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Cómo empezó todo

Las advertencias sobre las consecuencias de la ampliación de la OTAN a los antiguos satélites de la Unión Soviética datan de los años de la caída del muro de Berlín, prosiguen en el Euromaidán y han estallado este 2022

Volodimir Zelenski celebra su victoria en las elecciones de Ucrania de abril de 2019.

Volodimir Zelenski celebra su victoria en las elecciones de Ucrania de abril de 2019. / EFE

A veces se nos olvidan demasiado fácilmente los prolegómenos de la tragedia ucraniana, esa agresión injustificable que han bautizado como "la guerra de Putin".

Las advertencias sobre las consecuencias de la ampliación de la

OTAN

a los antiguos satélites de la Unión Soviética datan de los años de la caída del muro de Berlín y han sido reiteradas sin que Occidente les hiciera el mínimo caso.

Para no remontarnos, sin embargo, más atrás, recordemos el llamado Euromaidán (febrero de 2014), que en Occidente se califica de revolución popular y en Moscú, de golpe de Estado.

Que EEUU tuvo algo que ver con la revuelta contra el Gobierno prorruso del presidente electo, Viktor Yanukovich, lo prueban las grabaciones de un intercambio verbal entre la secretaria de Estado adjunta, la 'neocon' Victoria Nuland y el embajador de ese país en Kiev en el que hablan de cómo sostener a la oposición.

Hubo entonces violencia y muchos muertos y heridos, alcanzados por disparos de francotiradores sin que haya podido aclararse hasta hoy a quiénes respondían aquellos atacantes: unos hablan de grupos de ultraderecha; otros, de partidarios de Yanukovich.

Por cierto que esa misma Victoria Nuland, tan despreciativa de la Unión Europea a juzgar por su expresión de entonces "Fuck the EU" (¡que se joda la UE!), vuelve a ocupar hoy un alto puesto en la secretaría de Estado de su país.

En vista del cariz que, tras lo ocurrido en el Euromaidán, tomaban los acontecimientos, la península rusoparlante de Crimea y la ciudad autónoma de Sebastopol solicitaron su incorporación a Rusia mientras que dos regiones prorrusas del este del país proclamaron también su independencia de Kiev y recibieron armas de Moscú.

Siguieron ocho años de guerra, de ataques y contraataques militares en el llamado Donbás mientras que muchos en Occidente preferían mirar para otro lado en lugar de intentar buscar una solución diplomática que aliviara las tensiones y satisficiera a todos.

Al corrupto y autoritario multimillonario Petro Poroshenko, elegido presidente tras la huida de Yanukovich, lo sucedió el cómico Volodimir Zelenski, un popular político rusoparlante de origen judío y orientación claramente pro-occidental, que no tardó en solicitar el ingreso del país en la Alianza Atlántica.

EEUU alentó esas aspiraciones, que tropezaron, sin embargo, con la oposición de Francia y Alemania, que veían claramente el peligro de admitir en la OTAN a un país tan dividido y en peligro de guerra civil.

Moscú advirtió repetidamente de que jamás admitiría el ingreso en la Alianza Atlántica de Ucrania, país al que, con razón o sin ella, Moscú consideraba su cuna espiritual e histórica.

Nada de esto pareció preocupar a Washington, que vio en el conflicto ucraniano la oportunidad de dar nueva vida a una organización militar que, como dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, estaba "en muerte cerebral".

Las tensiones con Moscú iban a permitir a Estados Unidos no sólo cohesionar a la OTAN y aumentar el gasto de defensa de todos sus miembros, la siempre reacia Alemania incluida, sino también dar la puntilla al segundo gasoducto germanorruso del Báltico, que, en opinión de Washington, sólo aumentaría la dependencia europea del Kremlin.

Estados Unidos, el mayor productor mundial del gas procedente de la fracturación hidráulica (fracking) podría vender además a Alemania su propio gas licuado en sustitución de parte del gas natural que habría llegado de Rusia.

Hubo mientras tanto intentos por parte de los gobiernos europeos -Francia y Alemania- de buscar una solución diplomática al prolongado conflicto militar del Donbás: se trata de los llamados acuerdos de Minsk con Rusia y Ucrania, que no parecían interesar, no obstante, a Washington y que serían además violados una y otra vez por ambas partes.

Considerándose engañado por EEUU, que prometió en su día verbalmente al Kremlin que la OTAN no aprovecharía la disolución del Pacto de Varsovia para acercar sus fuerzas a las fronteras rusas, Putin reclamó seguridades por escrito de que Ucrania no entraría nunca en la Alianza.

El presidente Joe Biden rechazó de plano las exigencias de una nueva arquitectura de seguridad para Europa como la que reclamaba el líder ruso, quien, humillado una vez más por la superpotencia, cometió la locura de ocupar militarmente a Ucrania.

El resultado está a la vista: miles de muertos y heridos, un país dividido y totalmente destrozado, y la amenaza de guerra mundial si alguien no consigue parar esta injustificable carnicería antes de que sea demasiado tarde.