Opinión | EL TRIÁNGULO

Conspiraciones y acusaciones

Estas han sido siempre las reglas del juego y el lamento sobre como está repartido el poder mediático resulta a estas alturas un poco infantil

PODEMOS

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La conspiración ha llegado a nuestras vidas como explicación para todo, no sólo la de los antivacunas, negacionistas de la ciencia que han conseguido la presidencia de alguna Cámara territorial como la de Baleares o Aragón. El movimiento que organizaba manifestaciones al final del encierro de la pandemia y nos parecían delirantes, incluso los menospreciábamos, ha terminado en estos lugares como la segunda autoridad de la comunidad autónoma.

La izquierda repite, empezó Podemos con la denuncia del hostigamiento de los medios de comunicación conservadores, que era innegable, del mismo modo que ellos también señalaban y vetaban medios. Y ahora el presidente del Gobierno reincide en la idea de la organización de los medios de la derecha contra él, y comienza una gira por radios y televisiones a las que no ha ido en todo el mandato. Estas han sido siempre las reglas del juego y el lamento sobre como está repartido el poder mediático resulta a estas alturas un poco infantil.

En la lucha por el poder no hay ejército pequeño, que se lo pregunten a Luis María Ansono a Felipe González en la década de los noventa, o a Rodríguez Zapatero al que las presiones por sus leyes de ampliación de derechos no sólo operaron en los medios nos afines, sino en la jerarquía de la Iglesia Católica y la derecha se hizo protagonista después de mucho tiempo de las anchuras de las calles. No creo que haga falta explicarle a Pablo Casado el poder de los medios cuando se te ponen en contra, y cuando esta simbiosis con tu oposición interna te derroca. Así que quizás basta de lamentos, las estrategias tienen que contar con el panorama mediático existente, con el desasosegante mundo de las redes no siempre tan espontáneo y casual.

Están puestas todas las cartas sobre la mesa, esta semana anterior fue decisiva para saber dónde está cada uno. Ahora se trata de convencer que eres la mejor opción de futuro, que entiendes los problemas de la gente, no los de tu liderazgo o de tu partido. No se espera justificación de lo hecho, sino que alguien te ilusione con la firmeza casi de un demente. Como diría Pavese necesitamos sentir que se acabó el abandono, ya no siervos, supimos estar solos y vivos. Conseguir transmitir ese empoderamiento colectivo, quitándonos de lo dicho por este o aquel comunicador, de unas hormigas de fieltro o de unos colaboradores influencers, es lo propio de un liderazgo ilusionante. Porque vivimos a golpes, porque necesitamos que nos espoleen cuando nos quedamos adormecidos. Y porque sobre todo necesitamos que hablen de nosotros, no tanto de ellos, y la conspiración se la dejemos a Cuarto Milenio.