Opinión | DÉCIMA AVENIDA

Vientos de banderas

Tras una legislatura de políticas sociales, la investidura reabre la crisis territorial que nunca llegó a solucionarse

Alberto Núñez Feijóo y José María Aznar al finalizar un acto de la FAES.

Alberto Núñez Feijóo y José María Aznar al finalizar un acto de la FAES. / José Luis Roca

No puedo estar más de acuerdo con José María Aznar: basta ya. En efecto, basta ya de imponer una única forma de ser español o de ser catalán. Basta de azuzar discordia, de pensamiento guerracivilista, de usar a la ligera palabras tan gruesas como terrorismo, derechos humanos, libertad e igualdad. Basta de menospreciar a quienes hablan otros idiomas, de cubrir las miserias con banderas, de erigirse en portavoz de la nación, el pueblo o la gente, de construirse atalayas desde las que pontificar a los demás qué identidad deben abrazar. Basta ya, en definitiva, de denunciar el nacionalismo en el ojo ajeno y no verlo en el propio, que al fin y al cabo lo que más se parece a un nacionalista es otro nacionalista. 

Corren aires de déjà vu en la política española, por ahora una ligera brisa, muy lejos de los vientos huracanados que desembocaron en tormenta perfecta en otoño del 2017, pero las corrientes resultan inquietantemente familiares. Las elecciones del 23J no se dirimieron en clave de conflicto territorial (que es al mismo tiempo institucional), sino de izquierda y derecha. Las urnas dejaron algunas conclusiones, bien sabidas: izquierda y derecha, entendidas como bloques, se encuentran casi en empate técnico, pero solo una, la izquierda, puede llegar a pactos con los representantes de la España más plural; el electorado no apoyó una coalición PP-Vox; las decisiones de Pedro Sánchez en términos de Catalunya (indultos, sedición, malversación) no le pasaron factura. Las lecciones del 23J podrían resumirse en que España no es Madrid. 

En términos catalanes, el 23- también dejó claras algunas cosas: que el PSC es el primer partido en Catalunya y que el independentismo pierde fuelle (solo 14 de 48 diputados), dividido, sin plan ni propósito, extraviada por primera vez en años su capacidad de ilusionar a futuro. Podríamos resumirlo en que Catalunya no es Waterloo. Y aun así, la aritmética poselectoral, el escaño arriba, escaño abajo que se decide en virtud de la ley electoral, ha dado al independentismo, y sobre todo a Junts, un peso político mucho mayor que el que le otorgaron las urnas. Ha regresado al primer plano, pues, Carles Puigdemont, así que a nadie le debería sorprender que también haya vuelto Aznar. 

Al PP, y a Vox después del 2017, siempre le ha ido bien jugar la carta catalana: amasa votos e incomoda al PSOE, de usual tan acomplejado. De la misma forma, nada energiza más al independentismo que el agravio, el despecho, jugar a la contra, entre la represión policial de la mañana del 1 de octubre del 2017 y el discurso del Rey del 3 de octubre es cuando los sueños secesionistas más cerca estuvieron de ser hegemónicos en Catalunya. Son dos maquinarias perfectamente engrasadas que se retroalimentan: cuando Isabel Díaz Ayuso miente con mala fe sobre charnegos y el catalán, ganan mentes y corazones ella y el independentismo. Cuando Aznar musita "Basta ya" e insta a la movilización contra un acuerdo de investidura hoy inexistente se desempolvan por igual rojigualdas y estelades y, por simpatía, ikurriñas. En medio, en tierra quemada, quedan los que enarbolan la bandera de la ciudadanía y de la España plural que se ve y se acepta diversa y diferente. 

Una investidura no es un fin, sino un principio. Una medida tan gruesa y de calado como una amnistía no puede cobrarse por adelantado ni arreglarse en dos tardes para tramitarla de tapadillo. En un país racional y responsable, el 23J sería una oportunidad para afrontar los muchos deberes pendientes, empezando por la crisis institucional y política con epicentro en Catalunya que bloquea la política española, como el resultado de las últimas cinco elecciones generales demuestra. Precisamente porque la fragmentación del Parlamento obliga a que las mayorías requieran cintura, negociación y concesiones, es una oportunidad para solucionar a base de consensos los problemas que atenazan la democracia española desde hace años.  

Pero es naíf creer que va a ser de esta forma. Basta ya, ha dicho Aznar. La calle ya se prepara para la exhibición de (bajas) emociones, eslóganes y soflamas. Las lenguas se afilan, las banderas se ponen a tender cara al sol. Hay quien ve oportunidades para satisfacer ambiciones personales y quien fantasea con segundas oportunidades. Hay quien sueña con el 1 de octubre del 2017, hay quien recuerda el 6 y el 7 de septiembre y hay quien piensa en 1936. Y hay muchos que sacan la calculadora y hacen cuentas. Soplan vientos de esos que solo sirven para ondear banderas.