Opinión | POLÍTICA

Feijóo discontinuo

Nos morimos mucho más viejos que nuestros antepasados, pero no está tan claro que vivamos más

Feijóo y Aznar

Feijóo y Aznar / MARCIAL GUILLÉN / EFE

La vida es un círculo que recorremos en su circunferencia. El área está llena de contenido vital, pero nos dejamos llevar por los circunloquios de nuestro comportamiento. Los humanos somos más perimetrales que radiales. La perífrasis es una enfermedad de la conducta, aunque su taxonomía sea lingüística. Tenemos tanto miedo a caer en la realidad, como a salir centrifugados fuera de nuestro propio solar en el sistema. Por eso nuestra actual existencia se regula en el límite y somos tan bordes con los precipicios.

Si hay algo eterno es el contenido del presente que vivimos. Las religiones, en cambio, nos engañan con creencias en un más allá perenne, inventado por los caducos de acá y de Alá. Los pordioseros divinos emiten bonos trinitarios, con los que se enriquecen en vida, cobrando por anticipado intereses inmortales.

En psicología analizamos las emociones. Sin embargo, no es posible medir los sentimientos. Lo único mensurable es la racionalización que hacemos de ellos. Sabemos que un kilo de ansiedad pesa una tonelada. Pero el análisis forense de la angustia que produce el temor a la nada, corresponde a la filosofía.

Deberíamos ser personas vitales, y nos empequeñecemos como individuos temporales. Nos morimos mucho más viejos que nuestros antepasados, pero no está tan claro que vivamos más. Si aceleramos el volumen de experiencias percibidas, en la misma medida que acortamos el tiempo de su vivencia, lo variable se convierte en una constante.

En términos matemáticos, la rapidez de los factores no altera el producto de la existencia. Hemos duplicado los inicios de año con los comienzos de curso. Tenemos el doble de oportunidades para convertir los augurios en quimeras y los propósitos en ensoñaciones. Vamos a terminar por felicitarnos las nuevas temporadas, antes de que llegue el estreno anual del calendario.

Conocemos y sufrimos las consecuencias del cambio climático, pero poco se habla de la hipertermia social. El calentamiento mental se suma al global, con comportamientos cada vez más tórridos. La fiebre descontrolada provoca delirios. Pero el odio desbocado derrite las ideas, como gotas de alquitrán en el asfalto veraniego.

Hay una tendencia autolítica de la sociedad que tiene mucho en común con el suicidio ambiental. Los que pierden en las urnas "okupan" el debate público social, con sus intereses políticos y económicos, para generar una realidad tan virtual como su patriotismo. El extremismo de la maldad mentirosa, y de la falsedad tóxica ponzoñosa, es tremendo. Estamos en la era del "extremendismo".

Tenemos la costumbre de echar la culpa a los demás si las cosas no salen como queremos. Incluso nos enfadamos para que el ruido nos tape las vergüenzas de la responsabilidad. Unos soñaron con un verano azul y la mayoría ha preferido cuatro años de progreso. El líder del PP se fue al cine en plena canícula electoral y la sesión se le está haciendo larga. Comenzó como una comedia, pero deambula aterrorizado con un título que le persigue: "sé lo que votasteis el último verano". Parecía un político adulto, y no es más que un histrión del "slasher". Quiere mantenerse en el candelero, pero está más cerca del "descandelabro" político.

De momento, Ayuso le garantiza continuidad en la empresa de Génova, pero sin los abrazos marca Genovés. La madrileña le ha hecho un contrato de Feijóo discontinuo. Mientras, Abascal trocea a sus ultras para ampliar el negocio de menuceles políticas con los populares.

Ya tienen otro local en Murcia, aunque la franquicia preconstitucional ha plantado su bandera en Aragón.

Las urnas de julio demostraron que España es más madura que las minorías "extremendistas". Como siempre ha ocurrido, la sociedad avanza más deprisa en la calle que en las instituciones. Y su vanguardia siguen siendo las mujeres.

El caso de Rubiales demuestra que hay demasiados "turbiales", en empresas e instituciones, que protagonizan, aplauden y consienten el machismo. Los hombres, que todavía tenemos que hacer un esfuerzo para ser feministas, sólo derrotaremos a la discriminación cuando seamos bilingües de pensamiento en igualdad.

Llega un tiempo interesante en el que no tenemos ni idea de lo que va a ocurrir. Para disfrutar de lo que vivimos no necesitamos adaptarlo a lo que queremos. Si evitamos escandalizarnos ante la normalidad, y nos resistimos a aceptar lo tremebundo como cotidiano, tendremos una sociedad más cooperativa, seremos mejores personas y conseguiremos compartir en común un futuro extraordinario. ¡Tremendo!