Opinión | NO HAGAN OLAS

Estelas dragonianas

Cualquier mindundi cobra una fortuna por hacer el ganso en la tele. Lo de Sánchez Dragó siempre fue ameno y se lo tenía preparado. Quienes le trataron destacan su amistad sincera y su desapego último por las ideologías. Jamás se subió a un púlpito

Fernando Sánchez Dragó.

Fernando Sánchez Dragó. / EP

Hay una música que está grabada a fuego lento en mi neocórtex, si es que ahí radica la función cognitiva de la memoria. Que no lo sé. No tengo gato para escudriñarme en la cabeza, y mi perro es un animal doméstico muy pasivo en lo intelectual.

La primera Gymnopédie del normando Erik Satie. Cadenciosa y casi minimalista. Era la sintonía del primer programa cultural de la televisión patria del que me quedé fascinado, 'Encuentros con las Letras y las Artes'. Lo dirigía Carlos Vélez, pero destacaban los desparpajos de algunos de sus presentadores: José Luis Jover, Paloma Chamorro o Fernando Sánchez Dragó. Corría el año 77 o por ahí.

Hasta entonces, llegados al tardofranquismo, la cultura solo emergía por televisión de la mano de las entrevistas a fondo de Joaquín Soler Serrano. Jover terminaría de poeta y collagiste tras entrevistar a Jorge Luis Borges y a unos cuantos más. La Chamorro se cardaría los pelos para crear su papel de gran musa catódica de la Movida madrileña una década más tarde.

Sánchez Dragó ya no abandonaría el medio. Su verborrea florida estaba hecha para la televisión. También sabía escuchar, poner la pose, seducir mordisqueando las patillas de las gafas, frente a su atril. A lo largo de más de medio siglo, deambularía por varias docenas de platós, por viejos programas y por renovados formatos. Siempre acompañado de su querencia por el castellano de aires barrocos. Su estela ha dado para mucho.

En la tele, Dragó encontró esposas y aventuras, porque ante todo, quienes le conocieron más amigablemente, le reconocen una mente tan literaria como priápica. Una vez iniciado en el sexo tántrico se jactaba de cópulas infinitas, en toda suerte de circunstancias, las más extremas de su época. Las mujeres se enamoraban de su inteligencia y de su descaro. Convertido en personaje televisivo se encerró una temporada con la historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo para dar lugar a una obra inconmensurable, Gárgoris y Habidis. Cuando la presentó en Valencia, en la Caja de Ahorros, la cola de personas para obtener su firma dedicada daba la vuelta a la manzana. Casi todas eran señoras y jóvenes. Como en una película de Georges Cukor.

Gárgoris y Habidis, los cuatro tomos publicados en una cajita por la Hiperión del germanófilo y también excomunista Jesús Munárriz, resultó ser el gran fenómeno editorial de la literatura española. La primera edición es de finales de 1978; hoy ha superado las 70 reimpresiones. Más de mil páginas dedicadas a transitar los caminos desconocidos, las ideas extraviadas, el inconsciente colectivo de los pueblos peninsulares… trufadas de personajes sublimes frente a traiciones permanentes, en busca de una atávica sinrazón. España, una hipótesis de realidad hecha a garrotazos y guerras civiles.

Sánchez Dragó era hijo de una familia cultural. Su padre, periodista republicano y conservador, fusilado por los nacionales y delatado por un chivatazo felón. Su madre, alicantina. Pasó por la clandestinidad del PCE y por la cárcel de la dictadura. Exilio e iluminación mística con las experiencias psicodélicas y con el budismo. Su trip en Benarés es ya toda una leyenda. A su regreso devino divulgador literario y escritor. Su primera gran tesis, cuando era famoso, iba contra corriente.

Frente a los que clamaban por una España europea, frágil en el compromiso liberal y moderno por falta de una buena reforma luterana, Dragó no opuso el catolicismo ultra del régimen o de la carcundia nacional, sino un viaje a los ancestros, al numen, una investigación de los arquetipos. El culto a las diosas femeninas, la pasión por la tauromaquia, el desbordamiento de la sensualidad, la francachela festiva… fueron sus metas y obsesiones. Era evidente que siguiendo por esos caminos terminaría como excursionista político: abandonó la izquierda por su reduccionismo, abrazó a los liberales, pero denunció la usura del capital multinacional, para terminar bailando el twist con la ultraderecha latina de Vox.

La guerra de símbolos, la falsa independencia de los medios, incluso se reía de sí mismo y de cómo conseguía que las televisiones autonómicas le alquilaran a buen precio su producto

En su trayectoria nos hizo descubrir a varias generaciones lo mejor de la literatura y el pensamiento español y americano, siempre fiel al castellano y a los escritores, pero sin desdeñar a los catalanes o, incluso, al pretérito euskera. Hablando de letras su tolerancia era infinita. Lo había leído casi todo. Tal vez en diagonal o sacando horas por las esquinas.

Los comentados programas con Fernando Arrabal son antológicos, como también los diálogos con su amigo Antonio Escohotado (quien se casó con la primera esposa de Dragó), o su larga entrevista con Aznar ya de presidente, al que hizo recitar a Pere Gimferrer y el If de Rudyard Kipling, su poema favorito. O la espeluznante y posiblemente falsa confesión de Ignacio Carrión, quien narró cómo fue violado por su propia madre mientras el presentador y otros dos contertulios seguían como si tal cosa.

Siempre quise conocer al personaje. Y esa circunstancia se dio hace unos años. Cuando producía para Canal 9 un nuevo programa cultural que se emitía a horas tardolunares, tuvo la ocurrencia de debatir sobre la prensa valenciana. Un servidor concurría como jefe de opinión de Levante-EMV, del grupo Prensa Ibérica, como EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. Y recuerdo que me acompañaron nuestro añorado Pep Torrent por El País y Paco Pérez Puche por Las Provincias.

Creo, pero no lo tengo tan nítido, que también vino Benigno Camañas, entonces director regional de El Mundo. Fuimos juntos de Valencia a la estación de Atocha. Allí nos recogió una furgoneta de pasajeros y nos llevó por la carretera de Extremadura hasta llegar cerca del Guadarrama, a un polígono industrial. Apareció Sánchez Dragó e iniciamos la grabación de la tertulia. Cosas de aquel Canal 9, hacíamos un programa sobre la prensa valenciana casi en Navalcarnero.

Estuvo amable. Encantador. Se interesó por todo. La guerra de símbolos, la falsa independencia de los medios, incluso se reía de sí mismo y de cómo conseguía que las televisiones autonómicas le alquilaran a buen precio su producto. Era fácil y era bueno. Cualquier mindundi cobra una fortuna por hacer el ganso en la tele. Y lo suyo siempre fue ameno y se lo tenía preparado. Quienes le trataron destacan su lado humano, su desapego último por las ideologías y su amistad sincera con las personas. Jamás se subió a un púlpito. Quería vivir y vivir más. Finalmente, cargado con docenas de pastillas probióticas. No pudo ser más eterno. Murió cerca de la escritura, junto a una joven, jovencísima esposa y un gato. Media España le echará de menos.