los setenta, mientras sonaban de fondo las canciones de Aute, de Silvio Rodríguez o Labordeta. Eran los tiempos de la juventud antifranquista, de la rebeldía, de las luchas sindicales y clandestinas, de la esperanza que comenzaba a vislumbrarse en la salud quebrada del Dictador: esa "estaca podrida" a punto de romperse, porque "si estirem tots, ella caurá / y molt de temps no pot durar", cantaba Lluís Llach. Tardó en romperse y después tuvimos que aguantar sus esquirlas más años de los que esperábamos, y aún ahora reaparecen cuando el político de turno hace algún comentario desafortunado, que nos empuja a pensar que vive más en la posguerra que en el siglo XXI.

Quien puso de moda la chaqueta de pana como símbolo antifranquista e intelectual fue un jovencísimo sevillano llamado Felipe González que en 1974 se convirtió en el secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y, ya en democracia, fue el candidato a la presidencia del Gobierno, que alcanzó en 1982. Entonces empezarían las contradicciones y las sorpresas, como el "sí" a la OTAN tras haber prometido que, bajo su mandato, España nunca la apoyaría. Pero lo respaldó su popularidad y todas las pasiones que levantaba -recuerdo la admiración de mis padres y mis abuelos-, pues lo contemplaban como un carismático y juvenil mesías de la izquierda, surgido tras cuarenta sombríos años de dictadura. Aunque ya hubo quien lo desenmascaró, como Javier Krahe, que lo acusó de "hablar con lengua de serpiente" en aquella canción, "Cuervo ingenuo", en la que concentró todas sus críticas contra el PSOE, que para él ni era "socialista" ni "obrero".

Han pasado muchos años desde entonces. Hemos aprendido que si por algo se caracteriza este partido es por la variedad ideológica de sus militantes. Es cierto que siempre existieron dos facciones, incluso en los años treinta, con Indalecio Prieto y Largo Caballero. Pero ahora hay todo un abanico que oscila entre posturas como la de José Bono hasta llegar a otras como la de Rodríguez Zapatero. Hemos sido testigos de varias crisis, aunque eso resulta habitual en la historia de cualquier partido político. No olvidemos que el mismísimo Pedro Sánchez renació de sus cenizas después de haber sido prácticamente expulsado.

En las últimas semanas, Felipe ha resurgido, octogenario y acomodado, para levantar su voz contra las decisiones del PSOE actual. Lo acompaña en su protesta otro dirigente histórico, Alfonso Guerra, que incluso se ha permitido arrojar ciertas opiniones machistas sobre la vicepresidenta en funciones, Yolanda Díaz. Y digo yo: qué más le dará a este señor si Díaz va o no a la peluquería, como si eso tuviera algo que ver con su desempeño político… Resulta cuando menos lamentable que un político que fue referente para los votantes de izquierda hace unas décadas caiga en cuestiones tan banales y tan alejadas de su supuesta intelectualidad, porque todo lo razonable que pudiera tener su opinión, si es que tiene algo -eso ya es cuestión de cada uno decidirlo- queda invalidado con esa declaración improcedente, y más en los tiempos que corren.

Hace unos meses, antes de que llegara el verano, andaba yo por la calle Ponzano, que es ahora una de las zonas madrileñas de alterne más populares entre "el pijerío", y sentada en una terraza, no pude evitar escuchar la conversación de los dos chicos que tenía en la mesa de al lado. Hablaban de "echar a los rojos del país", con un discurso guerracivilista que inquietaba en la voz de gente cuya edad oscilaría entre los veintitantos y los treinta y pocos. Con curiosidad morbosa, me volví para ver su aspecto y… sorpresa! Uno llevaba una chaqueta de pana marrón, marca El Ganso, eso sí. Y un peinado que se parecía al de González en los setenta. A partir de ese descubrimiento, empecé a fijarme y vi muchas más chaquetas de pana esa noche, por la misma zona. Sus portadores no tenían mucha pinta de sindicalistas intelectuales, he de confesar. Mi acompañante me explicó que ahora las chaquetas de pana son muy populares entre los jóvenes de derechas, igual que los náuticos o los mocasines. Sostenía que la estética se ha invertido.

Yo creo que esa afirmación corre el riesgo de caer en el prejuicio, porque probablemente existen muchas personas que visten chaqueta de pana solo porque les gusta, sin pensar en cuestiones ideológicas. Y es que es el símbolo lo que se ha perdido, lo que se ha ido destiñendo con los años, igual que aquel que instauró la moda. Ahora casi siempre lleva traje.