DICTADURA COMUNISTA

Huir del régimen más cerrado del planeta: así escapó Jo Eun-Sil de Corea del Norte

'El Periódico de España' reconstruye el periplo de Jo Eun-Sil, una de las últimas desertoras en poder salir del reino eremita 

"En Corea del Norte hay ricos que tienen sus casas repletas de electrodomésticos" cuenta a este diario

Desertora norcoreana Jo Eun-Sil

Desertora norcoreana Jo Eun-Sil / Alba Vigaray

Jo Eun-Sil tenía 23 años cuando decidió huir del régimen más opresivo del mundo, la Corea del Norte comunista dirigida por el tirano Kim Jong-Un. Si la apresaban, su vida corría peligro. Si lo conseguía, iría a vivir con familiares en Corea del Sur. Zona libre, vida nueva, un futuro por delante.

Su familia en el sur lo había arreglado todo. Se comunicaba con ellos acercándose a la frontera con China y utilizando un móvil extranjero de contrabando. Contrataron desde Seúl a un “traficante de personas”. Le pagaron 23.000 euros, porque era de los mejores brokers y tenía muy buenos contactos en el Gobierno, a los que sobornaba. 

La mujer se preparó durante una semana. Dejó señuelos para que el observador del régimen que controlaba su vida tardara en darse cuenta de que se había fugado. Llegó hasta el río Tumen, la frontera natural que separa Corea del Norte de la vecina China. Metió su ropa en una bolsa y cruzó el río con ella sobre su cabeza. “Me llegaba el agua por aquí”, dice mientras se señala a la altura del estómago. Jo Eun-Sil es una joven menuda, de poco más de metro y medio de altura.  

Consiguió cruzar. Desde China tuvo que viajar a Laos, de Laos a Tailandia y, ya desde ahí, a Corea del Sur. No fue rápido. Tuvo que pasar semanas retenida en Tailandia, a la espera. 

Aquello sucedió en 2019. Desde entonces, pocas personas más han conseguido salir de Corea del Norte, según Amnistía Internacional, la organización humanitaria que la ha traído a España para contar su historia y recordar la represión que existe en Corea del Norte. Kim Jong-un decidió aquel año endurecer aún más los controles en la frontera, para evitar que el covid arrasara el depauperado país. El reino eremita se aislaba aún más del mundo.

“Aquí tu esfuerzo es recompensado”


Jo Eun-Sil (un seudónimo, no quiere que haya registros escritos de su nombre aunque sí permite que le hagan fotos) tiene hoy 26 años. Estudia contabilidad y trabaja en un restaurante de tapas coreanas en Seúl, donde vive con sus tíos. Sus padres y sus dos hermanos siguen en Corea del Norte. Son lo único que echa de menos de su país. 

Un día normal en Corea del Norte consiste en cumplir con un horario estricto definido por el Estado. Una persona denominada líder de grupo lo controla todo y realiza informes de comportamiento para las autoridades. Los que se portan mal (porque se oponen al Gobierno o porque cometen ilegalidades, como ver películas prohibidas) pueden acabar detenidos.

Así que Jo Eun-Sil se despertaba, estudiaba, trabajaba y dormía en un ciclo sin fin muy poco gratificante. Confiesa que sí tenía espacio para el amor, y que ha tenido pareja. Los días festivos se descansaba: las mujeres de la casa cocinaban, y el tiempo libre consistía en comer. Por lo demás, cada hogar dispone de una televisión, con cinco canales, por los que llega la propaganda estatal y algo de entretenimiento controlado. 

Jo Eun-Sil, una joven norcoreana de 26 años que en 2019 consiguió escapar del régimen de Corea del Norte, fotografiada en las oficinas de Amnistía Internacional en Madrid.

Desertora norcoreana Jo Eun-Sil / Alba Vigaray

Ella se considera afortunada porque no ha pasado hambre. Sus padres pertenecían “a la clase media o media alta”. Nació en el condado de Pyongsan, provincia de Hwanghae, en el norte. Su padre era militar y su madre, doctora en medicina oriental. Cuando estudiaba secundaria, su padre fue expulsado del Ejército por enfermedad. Ahí es cuando las cosas empezaron a ir mal. “Hubo un mes en el que no tuvimos arroz”, dice, minimizando el impacto porque conocía a otros que lo pasaban mucho peor. “Un día, unos conocidos me dijeron que se pasaban los días de invierno tumbados en sus casas. Les pregunté por qué. Me dijeron: fuera hace frío y en casa no hay arroz. Lo mejor es quedarse en casa tumbados hasta morir”. 

Estudiaba Planificación y Estadística en la Facultad de Economía. El Gobierno le asignó un puesto de trabajo en una oficina de correos, no remunerado y forzado. Eso es lo que más odiaba: “tu esfuerzo no es recompensado”. Eso, y ver cómo los que pertenecían al partido y al Gobierno prosperaban. En Corea del Norte hay ricos, y ella conocía alguno. ¿Ricos de qué tipo? Tienen televisores grandes, teléfonos modernos y muchos electrodomésticos de última generación en su casa. Y, por supuesto, no les falta qué comer. Son los funcionarios de alto nivel, o los que tienen permiso para hacer negocios con China, que se dedican sobre todo a la distribución. 

“Un muro más alto y más fuerte hacia el exterior”


El pasado 1 de noviembre, el Gobierno de Corea del Norte decidió el cierre de su embajada en España, abierta en 2014, y la retirada del embajador, Kim Hyok-chol. Hizo lo mismo con las delegaciones en otros países, como Uganda o Angola y varios consulados. El motivo principal parecen ser los problemas financieros del régimen, según un funcionario surcoreano citado por la agencia Yonhap. 

“Tienen problemas económicos, pero también se trata de un mensaje político”, asegura a este diario Jae-hoon Choi, que trabaja como especialista en la República Popular Democrática de Corea en Amnistía Internacional Corea. “Pyongyang [la capital] ha levantado un muro más alto y más fuerte hacia el exterior después del coronavirus”, explica. 

En 2019, Donald Trump se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos en pisar suelo norcoreano. Washington había apoyado a la República de Corea durante la guerra de los años 50 contra la República Popular Democrática de Corea, que defendían China y la Unión Soviética. 

Jae-hoon Choi, especialista en la República Popular Democrática de Corea en Amnistía Internacional Corea. Fotografiado en las oficinas de Amnistía Internacional en Madrid.

16.11.2023. Jae-hoon Choi, especialista en la República Popular Democrática de Corea en Amnistía Internacional Corea. Fotografiado en las oficinas de Amnistía Internacional en Madrid. Foto: Alba Vigaray / Alba Vigaray

La imagen de Trump apretando la mano del líder supremo norcoreano Kim Jong-un en la famosa Zona Desmilitarizada (DMZ) dio esperanza de una paulatina apertura de la dictadura comunista. No funcionó. Solo este año 2023, Corea del Norte ha lanzado una docena de misiles balísticos de largo alcance, en un gesto de confrontación hacia Occidente que sirve a Kim Jong-un para afianzar su mano de hierro dentro del país. Si están en guerra, todo vale. 

Represión y los campos de reeducación, internamiento y trabajos forzados, más propios de la guerra fría. Jae-hoon Choi sabe mucho sobre eso, porque ha sido director de programas en NK Watch, organización coreana de derechos humanos fundada en 2003 por supervivientes de campos de prisioneros políticos norcoreanos.

Él ha realizado entrevistas en profundidad a más de medio millar de desertores norcoreanos en los últimos diez años. Las violaciones de los derechos humanos en Corea del Norte, dice, son sistemáticas. La joven Jo Eun-Sil ya no tendrá que vivir con el miedo a ser detenida y enviada a uno de esos campos.