Opinión | INTERNACIONAL

¿Se puede ser más cínico y al mismo tiempo más claro?

La guerra de Ucrania, con toda su enorme carnicería y la espantosa destrucción material que representa, es ciertamente el mejor campo de pruebas para el nuevo armamento

Trabajadores de emergencias en un edificio residencial dañado por un bombardeo ruso, este martes 13 de junio en Kryvyi Rih, en la región de Dnipropetrovsk (Ucrania).

Trabajadores de emergencias en un edificio residencial dañado por un bombardeo ruso, este martes 13 de junio en Kryvyi Rih, en la región de Dnipropetrovsk (Ucrania).

Sí, ¿se puede ser más cínico que el ministro de Defensa ucraniano, Oleksii Réznikov, cuando presume, como hizo el otro día, de que su país es un inmenso campo de pruebas donde la OTAN puede verificar la eficacia de sus nuevas armas? Según el diario The Financial Times, el ministro de Volodímir Zelenski así se lo dijo a un grupo de funcionarios estadounidenses con los que se entrevistó en la capital ucraniana.

Mientras se celebraba la reunión, Réznikov recibió una llamada de uno de sus jefes militares en la que éste le comunicaba la destrucción de un misil hipersónico ruso Kinzhal por el sistema antimisiles estadounidense Patriot. “Tengo una buena noticia para ustedes. Hemos derribado un Kinzhal”, les espetó el ministro, refiriéndose al misil de la última tecnología desarrollado por Rusia y que, según el Kremlin, sería  imposible de interceptar. 

“Fantástico”, exclamó alguno de los presentes. Y el ministro les explicó entonces que gracias a esa guerra los aliados de Kiev pueden comprobar sobre el terreno “si sus armas funcionan, con qué eficacia, y si hace falta corregir algún fallo”.

No es, sin embargo, la primera vez que Réznikov utiliza tan cínico argumento. Recurrió ya a él hace unos meses en una conferencia de fabricantes de armas, y en esta ocasión se ha limitado a repetirlo. En ningún otro lugar puede la Alianza Atlántica, según el ministro, ver como en Ucrania dónde están las fortalezas y dónde los puntos débiles de su nuevo armamento así como ensayar la interoperabilidad de los diferentes sistemas. Dentro del cinismo de las razones por él esgrimidas para justificar la continuación del rearme de Ucrania por la OTAN, lo cierto es que Réznikov no deja de decir la verdad. 

La guerra de Ucrania, con toda su enorme carnicería y la espantosa destrucción material que representa, es ciertamente el mejor campo de pruebas para el nuevo armamento. Muchas de las armas enviadas a ese país por los aliados de la OTAN, lo mismo carros de combate que obuses o sistemas antiaéreos, han terminado convertidos en chatarra en los durísimos combates de la contraofensiva ucraniana.

Pero no importa, los fabricantes de armas a ambos lados del Atlántico ya se preocuparán de volver a llenar los arsenales. Y cuantas más armas destruya el enemigo, mayores encargos recibirán de los Gobiernos. Nuestros políticos no se cansan de repetir que los pobres ucranianos no se sacrifican sólo por su país, sino que están defendiendo al mismo tiempo “nuestros valores”: los de Occidente.

Hay que agradecer en cualquier caso al ministro Réznikov que haya sido tan claro sobre otra esa otra utilidad que tienen las guerras, pero de la que en cambio muy poco se habla.