ANÁLISIS

Unión Europea: vecindad caliente

El invierno se presenta complicado en el flanco oriental de la UE, donde el régimen de Lukashenko utiliza la cuestión migratoria como arma arrojadiza

Ursula Gertrud von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.

Ursula Gertrud von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. / EFE

Política Exterior

Política Exterior

La crisis desatadaentre Bielorrusia y la Unión Europea –la más grave en la historia reciente de Polonia, según su gobierno– sube de temperatura a marchas forzadas. La UE y la OTAN insisten en que no se trata de una crisis migratoria y califican los actos de Minsk como un “ataque híbrido”. Para Bruselas, el asunto es particularmente espinoso porque afecta a uno de sus talones de Aquiles más conocidos –la ausencia de una política migratoria– y también sitúa en el centro a uno de sus Estados miembros más díscolos.

Un grupo de policías custodia la frontera militarizada entre Polonia y Bielorrusia

Un grupo de policías custodia la frontera militarizada entre Polonia y Bielorrusia / EFE/EPA/Irek Dorozanski

Una de las derivadas menos analizadas de las políticas de ampliación de la UE no se refiere a los nuevos miembros que entran al club, sino a sus nuevos vecinos. La macroampliación de 2004, con la entrada de 10 nuevos países del centro y este de Europa, expandió las fronteras de la Unión como nunca antes, y situó a países como Ucrania y Bielorrusia en la vecindad inmediata. Las implicaciones para la política exterior y de seguridad son enormes, ya que la vecindad puede ser una fuente de conflictos. En el caso que salpica estos días la actualidad, no es difícil imaginar por qué la frontera que comparten Polonia, Letonia y Lituania con Bielorrusia es una bomba de relojería.

El régimen que lidera con puño de acero Aleksandr Lukashenko, conocido como el último dictador de Europa, acarrea un historial de vulneraciones de los derechos humanos que lo sitúa en las antípodas de lo que representa la UE. Los choques son frecuentes y se teme que un accidente, en una región caliente donde Rusia está particularmente decidida a defender sus intereses, pudiera hacer que la situación se desmadre.

Hace tan solo unos meses, el régimen de Minsk secuestró un avión de Ryanair con rumbo a Lituania forzando su aterrizaje de emergencia para detener a un joven activista bielorruso. Como consecuencia, los líderes de la Unión acordaron en mayo redoblar las sanciones contra su vecino oriental más problemático.

Ahora Lukashenko quiere utilizar un arma que ataca a la UE donde más le duele. Carente de una política migratoria y de asilo común, es perfectamente conocido el historial de divisiones del bloque europeo, a raíz de la llegada masiva en 2015 de personas desesperadas procedentes de Siria, Afganistán y otros países en conflicto.

Llegada de migrantes a Narewka, en Polonia

Llegada de migrantes a Narewka, en Polonia / Reuters

La Guardia Fronteriza polaca calcula que desde agosto ha habido más de 30.000 intentos de cruzar la frontera, más de 17.300 solo en octubre. Polonia –que pide ahora solidaridad y apoyo a la UE ante un problema que ha desbordado su frontera– es uno de los países que más obstaculizó los intentos de la Comisión Europea en 2015 para fijar un mecanismo solidario de gestión migratoria.

Según Mira Milosevich, analista sénior del Real Instituto Elcano, Minsk ejerce ahora una suerte de venganza contra la Unión por no haber reconocido los resultados electorales del 9 de agosto de 2020 y apoyar a la opositora Sviatlana Tsikhanouskaya, exiliada en Lituania. El ataque podría ser efectivo y obligar a los europeos a negociar una salida con Minsk. A la crisis de la seguridad por el control de la frontera se suma la crisis humanitaria que supone dejar a miles de personas –algunas provenientes de Afganistán y otros países en conflicto de la región– atrapadas a la intemperie con las temperaturas a la baja. Según diversas estimaciones citadas por Eurointelligence, entre 8.000 y 22.000 inmigrantes provenientes de Oriente Próximo estarían atrapados en Bielorrusia sin hogar ni estatus civil.

El invierno se presenta para la UE particularmente complicado en su flanco oriental. A la crisis energética con precios récord en las facturas de gas y electricidad se suma el conflicto abierto con Bielorrusia. En ambos asuntos asoma la sombra de Moscú, cuyo régimen es experto en utilizar su fortaleza gasística para influir y dividir a los europeos. La mitad de las importaciones europeas de gas provienen de Rusia, de las cuales alrededor del 12% atraviesan territorio bielorruso. Lukashenko ha amenazado con cerrar la llave del gas si Polonia blinda su frontera. Es probable que la maniobra migratoria de Minsk haya contado con el visto bueno de Vladímir Putin.

La pregunta que interpela a la UE estos días es conocida: ¿puede tener una política exterior y de seguridad eficaz en su vecindad? Una respuesta negativa llevaría a reconsiderar por completo las recurrentes ambiciones globales de la Unión.