LIMÓN & VINAGRE

Sultan Al Jaber, un lobo feroz al cuidado de las ovejas

Al Jaber no proviene de la familia real ni está donde está gracias al linaje, sino al esfuerzo. Y, al parecer, gracias también a la amistad juvenil con Khaldoon al Mubarak, el propietario del Manchester City.

Sultan Al Jaber

Sultan Al Jaber

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

¿Qué tienen en común Al Gore, el activista climático que fue vicepresidente y candidato a la presidencia de Estados Unidos, y Sultan Al Jaber, ahora presidente de la cumbre sobre el clima de Dubai y CEO de la Abu Dhabi National Oil Company (ADNOC), es decir, la petrolera de los Emiratos, la cuarta con más beneficios del mundo? Que el segundo ha negado las evidencias científicas sobre la catástrofe ambiental, y que el primero ha reaccionado con indignación afirmando que ADNOC (lo dice también la entidad Climate Analytics) es una de las compañías petroleras «más sucias» del planeta. 

Pero resulta que Al Gore y Al Jaber, que los subordinados llaman Dr. Sultan, también comparten un galardón otorgado por Naciones Unidas. Se llama Champions of the Earth (Campeones de la Tierra), y se concede a personas o movimientos que han destacado por su lucha a favor del medio ambiente. Al Jaber fue campeón del mundo ambientalista en 2012 por su «visión emprendedora». 

Una de estas visiones consiste en convertir los tres millones de barriles de crudo diarios de 2016 en cinco millones de barriles para 2030, que es cuando el IPCC (el panel internacional de expertos) considera que deberían haberse reducido a la mitad las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Otra de las visiones de futuro de Al Jaber al frente de la petrolera, según Financial Times, es la inversión prevista en los próximos años de 150.000 millones para la producción de petróleo y de gas.

Como es lógico, las críticas al hecho de que sea el encargado de llevar a buen puerto la complicada travesía del enorme transatlántico de la cumbre (aviso: esta es una metáfora libre de CO2) han sido devastadoras, y más después de haber dicho que no estaba escrito en ningún sitio que la eliminación progresiva de los combustibles fósiles debe permitir alcanzar la cifra mítica (y fronteriza con el caos) de los 1,5º de calentamiento en el año 2100. 

Ha rectificado, claro, y ha afirmado que «la ciencia y la tecnología siempre han sido mis principios», pero el mal ya estaba hecho. Un activista dijo que poner a Al Jaber al frente de la COP28 era como encargar al director de una multinacional tabacalera la presidencia de un congreso sobre cáncer de pulmón. O como celebrar una conferencia de veganismo, añado, en un matadero industrial.

Pero él parece ajeno a las críticas. La suya es una carrera impecable, llena de reconocimientos y encargos institucionales, como el nombramiento, en 2009, como consejero del entonces Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, para el cambio climático. Se sorprende de que «el mundo no celebre que los Emiratos Árabes asumen el liderazgo mundial», mientras los hoteles mastodónticos de Dubai se llenan, como nunca, de representantes de los lobbies digamos contaminantes. Es como si el lobo hubiera apresurado a los colegas para que fueran a una fiesta que ha montado con las ovejas como invitadas.

En defensa propia, el doctor Sultan, cargado de doctorados y másteres americanos en Química y Economía pagados por el ADNOC, arguye que él extrae petróleo con una menor emisión de carbono y que su empresa procura que el oro negro (como decía Tintín) sea cada día más limpio, «con mayor eficiencia que las extracciones que se llevan a cabo con grandes fugas de metano, un gas más malévolo que el dióxido de carbono». Es así como justifica que «somos una empresa energética muy progresista y avanzada», dice, «y además, debemos tener en cuenta que todo lo que nos rodea está hecho a partir de este recurso finito: debemos aceptarlo».

Al Jaber no proviene de la familia real ni está donde está gracias al linaje, sino al esfuerzo. Y, al parecer, gracias también a la amistad juvenil con Khaldoon al Mubarak, el propietario del Manchester City. Se habla de su gran capacidad de trabajo y de una vitalidad que agota a todos sus colaboradores: «Tempestuoso, mordaz e intimidante», como escribía Fiona Harvey para The Guardian.

Lleva esa barba corta y recortada al milímetro (en las mejillas, en el cuello, bajo los labios) que da tanta grima, de tan estructurada, y se jacta de haber estado al frente de empresas con filosofía renovable (como Masdar, con una granja solar gigantesca en medio del desierto). 

Su idea de la COP28 es que no se puede llegar a acuerdos si sólo hablan las ovejas (o con alegatos idealistas hechos de frases históricas como los de António Guterres) y si no está presente la opinión de los lobos, que son los encargados de «construir puentes y consensos».