Opinión | INTERNACIONAL

El arte de la queja

Los escasos resultados de la contraofensiva ucraniana ha terminado impacientando a algunos gobiernos que esperaban (no se sabe por qué, dada la desigual relación de fuerzas) mucho más de los ucranianos

El presidiente de Ucrania, Volodomir Zelenski.

El presidiente de Ucrania, Volodomir Zelenski. / EP

Si algo ha demostrado el excómico de televisión y hoy presidente de Ucrania, Volidímir Zelenski, es que domina como pocos el arte de la queja. Es algo que no puede ciertamente reprochársele al joven político en la situación en que ha quedado su país por culpa de la guerra con el invasor ruso.

Hasta ahora ello le había dado resultado: aunque siempre con el inevitable retraso, los países de la OTAN le enviaban las armas que quería Kiev a costar de vaciar sus propios arsenales. Es cierto que esto último les servía a los generosos donantes para modernizar su armamento y dar así nuevos encargos a esa poderosa y multimillonaria industria.

Pero los escasos resultados de la tantas veces anunciada contraofensiva ha terminado impacientando a algunos gobiernos que esperaban, no se sabe por qué, dada la desigual relación de fuerzas, mucho más de los ucranianos. Por ejemplo, al británico, cuyo ministro de Defensa, Ben Wallace, reprochó a Zelenski, después de que éste criticase la lentitud de los envíos de armas, que no mostrase mayor gratitud hacia quienes le estaban prestando tan generosa ayuda. 

En lugar de aceptar las críticas, el presidente ucraniano respondió a Wallace que le dijese cómo quería que le expresara su agradecimiento. “Podemos levantarnos cada mañana y darle las gracias”, comentó. Tan sarcásticas palabras no gustaron precisamente al embajador ucraniano en la capital británica, que lo calificó de poco constructivas, lo cual debió de provocar las iras del Gobierno de Kiev: el diplomático fue inmediatamente despedido de su puesto.

La última queja por el momento de Zelenski se refería a las restricciones de algunos países de la UE a la importación de cereales ucranianos, decisión que aquél calificó de “antieuropea”. 

El presidente ucraniano, que aspira a que su país ingrese un día en la UE, se permitió así criticar de antemano las reglas que rigen en el club europeo. Ocurre que los agricultores de algunos países de la UE, europeos, entre ellos Polonia, el mayor aliado militar de Ucrania, llevaban tiempo protestando por la decisión de Bruselas de eximir de aranceles a los productos del campo ucranianos. Es decir de sus grandes latifundios, que apenas cabe hablar en Ucrania de pequeños agricultores.

Y esos cereales, aunque en teoría destinados a los países en desarrollo, se quedan muchas veces en los países de tránsito y contribuyen así al hundimiento de los precios. Lo cual ha llevado a algunos gobiernos del este de Europa como Hungría y Polonia a prohibir de momento su importación.

La decisión de Moscú de no prolongar el llamado acuerdo ruso-ucraniano para la exportación de cereales desde los puertos del mar Negro fue duramente criticada por Occidente por agravar la hambruna del mundo en desarrollo. Sin embargo, la realidad es que sólo un tres por ciento de las exportaciones llega a los países más pobres del planeta. El resto se queda muchas veces en los países de tránsito como Holanda o Italia, que pueden permitirse pagar mucho más. Y de eso es de lo que en el fondo se trata.