Opinión | ANÁLISIS

La conciencia interpelada

El diputado socialista Odón Elorza, a su llegada a la sesión plenaria del Congreso en la que se dio el voto favorable a los candidatos propuestos para el Tribunal Constitucional.

El diputado socialista Odón Elorza, a su llegada a la sesión plenaria del Congreso en la que se dio el voto favorable a los candidatos propuestos para el Tribunal Constitucional. / EUROPA PRESS/Alberto Ortega

Por razones sentimentales y curiosidad intelectual, Ernest Lluch se compró un apartamento en San Sebastián. Su segunda ciudad. Situado junto al Kursaal, era una especie de buhardilla con ventanas altas a las que no alcanzaba la mirada al exterior. Para poder disfrutar del paisaje, instaló un espejo que producía el efecto retrovisor. Y así consiguió una habitación con vistas.

Allí solía reunirse con referentes de la sociedad donostiarra, políticos de todos los colores y amigos de Barcelona con ansias de saber. Con ellos compartía intereses culturales, inquietudes sociológicas y preocupaciones políticas. Fuera, ETA dominaba la situación y la kale borroka la calle. No había fin de semana sin manifestación ni noche sin altercado. El clima era tenso y el temor palpable. Él, sin embargo, se perdía por la capital buscando libros y documentos, asistiendo a conciertos y partidos de la Real Sociedad y probando los pinchos ganadores de festivales gastronómicos habitualmente interrumpidos por encapuchados que reivindicaban su causa en medio de un silencio entre cómplice y aterrador. Pasado el paréntesis, todo discurría como si nada hubiera sucedido, seguía el ágape con aparente normalidad pero en la retina del visitante permanecía el impacto de la alteración.

Fue muy cerca de aquel piso coqueto y acogedor donde Ernest Lluch increpó a los radicales que boicoteaban el mitin del que quedó la proclama: “Gritad, gritad, porque mientras gritéis no mataréis”. 1999. Campaña municipal, los terroristas habían anunciado una tregua y la tranquilidad le llevó a señalar: “Estas son las primeras elecciones en las que no va a ser asesinado nadie”. Una noche de un año después, en Barcelona y de regreso a casa, el exministro caía abatido por balas asesinas. Fuentes bien informadas mantienen que la banda nunca le perdonó aquella frase para la esperanza que reconvirtió en provocación y muerte. Al fondo de aquel escenario, un cartel. “Los alcaldes debemos ser arquitectos de la paz”. El eslogan lo firmaba el edil que aspiraba a repetir mandato.

Odón Elorza González (San Sebastián, 31 de marzo de 1955) era aquel alcalde en busca de reelección. Llevaba ocho años en el cargo, que mantuvo hasta 2011 cuando Bildu se lo arrebató. Desde entonces es diputado por Guipúzcoa en el Congreso, donde esta semana ha dado muestras del espíritu ético que aprendió de su amigo y del que se convirtió en albacea de su legado político. Y de la misma manera que se negó a votar la investidura de Mariano Rajoy en 2016 junto a otros 14 compañeros socialistas, el jueves Elorza admitió que tampoco había votado la candidatura de Enrique Arnaldo al Tribunal Constitucional. Obraba en coherencia con el duro interrogatorio al que él mismo le sometió en la sesión precedente advirtiendo que no le consideraba adecuado. Le redimió con el voto provisional pero al final se lo retiró.

Demasiadas irregularidades han salpicado la imagen del exletrado de las Cortes que nunca escondió su ideología pero sí haberla facturado en una serie de trabajos de parte para gobiernos de diversos tamaños pero idéntica condición. Estar en manos del PP. Aun así, el candidato de Pablo Casado se ha hecho con el cargo a pesar de lo que sabemos. La palabra 'ejemplaridad' ha sido borrada del diccionario político.