Opinión | INTELIGENCIA ARTIFICIAL

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Ni el arte, ni el periodismo, ni la política deben definirse por sus herramientas, sino por sus aspiraciones. Artificial o no, si es vulgar, si no palpita, no es arte.

La Inteligencia Artificial puede desbordar las capacidades humanas y convertirnos en una especie dominada por sus criaturas.

La Inteligencia Artificial puede desbordar las capacidades humanas y convertirnos en una especie dominada por sus criaturas. / sujin soman en Pixabay.

De la inteligencia artificial nos suele preocupar más lo artificial que lo inteligente. En general, el ser humano parece más propenso al espanto que a la utopía. La historia demuestra que es más fácil subyugar con el miedo que motivar con aspiraciones, aunque probablemente esa dicotomía funciona justamente como entibación del desarrollo. Y en esa tensión se conforman los prodigios.

Las posibilidades de la inteligencia artificial no dejan de sorprendernos cada día, literalmente. Las implicaciones prácticas y éticas de estos desarrollos provocan animados debates, casi siempre poniendo el acento en los riesgos y los efectos negativos. Casi siempre alertando del fin de algo: del periodismo, del trabajo, de la humanidad. Esta semana la polémica ha surgido con un diario que llevaba a portada imágenes generadas por inteligencia artificial, precisamente para advertir de los riesgos de las imágenes generadas por inteligencia artificial. En este caso con implicaciones políticas, por ser los protagonistas líderes de formaciones políticas. Se trata de fotos realistas pero inverosímiles, como la de Pablo Iglesias y Santiago Abascal paseando alegremente como una pareja de buenos amigos. Fotos inocentes, pero que contienen una clara advertencia.

También está llamando mucho la atención la utilización de la inteligencia artificial en la creación artística. Las redes se han llenado de imágenes originales con vocación creativa producidas por una máquina a partir de las indicaciones de un humano artista o aspirante a artista. Cada día tenemos pruebas de que ChatGPT puede escribir poemas. Chistes aún no, pero poemas sí. Incluso buenos poemas. En el ámbito de la cultura también saltan las alarmas. La pregunta es evidente: un poema generado por una inteligencia artificial, ¿es poesía? ¿Puede ser arte una creación artificial? ¿Estamos ante la evolución o el finiquito del arte? Son dudas legítimas, pero que derivan de una gran cuestión pre tecnológica y -como los cuatro grandes interrogantes a los que se reduce el pensamiento desde hace milenios- insoluble: ¿qué es el arte?

Las alertas, las dudas, parecen partir del elemento artificial, combinatorio o casual del uso de algoritmos y macrodatos en cualquier noble actividad. Parece obviarse la característica de inteligencia y capacidad de aprendizaje de la tecnología y, por tanto, de superación y mejora. Si dejamos de lado los recelos y proyectamos en positivo, se nos antoja pensar que la capacidad multiplicada de la máquina al servicio de la ambición creadora del hombre debería acercarnos más a lo sublime. Si aceptamos que lo que define el arte es la pulsión artística, la búsqueda y la propuesta, la elección y la selección con una intención de trascender, entonces es fácil reducir la inteligencia artificial a su condición de mera herramienta. Una herramienta que será tan útil o inútil como quien la utilice.

Ni el arte, ni el periodismo, ni la política deben definirse por sus herramientas, sino por sus aspiraciones. Artificial o no, si es vulgar, si no palpita, no es arte.