Opinión | GUERRA EN UCRANIA

Guerra de desgaste en Ucrania

El empeño de los contendientes por controlar Bajmut convierte el enclave en un símbolo de resistencia

Soldados ucranianos preparan un tanque cerca de la ciudad de Bajmut, en la región de Donetsk.

Soldados ucranianos preparan un tanque cerca de la ciudad de Bajmut, en la región de Donetsk. / Dimitar Dilkoff

A la espera de la contraofensiva ucraniana de primavera, varias veces demorada a tenor de los cálculos hechos a finales de invierno, la batalla de Bajmut se ha convertido en un episodio esclarecedor, que no determinante, de la orientación de la guerra. La destrucción completa de la ciudad, los recursos movilizados por ambos bandos y la incapacidad del Ejército ruso y de los mercenarios de Wagner de imponerse sobre el terreno hacen inevitable pensar en la batalla de Stalingrado, la derrota del Ejército alemán y su retirada, el primer acto de su derrota final en 1945.

El empeño de rusos y ucranianos en controlar el enclave no alcanza ni de cerca las dimensiones de la carnicería de Stalingrado, pero se ha convertido en símbolo de la voluntad de resistir al invasor del Gobierno de Volodímir Zelenski y, simultáneamente, de la debilidad estratégica y la desastrosa planificación de la guerra de los generales rusos. La insistencia en bombardear periódicamente Kiev y otras ciudades alejadas del frente es asimismo una muestra palmaria de que nada se desarrolla según presumió Moscú antes del primer disparo y la vulnerabilidad de algunas armas de última generación, como los misiles hipersónicos, que han puesto de manifiesto la inferioridad tecnológica del agresor frente a los recursos suministrados a Ucrania por los socios de la OTAN. Aun así, es poco probable que el desenlace de la guerra sea fruto de una victoria por las armas. Incluso en el caso de que la contraofensiva tenga un resultado parecido a la de otoño, cuando el Ejército ucraniano hizo retroceder al ruso en diferentes puntos, es improbable que este sea expulsado por completo de todos los territorios ocupados, según señalan diferentes think tanks. Si tal cosa sucediese, se abriría una profunda crisis en la estructura de poder de la autocracia de Putin, cuya continuidad precisa de la victoria o de un cese de las hostilidades que pueda presentar como tal cosa. En medio de esa guerra de desgaste, con ganancias y pérdidas mínimas de terreno, es difícil imaginar que quepa una mediación que fructifique en un alto el fuego. El tono de las intervenciones de Zelenski en su última gira europea, con la reiterada petición de aviones, excluye acudir a la mesa de negociación y el propósito ruso de modificar las fronteras de Ucrania a sangre y fuego va por idéntico camino. 

Solo un contendiente en una situación de superioridad manifiesta en el teatro de operaciones se avendría a detener los combates, porque lo haría desde una posición de fuerza. De ahí la importancia sobrevenida de la batalla de Bajmut, de esa guerra del péndulo devastadora y sangrienta en la que Ucrania y Rusia precisan la victoria, aunque resulta impredecible cómo pueden lograrla y explotarla. Es esa lógica altamente costosa en vidas y medios una senda que obliga, además, a descartar por el momento cualquier esquema de doble disuasión que lleve a ambas partes a detener los combates y a aceptar los costes políticos inherentes a toda negociación. Bajmut es la prueba fehaciente de que prevalecen por encima de todo las estrategias de la victoria total.