MATERNIDAD

El silencio del nido vacío: "Echas de menos todo, hasta el ruido de las discusiones"

La marcha de los hijos de casa supone un punto de inflexión en el entorno familiar, sobre todo en el caso de las mujeres, en las que en muchos casos sigue recayendo la crianza. A pesar de ser algo muy común, denuncian el tabú entorno a él y a las emociones derivadas: culpa, tristeza y ansiedad

Una madre y su hija cogidas de la mano

Una madre y su hija cogidas de la mano / ALBA VIGARAY

Marta Alberca

Marta Alberca

Son las ocho de la mañana de un lunes cualquiera de septiembre de hace 20 años. Julia Gómez tiene una hora para despertar, vestir, peinar, poner el desayuno, coger las mochilas y salir corriendo con sus dos hijas para que no lleguen tarde al colegio. De lunes a viernes no le da tiempo a pensar más allá de lo que le permite la rutina: cuándo tiene cita con la tutora de las niñas, cuándo con el pediatra o qué comprará esta semana para hacer la comida. A veces se queja de que no tiene tiempo ni para respirar, y en su vocabulario el término ‘hobby’ no existe.

Su vida gira en torno a ellas, Ana y Lucía. Los años van pasando. Terminarán Primaria y ya no tendrá que bañarlas, ni vestirlas, ni peinarlas, lo harán ellas solas. Tres tareas menos. Empezarán el instituto, y con él algún que otro disgusto, lo bueno es que ya no las tiene que acompañar hasta que entren a clase. Otra tarea que se quita. En un abrir y cerrar de ojos ya no les tendrá que preparar ni la comida. Otra más. Hasta que un día la mayor dice que se va a Madrid a estudiar Farmacia, y unos años más tarde, la pequeña Magisterio en Toledo. Mientras la casa se vacía, ella se queda ahí.

“Sientes que te falta algo, piensas qué vas a hacer con tanto tiempo libre, y sobre todo las echas de menos”, explica en una conversación con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. Costurera de profesión, lo dejó cuando tuvo su primera hija a los 28 años, “me gustaba mucho mi trabajo, pero para darle mi sueldo a otra persona para quedarse con mi hija, preferí cuidarla yo”. Cinco años después llegó la segunda, y las tareas del cuidado se multiplicaron, “era muy sacrificado, pero me hacía muy feliz criarlas y verlas crecer”. Su rutina eran ellas y todo cambio cuando cumplieron 18 años y se fueron a otras ciudades a estudiar, “la marcha de la primera la llevé mejor, porque aún tenía conmigo a mi otra hija, pero cuando Lucía se fue me costó mucho más”. Cuenta que lo que más sentía en ese momento era miedo a que les pasara algo, pero con el tiempo lo ha ido aceptando, “nunca les he dicho esto porque yo quiero que ellas hagan su vida y sean mujeres independientes”.

Entiendes que la vida es esto, que al final les toca volar, y eso es lo bueno, porque sino fuera así sería un problema"

Julia Gómez, madre

Sus hijas van mucho a verla y poco a poco se ha acostumbrado a esta situación, “entiendes que la vida es esto, que al final les toca volar, y eso es lo bueno, porque si no fuera así sería un problema”. Ahora con 54 años dice que se está conociendo mejor, tiene tiempo para ella y para hacer lo que le gusta, como por ejemplo, pintar. “Me he dado cuenta de que después de tantos años atada a los horarios de mis hijas, en este momento de mi vida lo que me apetece es estar tranquila, sin agobios, voy sin prisa a ningún sitio, con la calma que antes no tenía”, explica.

No es la única. Son muchas las madres que lo sufren, como Rita Amil: "Nunca me lo había planteado. Cuando oía hablar del 'nido vacío', con los niños pequeños, pensaba: '¡Qué tontería!' Los hijos se hacen mayores y se van. ¿Por qué tanto jaleo? Nunca pensé que me fuese a afectar tanto. Pero cuando lo viví, me sorprendió a mí misma la hecatombe que supuso. El, de repente, acostumbrarse a esa ausencia. A no tener a quien reñir, con quien reír. A seguir con tu vida como si nada", relata a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. Amil, médico, vivió su primera marcha hace apenas tres años. Su hijo mayor, muy joven, se fue a estudiar al extranjero.

Estaba muy descolocada. No quería que se fuera. Me costó muchas discusiones"

Rita Amil, madre

Con una profesión muy absorbente, compaginó de la mejor forma que pudo el cuidado de dos niños y su carrera. “Concilié y salí adelante como pude. No fue fácil”, admite. Tan acostumbrada a la vorágine de muchos años, de repente, cuando el primero de sus hijos salió de casa, sintió un enorme vacío. “Estaba muy descolocada. No quería que se fuera. Me costó muchas discusiones. No me acostumbraba, pese a que le veía poco por mi profesión. Pero una cosa era eso y otra, pensar que al llegar a casa no estaría. Me escocía muchísimo. Me desubicó. Tardé tiempo en superarlo (todavía estoy en ello) hasta que me fui acostumbrando”, cuenta.

Hace apenas unos meses se tuvo que enfrentar a una segunda marcha. La ilusión de su hija pequeña era hacer un bachillerato internacional. Durante tiempo, la intentó convencer para que estudiara en España. Hasta que un día paró y se dijo que tenía que dejarla volar. Como al mayor. El nido volvía a vaciarse. “Fue también difícil. Pero ya estaba más preparada. Pese a ello, viví otro momento de enorme desubicación. Me planteaba todo: ¿Tenemos las madres hijos para dejarlos marchar?, ¿los parimos y debemos aprender a vivir sin tenerlos cerca cuando toda nuestra vida han sido ellos? Mil sentimientos cruzados. Todo el mundo me ponía ejemplos: 'Mira, los hijos de tal también se han ido. Y sus padres, tan contentos'. Pero yo también tengo amigas madres que confesaban que les daría algo si sus hijos adolescentes partieran a una nueva aventura, sobre todo a lugares muy lejanos de España”, cuenta.

Una madre con sus hijos

Una madre con sus hijos / Agencias

¿Es una patología?


A pesar de que a este estado emocional le preceda el término ‘síndrome’ no es una patología, como señala Raquel Huéscar, psicóloga perinatal, “es la sensación de duelo provocado por la pérdida, que tiene que ver con un cambio o una crisis vital”. La pérdida en este caso no hace referencia a la de los hijos en sí, sino a la de uno mismo, “las personas que lo sufren se enfrentan a otros aspectos que tienen que ver con el envejecimiento. Esto coincide con una etapa vital en la que el trabajo cobra menos importancia y se le da más espacio a lo personal”, argumenta la especialista.

Es ahí donde surgen los principales interrogantes. “Te planteas, también, tu lugar en el mundo. Quizás porque, en mi caso, se fueron muy jóvenes y, por más que me dijeran, no era lo que veía a mi alrededor”, explica Amil. Julia también tuvo esta sensación, “sin darte cuenta asumes que tu papel es cuidar a tus hijos, pero cuándo estos se van te sientes un poco descolocada”. Estos cambios no solo quedan relegados al ámbito personal, se extrapola a la pareja. “Hay muchas parejas que se remiran de nuevo y se encuentran con una persona desconocida. Hay más tiempo de convivencia, es decir, son menos padres y más pareja. Entonces hay quiénes comienzan de nuevo a discutir mucho”, explica la especialista.

Cada vez hay más voces que alejan la maternidad o la paternidad de los roles del patriarcado"

Raquel Huéscar, psicóloga

Pero, ¿qué lugar tienen los hombres en esto? ¿Sufren también el nido vacío? “Como todo depende de la persona, es una situación muy particular que depende mucho del estilo de vida que uno ha llevado, donde uno ha colocado los deseos, las actividades laborales, 'hobbys'…”, relata Huéscar. Sin embargo, señala que tradicionalmente se ha relacionado más con el género femenino, “se tenía la concepción de que el hombre dedicaba mucha más energía al trabajo que a la familia, pero afortunadamente esto está cambiando. Cada vez hay más voces que alejan la maternidad o la paternidad de los roles del patriarcado”, sentencia.

Romper con el tabú


Estas voces también luchan por alejar la maternidad de la idealización y de los mandatos que obligan a sentirla de una manera u otra. “No hay dos madres iguales, tampoco dos hijos”, explica Maite Egoscozabal, socióloga del Club de Malasmadres. Por eso miran hacia el otro lado, el de las madres que no sienten el síndrome del nido vacío cuando sus hijos vuelan. “Las mujeres que han puesto en práctica el destinar tiempo para ellas y construir su identidad como mujer más allá de la maternidad, puede ser que, llegado el momento de despedir a los hijos e hijas del hogar, sientan menos malestar. Esto no quiere decir que no lo sientan, ya que cada persona y cada contexto es un mundo”, explica.

Sin embargo, expresar este sentimiento en voz alta cuesta. Y mucho. De hecho, según datos de la encuesta 'La Hora de cuidarse' elaborada por este organismo y DKV, 9 de cada 10 mujeres declaró sentirse culpable cuando se dedica tiempo a ella. “La mayoría de mujeres cuando se convierte en madre reduce el tiempo de autocuidado e, incluso cuando destina tiempo para ella, siente culpa por restar tiempo a la familia”, añade la portavoz.

Rita Amil intenta ahora seguir con su vida. Habla, mucho, con sus hijos. Sabe de su día a día: qué comen, que clases tienen o a qué fiestas van. "Curiosamente, son ellos los que más llaman ahora. A veces, estoy tan liada con el trabajo, que apenas les hago caso. Una ironía. “Imagino que me he plantado y me he dicho a mí misma que no puedo estar todo el día llorando por las esquinas. Que ellos están bien. Eso es fundamental. Pero sí, cuesta y mucho hacerse a la nueva vida y creo que es algo poco visibilizado, que quizás lo entiende quien lo vive”. A unos kilómetros de distancia, en otra ciudad y en otra vida, Julia siente exactamente lo mismo. “No sé por qué, pero muchas veces sueño con mis niñas cuando eran pequeñas, supongo que aunque lo llevo mucho mejor, el cerebro es sabio (ríe)”. Dice que los armarios siguen llenos de ropa, pero que faltan las discusiones de las dos hermanas por ponerse el mismo vestido, “lo que más echo de menos es eso, el ruido”, añade.