Opinión | ANÁLISIS

Ucrania es solo el principio

La guerra santa de Putin no se limita a Ucrania. La batalla cultural emprendida por esta Nueva Derecha está haciendo efecto en países como Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa

El presidente de Rusia, Vladímir Putin.

El presidente de Rusia, Vladímir Putin. / DPA vía Europa Press

Recientemente, el presidente del Gobierno español estuvo en Serbia y en Albania, y en este último país reiteró el no reconocimiento de Kosovo. Pero gracias a aquellas visitas, nos enteramos en España de refilón de que había estallado una pequeña crisis entre Serbia y Kosovo: el gobierno de Kosovo anunció una medida que obligaba a los serbios que viven en el norte de Kosovo a solicitar matrículas locales, reemplazando sus matrículas serbias. Pero los serbios organizaron protestas —con intercambio de disparos— y bloqueos de carreteras en dos cruces fronterizos, lo que obligó a las autoridades de Kosovo a retrasar la medida durante un mes mientras se discuten los próximos pasos. Serbia ha mantenido durante mucho tiempo una regla similar para los titulares de matrículas de Kosovo en su territorio, y Kosovo simplemente estaba tratando de aplicar el mismo estándar. Y de hecho el asunto sería intrascendente si no estuviera enmarcada en la dinámica geopolítica de la guerra de Ucrania, que lo impregna todo.

Slavoj Žižek es un filósofo, psicoanalista y crítico cultural esloveno, que actualmente ocupa la dirección internacional del Instituto Birkbeck de Humanidades de la Universidad de Londres. Y acaba de publicar en la prensa internacional un artículo —“Degeneración, depravación y Nueva Derecha”— en el que comenta este incidente y lo inscribe en la nueva y peligrosa política rusa de “desnazificación”. En efecto, Vladimir Đukanović, parlamentario del gobernante Partido Progresista Serbio que ha justificado la brutalidad rusa contra Ucrania, está ya planeando una emulación y ampliación del conflicto y ha declarado recientemente que "Serbia podría verse obligada a participar en la 'desnazificación' de los Balcanes". La expresión "obligados a participar" ya ha sido utilizada por el Kremlin para expresar la estupidez inaceptable de que la invasión de Ucrania es una respuesta a la provocación de la OTAN.

Además, la referencia de Đukanović a “los Balcanes” adopta el discurso ruso que sostiene que toda Europa, atrapada en el vórtice de la degeneración autodestructiva (LGBTQ+, matrimonio entre personas del mismo sexo, pornografía, etc.), tendrá que ser "desnazificada".

Yendo a las fuentes rusas, Aleksandr Dugin, intelectual fascista de cabecera de Vladimir Putin, ha manifestado con toda rotundidad: “Estamos luchando contra el mal absoluto, encarnado en la civilización occidental, en su hegemonía liberal-totalitaria, en el nazismo ucraniano…” Y eso tiene una traducción política: la ‘desnazificación’ no se limita al combate contra la “degeneración” occidental sino que muestra una obscena admiración por el gobierno del “hombre fuerte”, del líder, capaz de burlar incluso las decadentes reglas de los regímenes democráticos. Como acabade publicar este periódico, Duguin tiene estrechos vínculos con VOX y con Sociedad Civil Catalana.

La guerra santa de Putin, teñida de deforme cristianismo que los ortodoxos abonan, no se limita a Ucrania. La batalla cultural emprendida por esta Nueva Derecha está haciendo efecto en los países del Grupo de Visegrado —Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa— y en otros estados europeos como Bosnia, a la que Moscú ha advertido, en el mismo tono que utilizó con Ucrania, de los peligros de ingresar en la OTAN. En todos estos países se escamotean las reglas democráticas (la separación de poderes), se critica la libertad occidental y muy particularmente la sexual, los principios liberales sobre los que descansan las libertades civiles y los derechos humanos.

Hay un parangón maligno entre esta extrema derecha oriental encarnada por Putin y la extrema derecha americana que representa Trump. El culto al líder también se practica en el Partido Republicano, y Žižek trae a colación una arenga en la actual campaña USA de Kari Lake, la candidata republicana a gobernadora en Arizona, que sin rubor ha elogiado la fortaleza del miembro viril de Donald Trump y del gobernador de Florida Ron DeSantis.

Otra semejanza repulsiva es la que existe entre la “intervención militar pacificadora” de Ucrania y la “violación legítima” que Todd Akin, entonces candidato republicano la Senado por Missouri, definió en 2012. Como es sabido, según Akin, el aborto debería prohibirse porque cuando una mujer sufre una “violación legítima” y queda embarazada, debe haberlo deseado en secreto ya que de lo contrario el estrés de su propio cuerpo hubiera impedido el embarazo. Semejante brutalidad se hizo famosa en su momento, pero la tesis persiste en los ambientes republicanos de los Estados Unidos, que ya han conseguido ilegalizar el aborto.

Ante tales aberraciones, es incomprensible que un ciudadano occidental aculturado en un marco mental de tolerancia y de respeto esgrima argumentos pacifistas para aliviar la presión sobre Putin o sugerir alguna forma de no intervención que facilite el término de la guerra. La debilidad en este asunto, aclara Žižek, equivale a “aceptar que la violación de un país a veces está justificada. Al igual que con la violación, lo que motiva a la Nueva Derecha no es el amor sino la dominación”.