Opinión | LA ESPIRAL DE LA LIBRETA

El mono del anís, embadurnado de pintura roja

La ciencia asegura hoy que la especie del 'homo sapiens sapiens' no desciende exactamente de los monos, sino que comparte un ancestro común con ellos; y ahí seguimos

Estatua del ’Mico de l’Anís’ de Badalona, con pintura roja.

Estatua del ’Mico de l’Anís’ de Badalona, con pintura roja. / Twitter

Me encanta el arte urbano; el vandalismo, en cambio, no cuela. Por más razones que la asistan, a la organización Just Stop Oil, en lucha por detener la extracción de combustibles fósiles, le salió el tiro por la culata cuando sus activistas arrojaron sopa de tomate contra 'Los girasoles', de Van Gogh, y puré de patatas sobre un Monet. Si bien es cierto que la Tierra carece de cristal protector, nadie (o muy pocos) entendió la 'performance'.

El año pasado, un papafrita pintarrajeó la ebanistería del colmado Múrria, en el Eixample barcelonés, así como el cartel modernista del escaparate, diseñado por Ramon Casas, donde una manola con mantón amarillo anuncia el célebre Anís del Mono. Ahora, le ha tocado el turno al mono-hombre del paseo Marítimo de Badalona, cuya escultura otro necio ha embadurnado de pintura roja. ¿Qué les pasa con el Anís del Mono? Parece que la estatua no ha sufrido menoscabo, porque el bronce resiste y bastarán algún decapante y mucha muñeca para devolverse el brillo, pero ¿dónde está la gracia? Encima, sin el eximente de reivindicación alguna.

La teoría de la evolución

Tiene su gracia que la escultura simiesca de Badalona represente a Charles Darwin, quien se enroló en el 'Beagle' un poco porque sí, porque vio el anuncio en la prensa, y cuando arribó al archipiélago de las Galápagos, asombrado ante tanta diversidad de fauna, se hizo una pregunta capital: si todas las criaturas fueron creadas por Dios con un propósito concreto, ¿por qué entonces aquella sobreabundancia e incluso derroche? El naturalista británico se propuso resolver el enigma.

Cuando los hermanos Vicente y José Bosch Grau montaron la fábrica de anisados y aguardiente, todavía estaba muy viva la polémica suscitada por el 'El origen de las especies' (1859), de ahí que el primate de la etiqueta sostenga una filacteria (una cinta con una inscripción) que reza: "Es el mejor. La ciencia lo dijo y yo no miento" (mi bisabuelo le daba la razón, y echaba un chorrito en el botijo para 'refrescar' el agua).

Ahora parece una chorrada, pero la teoría de la evolución estalló como un obús en la Inglaterra victoriana, enardeciendo al sector creacionista, reticente a la refutación de que el hombre provenía de la arcilla del Génesis. La revista satírica 'Punch' se rechifló del pobre Darwin, caricaturizándolo como el chimpancé del anís, y hubo un sonoro debate –ríete tú de lo del lunes– que enfrentó al biólogo y filósofo Thomas Huxley con el mordaz obispo de Oxford ("usted, caballero, ¿procede del mono por parte de padre o de madre?").

La ciencia asegura hoy que la especie del 'homo sapiens sapiens' no desciende exactamente de los monos, sino que comparte un ancestro común con ellos. Y ahí seguimos, solo que unos pocos se van quedando atrás.