Opinión | INSTITUCIONES

¿Para qué sirven los partidos políticos?

Si la reforma laboral es un avance -pequeño- para los intereses de los trabajadores, ¿por qué algunos partidos progresistas votaron 'No'?

Hemiciclo vacío del Congreso de los Diputados

Hemiciclo vacío del Congreso de los Diputados / Agencias

Esta semana tenemos una nueva encuesta con datos de las opiniones de los españoles sobre el funcionamiento de las instituciones democráticas. Según el CIS, los partidos políticos son las instituciones más impopulares de entre las analizadas, casi empatados con los sindicatos y por delante del Gobierno, Parlamento, medios de comunicación o Justicia, aunque todas ellas suspenden. Cierto es que no se pregunta por la monarquía, así no hay riesgo de que gane. Pero en los últimos cinco años ha empeorado la opinión de la ciudadanía respecto a los partidos y parece previsible que vaya a peor. Ya no son una institución en la que confiar, ni siquiera para la formación de opiniones políticas.

En absoluto quiere decir que a la ciudadanía no le interese la política. Al contrario. La mayoría declara tener mucho o bastante interés en la política, lo que no les interesan son los partidos. Les interesan los movimientos ecologistas y feministas. Pero sobre todo el interés se centra en la simpatía que le despiertan los líderes. Un 35% decide su voto por el candidato frente a un 3.5% por el partido. En este contexto, la capacidad de estos líderes de gustar, ser cercanos, de trascender su casilla y conectar con nuevos públicos, será la clave del éxito en el futuro.

Es un hecho preocupante y no es una buena noticia para nuestra democracia que la gente empiece a aborrecer los partidos políticos. Los partidos políticos son la herramienta que establece la Constitución para que la ciudadanía participe en política. Si la gente ya no considera esta herramienta útil, la participación política es más difícil. Esto ocurre porque su funcionamiento es deficiente y son varios los motivos que contribuyen a ello.

En los partidos hoy hay una gran carencia de democracia interna y debate de posiciones. Hay un sistema de selección deficitario, donde la lealtad siempre va por delante del mérito y capacidad. Y, además, demasiadas veces se priorizan los intereses de partido frente a los intereses de la sociedad. No es de extrañar que burocracias impersonales dirigidas al interés corporativo maximicen el rechazo resultando poco atractivas.

Cada vez se debate menos internamente, la discrepancia se penaliza y el funcionamiento se aleja de la deliberación política, concentrándose en consignas, argumentarios, instrucciones de voto y listas electorales confeccionadas desde las cúpulas. Los militantes se sustituyen por soldados. Siendo esto así, no es de extrañar que la gente no se sienta atraída por los partidos, vaciados de sentido frente a sus líderes, que son centro de gravedad de sus organizaciones y del foco de los medios de comunicación. 

Tampoco es de extrañar que la ciudadanía no comprenda las decisiones que toman los partidos cuando su propio interés está por delante del país. La reciente votación de la reforma laboral deja varios ejemplos. Por un lado, el tráfico de votos del sí al no sin más explicación. Por otro, Compromís, Más País o Teruel Existe mantuvieron la coherencia de su voto, pero es difícil comprender el sentido del voto de otros partidos. Si la reforma es un avance -pequeño- para los intereses de los trabajadores, ¿por qué algunos partidos progresistas votaron 'No'? Es difícil de explicar, dado que se votaba, o avanzar un poco con esta reforma, o retroceder lo avanzado y volver a la legislación de Rajoy. Cualquiera entendería que un partido progresista diga que el avance es muy corto y que pida enmendar la norma e intentar avanzar más. Para eso hay que votar sí o abstención. Pero si su elección es tumbarla y volver a la reforma de Rajoy, la ciudadanía decodifica el voto de los partidos nacionalistas como que el interés del partido ha estado por delante del interés del país y, por tanto, se aleja.

También al hilo de esta votación me parece grave la actuación del Partido Popular. Poner en cuestión, por un error suyo, el buen funcionamiento de las instituciones o la calidad de la democracia por un interés partidista está mal. Fomentar el descrédito de las instituciones en beneficio propio es una actuación que calificaría de “antisistema”. Cuando Casado intenta parecerse a Vox, crece Vox.

Por último, otro ejemplo de deficiente funcionamiento son las declaraciones de Pablo Iglesias en la radio sobre la conciencia de los diputados “Si a usted le pongo de diputado, usted hace lo que dice el partido”. Según sus palabras, con el asentimiento de Carmen Calvo, “la gente no vota a los partidos para que tengan voluntades diferentes”. Esto, cuando los partidos tienen un sano debate interno y cauces para expresar las diferencias de opinión y consensuarlas, no debería ser un problema, ya que estas se expresan, se debaten y se consensuan. Cuando no los hay, a los representantes los protege la Constitución con la inviolabilidad. Esta forma autoritaria de manejar los partidos también aleja a la gente de ellos.

Como conclusión, creo que es necesario desprivatizar los partidos para mejorar el funcionamiento de nuestra democracia. Y unos partidos más abiertos, con debates internos sanos, siempre serán más atractivos y beneficiosos para la participación política que los líderes sin controles internos ni contrapesos, que sólo se midan por la popularidad y simpatía en las encuestas.