Opinión | EL TRIÁNGULO
Patos cojos sin saberlo
El "pato cojo" es aquel líder que sabe a ciencia cierta el tiempo que le queda para abandonar su responsabilidad institucional, e incluso para quien ya se ha elegido sucesor
A muchos cargos electos se les aproxima la fecha de su retirada, algunos ya han tomado la decisión y en estos meses de descuento están terminando de dejar la impronta de su mandato, algunos saliendo con elegancia y otros dejando la impresión de detrás de mí, el caos. Ya se sabe que es más difícil ser expresidente que ejercer el poder, o que a algunos se les ha dado casi mejor el papel de la retirada, en contraste de como lo hicieron los que les precedieron de sus propios partidos. En política estatal, Zapatero y Rajoy fueron claramente exponentes de esta segunda posibilidad.
En la teoría, el "pato cojo" es aquel líder que sabe a ciencia cierta el tiempo que le queda para abandonar su responsabilidad institucional, e incluso para quien ya se ha elegido sucesor. La expresión remite a un ave que ya no es capaz de seguir el ritmo de la bandada, y por eso se convierte en blanco fácil de los depredadores. Así de cruel, como la política, que cualquier resquicio de interinidad o de vulnerabilidad es aprovechado por el adversario para entrar a matar. Por eso, los nombramientos a candidaturas que implican salir de una institución para optar a otra se retrasan el máximo, nadie soportaría mucho tiempo esa situación de debilidad.
Ahora que las máquinas electorales están a toda presión en territorios bien distintos, la actuación en uno puede ser contraproducente en otro
En tiempo de incertidumbre como este, hay gavilanes que están a punto de pasar a palomas heridas, como si les cantara Abraira, y deberán encajar la derrota en la noche del 28 de mayo. Hay cargos electos que confían en su reelección, apoyados en una gestión correcta o en una movilización emocional que consiguieron hace no tanto tiempo, y que verán la próxima cita electoral como un fin de ciclo anticipado que puede llevarse por delante mayorías absolutas conseguidas recientemente o gobiernos consolidados.
Si algo llega, es la dificultad para predecir nada, con movimientos de última hora, el peso de la política nacional o incluso del interior de los propios partidos. Ahora que las máquinas electorales están a toda presión en territorios bien distintos, la actuación en uno puede ser contraproducente en otro. Y mientras tanto, Ferraz y Génova haciendo sus cálculos para las generales, como si de una primera vuelta se tratara. Sumar se espera a la segunda, consciente de la dificultad de lo local. Quedan tres meses para conocer a los ganadores pero la foto de la noche electoral estará en los perdedores, que aún no saben que caminan cojos, en los que pasarán del todo a la nada.
La agonía de algunos que ya conocieron esta situación te inclina a sentir empatía por aquellos que se juegan no solo el futuro laboral sino parte de la autoestima en esta evaluación pública, para que luego digan que la política es fácil.
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