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Qué alegría y qué alboroto: los 'Feriantes' llegan al Centro Dramático Nacional

La compañía El Patio rinde homenaje a los trabajadores de las ferias en su nueva pieza de teatro documental y de objetos 

Los protagonistas de 'Feriantes', que estrena estos días el CDN.

Los protagonistas de 'Feriantes', que estrena estos días el CDN. / Luz Soria

La tómbola, los churros, la noria, el tiovivo, el algodón de azúcar, los globos de helio y los hinchables, los niños y las niñas, los coches de choque y todos con las fichas en la mano y qué mareo el barco pirata y el tiro al cuco, el tiromonos y el tirofoto y una manzana de caramelo y qué alegría y qué alboroto, otro perrito piloto.

Todo eso forma parte del universo de Feriantes, la nueva pieza de la compañía riojana El Patio, formada por Izaskun Fernández y Julián Sáenz-López, un homenaje a una forma de vida casi en extinción, la de quienes se recorrían media España con sus barracas y cacharritos en las fiestas patronales de veranos con verbena y olor a fritanga. Feriantes se estrena el 10 de enero en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional, coproductor de este espectáculo de teatro documental y de objetos, quinta pieza de una compañía pequeña y de la periferia que, desde su creación en 2010, se ha labrado una trayectoria de enorme prestigio con espectáculos como Conservando memoria o Entrañas.

Izaskun Fernández y Julián Sáenz-López comenzaron a hablar con feriantes para elaborar un Dramawalker del Centro Dramático Nacional, un proyecto de ficciones sonoras que, desde hace años, viene construyendo un relato de la memoria colectiva de barrios como Lavapiés, Poblenou o la Cañada Real. Durante meses, los directores de El Patio hablaron con los vecinos y vecinas del barrio de San Antonio de Logroño, al otro lado del Ebro, y a lo largo de todo el proceso de investigación aparecieron los feriantes y la compañía se dio cuenta de que tenían más material del que podían usar para aquella ficción del CDN y que, “entre su vida y la nuestra había algunos paralelismos”, explica a este diario Izaskun Fernández, “porque en la feria había barracas que estaban bastante cerca del mundo de los títeres y las marionetas, un lugar en el que hemos empezado nosotros, y aunque eso luego se fue desligando y los títeres buscaron otros caminos y otras rutas hasta llegar a los teatros, el germen fue la feria”.

En la barraca de 'Feriantes' también hay muñeca chochona y perrito piloto.

En la barraca de 'Feriantes' también hay muñeca chochona y perrito piloto. / Luz Soria

“Además, nos atraía como un imán esa estética que tiene la feria”, dice la directora, “todo ese universo plástico de luces y colores que, de alguna manera, está vinculado con el tipo de teatro que hacemos o con las formas de teatro que más nos atraen”. En escena, Alejandro López, Diego Solloa y Julián Sáenz-López, pero también todos esos objetos creados de manera artesanal en el taller de la compañía y las voces de esos feriantes que nos dicen: “¡Bu! yo me muevo por toda España, lo mismo me ves aquí ahora mismo que en Logroño, que me ves en Barcelona, que me ves en Andalucía… Yo he hecho Galicia, he hecho el norte, he hecho Asturias, Andalucía, Extremadura, yo he hecho todo, porque había que ir cambiando de ruta, ¿sabes?”.

La obra bucea en las sagas familiares de feriantes como los Romez o los Ducal, herederos de una vida nómada en camiones, furgonetas y remolques, gente que ha nacido en la feria y a la que han bautizado en una pista de circo, con infancias difícilmente compatibles con clases y colegios, feriantes que cambiaron los reclamos a grito pelao por los micrófonos, la chochona por el pokemon, pero siempre cargando y descargando, montando y desmontando, y siempre la carretera y una forma de vida que hoy resulta casi anacrónica y cuya evolución forma parte también de nuestra memoria individual y colectiva porque la feria, dirá alguien en escena, es un paisaje efímero, una fiesta ambulante, un decorado donde la irrealidad pasa inadvertida, donde el sonido y el color pierden toda lógica, donde acudimos para comer algodón, para marearnos, para que nos toque algo o para que no nos toque nada, para divertirnos o para quejarnos, pero todo el mundo atesora un recuerdo en la feria, todo el mundo tiene un vínculo.

La feria tiene su propia iconografía.

La feria tiene su propia iconografía. / Luz Soria

Feriantes pendula entre la nostalgia de un pasado de colores más brillantes que los de hoy y la resistencia a idealizar un oficio duro, inestable y muchas veces precario. Izaskun Fernández reconoce que en los testimonios de los feriantes que nutren el montaje “hay nostalgia, desde luego, y nosotros la hemos evitado y no, porque al final esto es un trabajo documental en el que nos hemos sentado a escucharles y sí, existe una idealización del pasado y hablan de más solidaridad, de más compañerismo en un oficio en el que creen que eso se ha perdido un poco, pero también dicen que quién va a querer montarse ahora en un carro que no rueda bien, o quién va a querer montar a mano unas barracas que ahora se montan con máquinas. Ellos mismos idealizan y cinco minutos después el idealismo se cae”.

¿Hay, además, una mirada de clase? “Sí, hay diferencias entre las familias que han podido montar un imperio y esas otras para las que todo ha sido más difícil, y también hay diferencias entre los propios trabajadores, pero ellos definen la feria como un pueblo, que es lo que nos queda claro al final y, como en cualquier pueblo, suceden desigualdades, injusticias y también cosas bellas”.

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