Opinión | LA PLAZA Y EL PALACIO

Suma y sigue

Yolanda Díaz me inspira confianza, cosa que no me ocurrió con Pablo Iglesias y su angustia por demostrar su sabiduría y dotes de mando, algo que transmitió a muchos de sus acólitos-dirigentes, empeñados en subir al cielo sin pasar por la casilla de salida

Yolanda Díaz, en la presentación de su candidatura con Sumar.

Yolanda Díaz, en la presentación de su candidatura con Sumar. / Europa Press

Asistimos al alumbramiento de una nueva afluencia de las izquierdas a la izquierda del PSOE -renuncio a calentarme la cabeza buscando otra definición-: muchos partidos para una experiencia que no quiere partidos. Y, a la vez, a la fractura de la anterior confluencia.

Se ha inaugurado una esperanza y se ha quebrado la esperanza anterior. He conocido varias de estas experiencias y sé que todas son bienintencionadas; todos/las los/as líderes comienzan diciendo que no quieren ser hiperlíderes pero pocos/as consiguen cumplirlo; llegan con media docena de buenas y renovadas ideas y unas decenas de ocurrencias y antigüedades repintadas; todas lo pasan mal cuando se ponen, enseguida, a debatir sobre las formas de organizarse porque, a la vez, quieren preservar la independencia e identidad original de los inventores y generar una identidad común que les permita reconocimiento público e independencia respecto del PSOE.

No digo esto para desanimar a nadie, sino por ver si alguna exhortación sirviera para reducir calamidades. Como cantaba Quilapayún, "en la vida no hay que temer lo sabido ya con la edad". (Citar a Quilapayún en este contexto es mera casualidad).

Yolanda Díaz me inspira confianza, cosa que nunca me ocurrió con Pablo Iglesias y su angustia por demostrar su sabiduría y sus dotes de mando, algo que transmitió en mala hora a muchos de sus acólitos-dirigentes, empeñados en subir al cielo sin pasar por la casilla de salida.

Dicho esto, doy en pensar que el voluntarismo transmitido no tiene por qué ser excesivo y que es posible hacer política sin vivir en una efusión constante de entusiasmo. Sobre todo porque Sumar va a empezar por esconderse en las municipales y autonómicas. Podemos ya lo hizo en sus primeras municipales y pagó un alto precio: nunca consiguió estructuras locales potentes y reconocibles por la mayoría.

Los majestuosos politólogos de la Complutense no alcanzaron a imaginar un mundo más allá -o más acá- de sus redes y liturgias disfrazadas de espontaneidad preconcebida para televisiones y redes adictas: siempre les fue ajeno un mundo poblado de tediosas ordenanzas, de concejales de tráfico o limpieza y rudos secretarios locales de organización.

Yolanda Díaz me inspira confianza, cosa que nunca me ocurrió con Pablo Iglesias

La confluencia en mareas y similares estuvo muy bien, pero ni educó a la ciudadanía en imaginar a los podemitas como personas que arreglaban problemas cotidianos ni educó a los podemitas a ver en la ciudadanía la síntesis de muchas identidades que cada día come, bebe, va al trabajo, le gusta el fútbol y ahorra para el viaje de las bodas de plata; algunos también leen a Laclau o Mouffe, hay que reconocerlo, pero afortunadamente son pocos.

Estaremos ahora atentos a cómo interpreta Sumar los resultados municipales. Y respecto a las autonómicas, el problema será si los decimales sobrantes de esta suma no dan para superar las cláusulas de barrera y la derecha/ultraderecha estropea la noche de la fiesta de la democracia, y a ver entonces quién plancha las arrugas antes de las Generales.

Sobre esto es sobre lo que hay que reflexionar de verdad, una vez que ya sabemos que Iglesias compraba la ropa en Alcampo y Díaz compareció ataviada con prendas de una diseñadora gallega. La primera reflexión es quién se va a preocupar de mirar a esas gentes que viven en pueblos y ciudades, identificar sus necesidades y expectativas y hacer propuestas.

Porque si Sumar no quiere partidos pero lo que hay son unos partidos de Sumar y los partidos de Sumar están pero no está Sumar, ¿quiere eso decir que Sumar no tendrá militancia propia?, ¿o la tendrá en unos sitios sí y en otros no?, ¿o tendrá militancia compitiendo en el futuro con lo que hoy es realmente Sumar?

Mientras no hagan primarias, simulacro de democracia, me da lo mismo. Pero la complejidad de las formas políticas tiene un límite y ese límite se atraviesa cuando el elector, tan querido, encuentra en los nuevos modelos un plus de ilegibilidad de la democracia, de tal manera que la ilusión que genera la novedad se ve compensada por la confusión que incrementa.

No es que eche de menos los viejos partidos, pero sí echo de menos partidos o coaliciones que empleen menos tiempo en pensar en qué son y qué no son y los gasten en establecer vínculos responsables reconocibles con la ciudadanía.

Pero esto no puede ser una reedición del periodo de anteriores confluencias. Cuando digo que no puede ser no lo digo con afán moralizante, como deseo u orden, sino como constatación de que el estúpido presentismo también se construye con fracciones de tiempo histórico acelerado en el cortoplazo.

Podemos y las anteriores confluencias nacieron en acampadas y algaradas diversas: esa era su experiencia, su metáfora, el recuerdo justificador y legendario. Las raíces de Sumar están en los palacios parlamentarios y en ministerios. No es sarcasmo. Al revés: mucho mejor esto que aquellos fieros militantes que llegaron con espaldas doloridas y gritos en las gargantas.

Y ahí está el gran aporte de esa izquierda que va de Podemos a Compromis o els Comuns, y que aprendió a perder miedo al Gobierno, esto es, a perder el miedo a uno mismo, a ese traidor que, quizá, todos llevamos dentro cuando te subes a un coche oficial. Gracias a eso o, mejor, a haber gestionado bien la transición de las plazas a los palacios, tras la crisis de 2008, rompieron el bipartidismo en buena hora.

Mientras no hagan primarias, simulacro de democracia, me da lo mismo

Lo que sucede es que, quizá, Podemos -y gentes de otros partidos - no han acabado de asimilarlo y aún piensan en términos de "hemos de impedir que el PSOE se nos coma". ¡Qué más quisiera el PSOE! Porque el problema del PSOE es que aún tiene multitud de dirigentes que añoran a Guerra cuando hablaba de la "casa común de la izquierda".

Pero la variabilidad de algunas identidades y de la concepción del Estado social y de Europa, la precaria situación de la socialdemocracia, la emergencia de nuevas realidades como el cambio climático, hace que los líderes más inteligentes del PSOE demasiado encadenado todavía a lejanas inercias, anden más preocupados por los votos que (no) consigan sus aliados que por los suyos propios: esto va de bloques.

Creo que Díaz sí que tiene esa intuición, esa convicción: las confluencias que sirvieron para el cambio ahora deben evitar que el Gobierno de España cambie. Eso queda muy lejos de los estiletes de otras épocas, llenos de sofisticación postmarxista. No es reconocimiento de derrota, sino comprensión de los marcos posibles del éxito de las ideas avanzadas y de un reformismo fuerte.

No es resignación, es inteligencia política. Así que, mientras no convoquen primarias, me parece bien la cosa. Tarde atardeció la noche. Casi no llegamos. En fin, lo dicho: en el mundo sólo hay tres clases de personas: los que sabemos sumar y los que no (Ley de Wincorn, según Murphy). Así que yo me pongo a la escucha.