Opinión | POLÍTICA Y MODA

Barbiecore, un juego electoral

Antes de depositar el voto en la urna, habrá que tener presente que el Ken que viaja en yate con un narco, el Ken que niega la violencia machista y el Ken que deja plantado al pueblo saharaui sí son reales

Yolanda Díaz y Pedro Sánchez, en el debate electoral de RTVE.

Yolanda Díaz y Pedro Sánchez, en el debate electoral de RTVE. / José Luis Roca

Esta semana se habla tanto del estreno de la película 'Barbie' como de las elecciones del domingo. El miércoles por la tarde en un centro de manicura, una de las esteticistas empezó a despotricar porque estaba hasta el moño (bueno, ella empleó la misma palabra sólo que sustituyendo la “m” por una "c") del porrón de personas que iban a hacerse las uñas en rosa o con motivos variados de la muñeca. "Una cría de siete años que no tiene casi ni los dedos formados quiere que le dibuje una Barbie en una uña diminuta", le contaba al resto de sus compañeras visiblemente molesta.

De pronto, las seis empleadas y las cinco clientas (yo soy una introvertida de manual y a no ser que sea de vida o muerte prefiero ahorrarme verbalizar nada) se posicionaron a favor o en contra de ir al cine a ver la peli de la muñeca más famosa de Mattel. Entre las abstencionistas, se acabaron destapando un par de ellas que aunque decían que estaban muy hartas de 'Barbie' confesaron que iban a ir a verla igual. Y de ahí, la conversación derivó en el 23J... "Pues como una clienta que me dice que pobre de mí que no vaya a votar el domingo... ¿Podré hacer yo lo que quiera y no ir a ver 'Barbie' y no votar?", preguntó retóricamente.

Una de las esteticistas le recordó que era mejor no hablar de política en el salón y durante unos segundos se hizo el silencio. Había aparecido la autocensura protocolar sin nadie reclamarla. Pero no aguantó mucho más y volvió al ataque: "¿Para qué voy a ir a votar si al final todos hacen lo mismo?". Estuve tentada a explicar que aunque todas las Barbies tuvieran el mismo nivel de rigidez, existía la Barbie conservadora, la Barbie ultraderecha, La Barbie socialista y la Barbie comunista. Pero finalmente callé y seguí escuchando (opción que siempre me aporta mucho más que hablar).

El Ken presidente

Ese mismo día, Los40 entrevistaron Margot Robbie que interpreta a Barbie y le informaron que el presidente de España se parecía a Ken. La actriz, con mirada picarona, dijo que lo iba a buscar. Unas horas más tarde, en el predebate de RTVE que coincidía con el estreno de 'Barbie' en Madrid, dos de las tertulianas iban vestidas de rosa y me pregunté si era un guiño al 'Barbiecore' o directamente un respaldo a la formación de Sumar. Al acabar el debate a tres donde Yolanda Díaz eclipsó a Pedro Sánchez, me llegó un montaje del cartel de 'Barbie' con la cara de la vicepresidenta conduciendo el mítico descapotable rosa y la del presidente en la de Ken, este colocado en el asiento trasero. En vez de Barbie se leía "Yolanda" pero el resto del texto se había mantenido igual: "Ella es lo más, él es simplemente Ken". ¡Por supuesto! 

A diferencia de la Nancy o las barriguitas que vinieron con los Reyes o Papa Noel en alguna Navidad, no recuerdo cómo Barbie llegó a mi vida. Seguramente fuera una herencia de alguna vecina que se consideraba ya demasiado mayor para seguir jugando con ella. Sólo tuve esa única Barbie y aunque alguna vez envidié a alguna amiga que tenía la caravana, el coche, la casa y tropecientos ridículos gadgets más; nunca jamás me encapriché de Ken. Me parecía un accesorio totalmente prescindible, la verdad. De hecho, a ese muñeco siempre lo he percibido como el típico tío ególatra y narcisista con el que era preferible no jugar a no ser que quisieras acabar quemándote.

Obviamente de pequeña no me planteaba mi animadversión con estos conceptos, pero estaba claro que había algo que me hacía rehuir de él. Pese a ello, mi Barbie no siempre estuvo sola sentimentalmente. Tuvo románticas citas en el balcón de casa de mis padres con el Capitán América, la Masa y hasta con algún que otro Transformer. La represalia por tomar los juguetes de mis hermanos mayores sin su permiso era habitualmente que mi Barbie acabara decapitada y yo llorando (lo bueno es que mi madre alcanzó una habilidad especial para volver a encajarla en su cuerpo en medio segundo). 

Barbie nunca fue mi preferida, pero era una más entre un grupo diverso y mixto de muñecas (una con el pelo azul, la otra con las piernas muy cortas o una cabeza algo desproporcionada que hacía que siempre se acabara cayendo hacia un lado, las tenía con barriga o con el trono recto y alguna era naranja como Trump). Por eso el día en que en una clase en la universidad una profesora empezó a poner a parir a Barbie, aluciné bastante. "Me desnudo delante de mis hijas para que vean que el cuerpo de Barbie no es real", explicó.

A mí no me cabía en la cabeza que una niña, por muy pequeña que fuera, llegara a pensar que el cuerpo de un juguete de plástico fuera real o a lo que debía aspirar, pero quizás sí que habría que aclararlo. Y tal vez suceda lo mismo con estas elecciones. Porque por muy ideal que parezca, está claro que no es real que Barbie se pase todo el día sonriendo y vaya ella solita a pintar el mundo de color de rosa siendo (yéndole bien) sólo tercera fuerza. Pero también habrá que tener presente antes de depositar el voto en la urna que el Ken que viaja en yate con un narco, el Ken que niega la violencia machista y el cambio climático y el Ken que deja plantado al pueblo saharaui para hacerse colega del rey de Marruecos sí son reales.