LIMÓN & VINAGRE

Rudy Giuliani, sudando tinte por Donald Trump

Ante las graves acusaciones a las que se enfrentan, Giuliani y su jefe Trump han optado por la famosa “defensa catalana” que consiste en negarlo todo y asegurar que es fruto de una persecución política

RUDOLPH GIULIANI

RUDOLPH GIULIANI / EPE

Albert Soler

Albert Soler

Me dijo ayer Feli, el dueño del bar, que Donald Trump ya está vendiendo camisetas con la foto que le hicieron en la prisión del condado, y algún parroquiano respondió que en España podríamos hacerlas con la cara de Rubiales, que nos forramos seguro.

Algo semejante podría hacer Rudolph Giuliani, exalcalde de Nueva York y abogado de Trump, que también fue fichado hace unos días, y si no se quedó en la cárcel fue porque pagó la fianza de 150.000 dólares. La foto carcelaria de Giuliani no llega a la apoteosis de la de Trump, que aparece mirando al fotógrafo como se miran los boxeadores en el pesaje, pero lo compensa con su sonoro apellido italiano, en Estados Unidos uno entra en la cárcel con apellido italiano y a los pocos días están rodando una serie sobre su vida y la de toda su familia. Además de apellido italiano, Giuliani aparece en la foto con traje cortado a medida, corbata con los colores de la bandera y, por si no quedara claro su patriotismo, luce en la solapa un pin con la bandera.

Aunque al final no fueron todos esos detalles patrióticos los que le salvaron de dormir entre rejas, sino su abultada cuenta corriente. En Estados Unidos la justicia y la sanidad llevan caminos totalmente divergentes: si uno no tiene dinero, no le quieren en el hospital, y si lo tiene, no le quieren en la cárcel. De esta manera, los pobres saben que para tener un techo y tres comidas al día, les sale más a cuenta cometer un delito que ponerse enfermos.

El estado de Georgia acusa a Giuliani de intervenir en las elecciones de 2020 para favorecer a su jefe, Donald Trump, para lo cual habría cometido -o eso cree la fiscalía-, trece delitos, que incluyen asociación delictiva, intentar suplantar a funcionarios, falsear documentos, realizar declaraciones falsas y presionar funcionarios (serían los que no pudo suplantar), entre otros.

Como se ve, Giuliani no es hombre que se ande con chiquitas, y puestos a delinquir, no deja indemne ni un solo artículo de código penal, es de suponer que aprovecharía su viaje a la cárcel para saltarse todos los límites de velocidad del condado, no iba a dejar virgen el código de circulación, que uno tiene una reputación. Se entiende que Trump, otro coleccionista de delitos, lo eligiera como abogado.

Rudolph Giuliani y Donald Trump, durante una reunión mantenida el 20 de noviembre de 2016 en Nueva Jersey.

Rudolph Giuliani y Donald Trump, durante una reunión mantenida el 20 de noviembre de 2016 en Nueva Jersey. / Archivo

Giuliani debería haber dejado la escena pública después de ser alcalde de Nueva York, cargo que desempeñó entre 1994 y 2001, y retirarse a los Hamptons, que es a donde se retiran los americanos con pedigrí. Habría pasado a la historia como el hombre que pacificó la Gran Manzana con su plataforma de mano dura contra el crimen, y como el “alcalde de América”, nombre con el que fue conocido a raíz de su firme liderazgo tras los atentados de 2001 a las Torres Gemelas.

La revista Time llegó entonces a nombrarlo ”Hombre del Año” lo cual es casi tan importante como salir en la portada del ¡Hola! en Navidad, junto al abeto y los regalos. Lo intentó, eso sí. Fundó una empresa de seguridad, se conoce que le cogió el gustillo a lo de la mano dura con la delincuencia, y más tarde se incorporó a un bufete de abogados, pero la cabra siempre tira al monte y regresó a los escarceos en política, que no le fueron lo bien que esperaba. Acabó sumándose en 2018 al equipo de abogados de Trump. Uno y otro estaban destinados a encontrarse.

Trabajar como abogado de Donald Trump no tiene que ser sencillo, el expresidente tiene pinta de ser de los que llaman de madrugada porque soñando ha tenido una idea brillante y quiere asegurarse de que es ilegal, que si no, no vale la pena. No es extraño que Giuliani acabe sudando tinte. En 2020 compareció en rueda de prensa para denunciar fraude electoral e insistir en que a su patrón le habían birlado la presidencia. El calor de los focos, o tal vez los nervios, hizo que chorretones de tinte de pelo se deslizaran por sus mejillas, sin que él se apercibiera. Su imagen con ríos de tinte bajando desde las patillas hasta la barbilla y quien sabe si hasta más abajo, dio la vuelta al mundo.

Más insistía él en que Trump era el legítimo vencedor de los comicios, más tinte se desprendía de su pelo, como si los dioses -bromistas ellos- quisieran demostrar que tan falso era lo que salía de su boca como el color de su pelo. Aquella hubiera sido también una buena foto para camisetas.

Ante las graves acusaciones a las que se enfrentan, Giuliani y su jefe Trump (más otra docena de acusados) han optado por la famosa “defensa catalana” que consiste en negarlo todo y asegurar que todo es fruto de una persecución política. No está mal pensado. Igual tienen suerte y Biden termina concediéndoles a todos la amnistía por un quítame allá unos votos que le faltan en la Cámara de Representantes.