Opinión | LA RÚBRICA

‘Fablacar’

A las derechas les gusta quitar a los demás los derechos que no desean para sí mismos

‘Skaznar’

Feijóo discontinuo

Pinganillo antes inicio sesion plenaria aprueba uso lenguas cooficiales.

Pinganillo antes inicio sesion plenaria aprueba uso lenguas cooficiales. / Marcos Villaoslada/ Europa Pres

El lenguaje siempre expresa pensamientos. Aunque hablamos demasiado sin pensar. Esta paradoja resume el comportamiento humano de la comunicación. Las personas tienden a escuchar y los individuos a responder. El entendimiento de nuestra especie se basa en lo que atendemos de los otros, mientras que los desencuentros surgen como consecuencia de los mensajes que emitimos.

Es difícil encontrar respuestas cuando sólo convergen estímulos. Si lo reflexionan brevemente, observarán como en cualquier conversación nuestro cerebro está elaborando la contestación a nuestro interlocutor antes de que finalice su enunciado. No sólo eso, sino que la emite sin pudor. Y no hablo de los gestos y posturas que delatan y anticipan nuestro juicio sobre cualquier materia o autor. Lo hacemos con la palabra y su entonación. Este cúmulo de despropósitos se nutre, en particular, de quienes hablan mal de los demás y de los que hablan contra los demás. Esa actitud destructiva de la comunicación suele estar contaminada por las convicciones de todo tipo. La fe es incompatible con el diálogo y el aprendizaje común. La religión se ha atrevido a explicar la diferencia de idiomas.

En la Biblia se mosquea Dios porque los supervivientes del diluvio pretenden hacer una torre que llegue hasta el cielo. Les confunde, y en vez de ofrecerles unos planos de Ikea, les cambia su lengua para que no se aclaren. Simpático el divino. La creencia se impone al pensamiento, y lo verbal a lo racional. Esta secuencia es tan demoledora como inevitable. Por algo la lengua es el único músculo de nuestro cuerpo que nunca se cansa y produce calambres… a los demás. Lo definió con brillantez el escritor Lewis Carroll, en realidad se llamaba Charles Lutwidge Dodgson, en una frase genial de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865): "Y cuando acabes de hablar, por favor, cállate".

La relación entre pensamiento y lenguaje determina el comportamiento. En psicología llamamos "escucha activa" al proceso por el que nos esforzamos en analizar la información que nos llega, para elaborar la réplica más adecuada. Tiene dos consecuencias muy positivas. Primero, el transmisor siente la empatía del receptor. Y segundo, comprendemos mejor lo que se nos traslada, para responder así de forma más organizada y completa.

La primacía entre lenguaje y pensamiento nos ha ocupado a psicólogos y lingüistas. La pugna se mantiene entre quienes defienden que primero fue el huevo de lo que pensamos, y los que argumentan que la gallina de la que hablamos antecedió a los razonamientos. ¿Somos como hablamos o hablamos como somos?

El debate sigue, pero hoy se admite la influencia mutua en el desarrollo de ambos procesos cognitivos. Me entenderán con una pregunta: ¿Por qué nadie es capaz de recordar algo antes de comenzar a hablar? Curioso. El impacto de género también es innegable. Lo inclusivo es más semántico que ortográfico. Las letras pesan en las conductas y los comportamientos cambian lenguajes.

Ahora, si estamos en el Congreso de los Diputados y abrimos el entendimiento a la expresión de las lenguas comunes, las oportunidades de acuerdo son vistas por quienes se oponen, como un ataque a quienes no disponen de esa riqueza cultural o no quieren ejercerla. A las derechas les gusta quitar a los demás los derechos que no desean para sí mismos. Ya pasó con el divorcio, el aborto o la eutanasia que acaba de respaldar el Tribunal Constitucional. Es más importante impulsar el diálogo que diseccionar el medio que lo articula. La tecnología ha entendido esta interdependencia entre lo que hacemos, lo que pensamos y lo que hablamos. Si diseño una aplicación para que la gente ahorre dinero en sus desplazamientos, contamine menos y haga nuevos amigos, le llamo BlaBlaCar.

Aprovechemos la pluralidad lingüística que se abre en la Carrera de San Jerónimo para que nuestros representantes socialicen más y se comprendan mejor. Que hablen y viajen juntos. Me imagino a los diputados maños llegar a la meseta en FablaCar, dialogando sobre los problemas de los aragoneses. O a los colegas asturianos del Congreso utilizando el BableCar, cruzando Pajares, mientras acercan posiciones.

Los pesos pasados de las fuerzas políticas podrían utilizar el GagáCar para contar historias, y visitar obras, despotricando de cómo construyen el futuro los jóvenes. Y también estamos a tiempo de que el parlamento impulse la lengua común más internacional, para que conviva con las que disfrutamos aquí. Esperanto, kunigas homojn.