Opinión | OPINIÓN

Una buena/mala oposición

La propuesta es de una oposición crítica, capaz de presentar alternativas (todo problema tiene siempre más de una solución posible), pero también constructiva

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo. / José Luis Roca

En 1995, el italiano Gianfranco Pasquino publicó un breve opúsculo titulado escuetamente La oposición que apareció publicado aquí en Alianza tres años después y que conserva plena actualidad. El politólogo manifestó su sorpresa por la evidencia de que, a pesar de que la democracia parlamentaria se basa en la posibilidad de la alternancia política y en el cambio periódico de actores a cargo del poder, la figura de la oposición ha sido poco estudiada por la sociología política. En realidad, solo algunos escogidos intervinientes en el debate académico —como Disraeli, quien dejó escrito que "ningún Gobierno puede estar largo tiempo seguro sin una formidable oposición"— han profundizado en el sentido y en el papel de las minorías opositoras que, además de merecer escrupuloso respeto en prueba de la integridad democrática del sistema, han de ejercer las funciones esenciales de contradicción y control, sin las cuales el modelo parlamentario se descarriaría.

Explica Pasquino que la buena oposición será aquella que aplique la enseñanza de Maquiavelo sobre el zorro y el león: combinando la astucia político-parlamentaria y su fuerza político-social. Su misión será contender con el gobierno en materia de reglas y en materia de políticas.

En lo primero, le corresponde ser intransigente cuando el gobierno se proponga establecer reglas que destruyan la posibilidad misma de la alternancia. En cuanto a las políticas, las oposiciones serán críticas de los contenidos que propone el gobierno y propositivas de contenidos distintos, pero también conciliadoras cuando existan espacios de intervención, mediación, colaboración y mejoras recíprocas.

En otras palabras, la oposición controla, critica y propone. Tiene así el deber de enfrentarse al gobierno, demostrando ser ella misma un gobierno alternativo. Y ello a pesar de una paradoja a la que ha de someterse: está obligada a enfrentarse al gobierno, haga lo que haga. Pues si aplaude lo que hace el gobierno, o deja de controlarlo, no ejercerá su función y dejará coja a la propia democracia. Y es que, si resulta inimaginable una democracia sin gobierno, también debe serlo una democracia sin oposición; porque un gobierno que no encuentra oposición puede fácilmente abusar de su poder.

La propuesta es, pues, de una oposición crítica, capaz de presentar alternativas (todo problema tiene siempre más de una solución posible), pero también constructiva y dispuesta convertir la dialéctica tesis-antítesis en una síntesis. En todo caso, esta sugerencia debería servir de motivo de reflexión en una democracia tan desordenada como la nuestra.