Opinión | LA VIDA ES DISEÑO

Pobre Ockham

Uno de los postulados del principio de parsimonia dispone que la explicación más simple de un fenómeno suele ser la más probable y, para llegar a ella, es imprescindible deshacerse minuciosamente de toda la hojarasca que condiciona su análisis

Daniel Sancho en su ingreso en prisión

Daniel Sancho en su ingreso en prisión / Agencias

Resulta llamativa la cobertura que algunos medios españoles están dando al suceso criminal que implica a Daniel Sancho, hijo y nieto de conocidos actores, y a Edwin Arrieta, cirujano colombiano asesinado y descuartizado a manos, presuntamente, del primero. Día tras día, el suceso ha ocupado horas de programación de la mano de comentaristas que exponen sus opiniones sobre el terrible episodio en los mismos espacios televisivos donde se comentan asuntos del corazón y habladurías de todo tipo.

La cacofonía inherente al estilo comunicativo de esos programas; los comentarios, con frecuencia banales, sobre el estilo de vida de Sancho y Arrieta; las conexiones en directo mostrando los escenarios del delito; las entrevistas insustanciales al personal del hotel donde se alojaban uno y otro, o las dudas sobre los protocolos de investigación de la policía tailandesa, son ingredientes al servicio de un objetivo cuyo fin no es esclarecer el suceso, sino elevar los índices de audiencia, excitando en los telespectadores su propensión al morbo, filia de la que la RAE ofrece, entre otras, esta acepción: "atractivo propio de lo turbio, prohibido o escabroso". Las cabeceras impresas y digitales no han sido menos estrepitosas en sus interpretaciones del delito. Basta recordar la columna que ABC publicó sobre el tema, cuyo autor relaciona el hecho criminal con la maldad que, según él, caracteriza a todo hombre homosexual. En cualquier caso, y parafraseando a Joaquín Sabina, "mucho, mucho ruido / tanto, tanto ruido".

El franciscano Guillermo de Ockham, en quien se basó Umberto Eco para crear a Guillermo de Baskerville, el monje protagonista de El nombre de la rosa, se dio a conocer en el siglo XIV por recurrir en sus especulaciones metafísicas a una metodología de trabajo, el principio de parsimonia, que ya aplicaron los filósofos de la Antigüedad y él rescató del olvido. Uno de los postulados de este principio dispone que, por regla general, la explicación más simple de un fenómeno suele ser la más probable y, para llegar a ella, es imprescindible deshacerse minuciosamente de toda la hojarasca -el ruido, en palabras de Sabina- que condiciona su análisis. Más tarde, en el siglo XVI, entre los intelectuales europeos se popularizó un aforismo que haría fortuna: Ockham le "había afeitado las barbas a Platón", es decir, había eliminado de su doctrina lo superfluo, centrándose en la esencia y facilitando, así, su interpretación. Desde entonces, el principio de parsimonia es conocido como «la navaja de Ockham».

En 1906, el jurado de la Exposición Nacional rechazó la obra El sátiro, del valenciano Antonio Fillol, por estimar que su tema, el abuso a una niña, era inaceptable. En junio de 2023 el Museo del Prado adquiría el cuadro y Andrés Úbeda, director adjunto de Conservación e Investigación de la pinacoteca, justificaba la adquisición porque "no son frecuentes en la pintura española de principios del siglo XX manifestaciones tan descarnadas de un problema sobre el que el arte había decidido cerrar mayoritariamente los ojos".

En efecto, la obra de Fillol es descarnada, pero no tremendista ni estridente. El artista recrea en ella la rueda de reconocimiento organizada para que la menor violentada, a quien acompaña un familiar, identifique al asaltante. Agresor y agredida son dos de los diez personajes que figuran en la escena, la mayoría distribuidos en sendas diagonales compositivas que introducen al lector en el cuadro. Todos están de pie, excepto el funcionario que levanta acta del hecho. La acción se desarrolla en los calabozos de las Torres de Serranos, en Valencia, un marco arquitectónico cuya austeridad se adecua a la trascendencia de la escena. Fillol evita histrionismos y no caricaturiza los rostros de los personajes a fin de mostrar la maldad de unos y la bondad de otros. Solo con la niña se permite la licencia de cubrir su rostro con las manos para expresar el temor que le causa volver a mirar a la cara a su agresor. No hay hojarasca; no hay ruido superfluo en esta obra de temática tan escabrosa como el asesinato de Arrieta.

En 1905, un año antes de presentar Fillol su cuadro, Thomas Theodor Heine publicaba en la revista alemana Simplicissimus una estampa de la serie Durchs Dunkelste Deutschland (A través de la Alemania más oscura), que inició en 1899 y concluiría en 1910, donde censura los males de la sociedad alemana, especialmente alarmantes en las grandes ciudades. Heine sitúa la acción de la estampa, cuyo asunto, como Fillol, extrajo posiblemente de un suceso real, en el sórdido sótano que habita una familia miserable. El padre ha muerto y su cadáver reposa sobre un desvencijado sofá. La madre, de rostro embrutecido y gesto desabrido, sostiene en sus brazos al menor de sus hijos. Junto a ella, otro vástago depauperado, de piernas arqueadas por el raquitismo y pelo rapado a causa de la tiña, parece ajeno al drama. La primogénita, casi adolescente y desoladoramente delgada, está al lado de un hombre mayor, bien vestido, de facciones repulsivas. La niña mira a la madre e interioriza la orden que le llega de ella: ha de entregarse a ese individuo para pagar el entierro del padre.

Fillol y Heine describen en estas dos obras realidades sociales dolorosas, si bien desde distintas perspectivas. El valenciano opta por la contención y evita el ruido innecesario. Considera que el tema que expone ya es suficientemente atroz como para añadirle fuegos de artificio. Su colega alemán, por contra, juzga pertinente dramatizar el suceso incorporando a la composición detalles desgarradores que cargan las tintas, excitan la imaginación y buscan, recurriendo al morbo, obtener una respuesta del lector más emocional que racional. Digamos que Fillol se decanta por la estrategia de Ockham mientras que Heine la evita. De vivir hoy ambos artistas, Fillol habría tenido poco futuro en las televisiones mientras que Heine habría sido un tertuliano de éxito.

La RAE define el aburrimiento como "cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción". En 2007, David Carson, uno de los grandes diseñadores gráficos contemporáneos, aludía a este estado emocional para justificar el ruido visual, es decir, el exceso de elementos perfectamente prescindibles que caracteriza a muchos de sus trabajos: "[En diseño gráfico] la frontera que separa la sencillez, la claridad y la contundencia visual de la sencillez, la claridad y el aburrimiento es muy débil". Sucede igual en televisión. Pobre Ockham.