Opinión | MACONDO EN EL RETROVISOR

Caperucita le da la vuelta al cuento

Han dicho alto y claro que «se acabó» el tragar con ciertos comportamientos

Luis Rubiales, presidente de la RFEF, en una imagen de archivo

Luis Rubiales, presidente de la RFEF, en una imagen de archivo / FRANCK FIFE/AFP

Pues así se reescribe la historia. Los roles de las ‘caperucitas’ y los ‘lobos’ evolucionan. Y ahora este cuento va de campeonas del mundo que le plantan cara a rufianes disfrazados de cordero. Y aunque el final todavía esté por verse, déjenme decirles que el vaso, le pese a quien le pese, está más lleno que vacío.

Porque en esta última semana el fútbol femenino ha dado un paso de gigante y no sólo por la estrella que llevan ya en el pecho sus jugadoras, sino por el coraje que han demostrado rebelándose contra un sistema caduco y vergonzoso, que se empeña en humillarlas en las buenas y en las malas. 

Han pasado sólo siete días desde que Jenni Hermoso y sus 22 compañeras vencieran en Sidney a Inglaterra y alcanzaran la gloria. Las españolas conseguían lo imposible sólo al tercer intento y aquel día, el más importante hasta ahora de las de la Roja, todo deberían haber sido celebraciones y laureles, pero la cosa se torció. 

En directo y ante una audiencia millonaria: el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, besaba en los labios durante la entrega de medallas a la centrocampista madrileña. 

Desde entonces hemos entrado en una espiral de acontecimientos, llena de versiones y giros inesperados. Y como la realidad siempre supera a la ficción, en cada vuelta de tuerca, la opinión pública ha seguido el minuto a minuto del ‘culebrón’ mordiéndose las uñas, y hay quien cambia de parecer según el titular y la hora del día.

Cada uno es libre de pensar y de opinar lo que le dé la gana. Faltaría más. Pero los hechos son de manual: la acción de Rubiales se considera violencia sexual, al haberse producido en el entorno laboral y por parte de un superior jerárquico a una subordinada. 

Sin embargo, el susodicho se resiste como un gato panza arriba a asumir responsabilidades. Señala a la víctima. Se rodea de palmeros y lacayos y una parte de la sociedad y de los medios le arropa y le justifica, porque en este país nuestro, ya se sabe, nos gustan mucho los bandos y aquello de arrimar el ascua a nuestra sardina. 

Los conservadores han visto el filón a la legua y barren para casa. Conscientes de encontrarse ante un momento crucial, en el que todo puede ‘torcerse’, cierran filas con el agresor y aprovechan para intentar dar un escarmiento al feminismo, que ya llevan ellos tiempo advirtiendo de que se lo tiene muy ‘subidito’ y hoy es el fútbol y mañana, vete tú a saber.

Y es ahí en lo único en lo que puedo darles la razón. Algo ha despertado en la sociedad con toda esta historia, que sin duda tiene sus raíces en la cultura del ‘sólo sí es sí’ y en la lucha por la igualdad, también desde las instituciones. 

Las mujeres ya no se quieren víctimas, ni sujetos pasivos. Han dicho alto y claro que «se acabó» el tragar con ciertos comportamientos, arraigados y aceptados como inherentes a según qué contextos, para poder avanzar y romper techos de cristal enquistados. 

Jennifer Hermoso no ha cambiado su versión. Simplemente ha necesitado tiempo para procesar e interiorizar que ese amargor de boca que le aguó la fiesta del que tenía que haber sido uno de los días más felices de su vida, no iba a desaparecer porque lo ignorara.

Habrá tenido que rumiar su indignación y su rabia. Dejar que las cosas se enfriaran un poco, para darse cuenta de que no iba a ser más generosa con sus compañeras por intentar hacer la vista gorda, para no empañar la victoria, sino todo lo contrario.

Y ellas lo han entendido mejor que nadie y por eso también le han hecho saber que no está sola. Sus apoyos han ido aumentando hasta el punto de que la balanza está mucho más que equilibrada. Y por una vez, tenemos la sensación de que esto ya no es una guerra de sexos, sino de sesos

Estamos ante un ‘big bang’. Lo sabemos nosotros y lo saben ellos. Todos somos responsables de poner nuestro granito para no desaprovechar esta oportunidad de cambiar la narrativa. Que sea caperucita la que le enseña los dientes al lobo. Que las niñas aprendan no sólo que pueden jugar al fútbol y ser campeonas de mundo, si es lo que quieren, que sepan también que lo pueden hacer sin condiciones, sin agachar la cabeza, ni pasar malos ratos. The End.