Opinión | EXTREMADURA

Mi querida España

Con los Estatutos de Autonomía no se debilitaba el Estado sino todo lo contrario, porque la arquitectura territorial lo hace más fuerte

Corría el año 1976. Aquel verano, tras terminar primero de Medicina, me fui a estudiar Literatura Francesa a la Universidad de Nancy. El 11 de agosto recibí carta de mi madre. “Ha muerto Cecilia en un accidente de tráfico”. 

Cecilia para todos, Evangelina Sobredo para los suyos. Mi madre sabía que sus canciones formaban parte de mi vida. Y lo han seguido haciendo. Las escucho con mucha frecuencia. Y una de mis favoritas es esa que comienza con una frase muy sencilla, pero llena de contenido: “Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra”.

Cuentan que fue la censura la responsable de que estos versos formen hoy parte del imaginario colectivo de nuestro país, ya que la original rezaba “esta España viva, esta España muerta”. No imaginaba la maldita censura, que no llegó nunca a entender que la libertad es condición imprescindible para ser libres, que ese cambio adquiriría, pasado el tiempo, todo su significado.

Y hoy, coincidiendo con el nacimiento de un nuevo periódico, reflexiono precisamente sobre esa frase. Porque de eso trata la convivencia. De entender que la patria es mía si también es nuestra; que me pertenece si nos pertenece a todos; que quepo en ella si cabemos todos; que me entiende si nos entiende a todos.

De eso trata la convivencia: de entender que la patria es mía si también es nuestra, que me pertenece si nos pertenece a todos

Dos años y medio después de aquella carta de mi madre, los españoles convirtieron, con la Constitución, la España de una mitad en la España de todos, una patria común e indivisible. Indivisible y común.

Indivisible porque no se puede cortar, ni trocear ni dividir. Y común, un adjetivo que aparece en su artículo 2, porque según la definición principal de la RAE “no siendo privativamente de nadie pertenece a varios”, en este caso a los que somos parte de esa patria.

Seguidamente, nos dimos una ley de leyes para que pudiéramos vivir todos juntos: los que venían del franquismo con los que acababan de llegar del exilio, los de derecha, los de izquierda y los de centro, los radicales y los moderados. Solo así podía ser patria común y solo de esa manera sería nuestra querida España, esa España mía, esa España nuestra.

Y la empezamos a construir como Estado social y democrático, con forma de monarquía parlamentaria y con estructura territorial en nacionalidades y regiones. También como Estado de las Autonomías, algo nuevo y sin precedentes históricos, que construimos sabiendo de dónde partíamos, pero no tanto hacia dónde podíamos llegar. 

Y 43 años después, aquí seguimos, sin saber muy bien cómo acabarlo de apuntalar sin que España deje de ser indivisible y común. Esa España mía y nuestra, de la que pocos hablan como no sea para arrojársela a la cara, y que algunos creen que les pertenece. El quid de la cuestión.

Solamente nos pertenece si esa pertenencia es común. España no es lo que queda después de que nos la hayamos repartido. Es lo que le da sentido a la existencia de las autonomías. Sin el todo no existen las partes.

España es lo que le da sentido a la existencia de las autonomías: sin el todo no existen las partes

¿Cuál es la razón por la que los máximos representantes de España, del Estado, en cada comunidad autónoma seamos los presidentes de sus gobiernos autónomos? Pues que somos Estado y somos parte de ese Estado como lo son los municipios y las provincias.

En Madrid no está el Estado, está el jefe del Estado y el Gobierno de España, de la nación española. El Estado es y está en todas partes. No es la suma de 17 trozos o de 19.

No supimos o no pudimos dejar bien claro que con los Estatutos de Autonomía no se debilitaba el Estado sino todo lo contrario, porque la arquitectura territorial lo hace más fuerte.

Y de ahí el lío que tienen algunos, que para situarse a la par con la nación española nunca hablan de España y la llaman “el Estado”, como si la nación española y el Estado no fueran la misma consecuencia de la integración de las nacionalidades y las regiones, tal como define claramente la Constitución. 

Para que los ciudadanos de un país puedan tener garantizados sus derechos han de no olvidar nunca sus obligaciones. Y esto debería formar parte del debate público.

Nos pasamos la vida hablando de igualdad entre personas y entre territorios. Esa igualdad no es posible si no la articulamos alrededor de un catálogo de derechos y de deberes que, de manera equilibrada, los hagan sostenibles.

Porque es de esa dualidad de donde nace la condición de ciudadanía y de ciudadanos. También de ahí surge el principio de lo común y se puede explicar y entender mejor la indivisibilidad.

En nuestra querida España no sobra nadie. Que cada uno se sienta español como quiera, incluso el que no quiere sentirse. Los sentimientos no se pueden imponer, pero sentirse de una u otra manera no debe generar ni más ni menos derechos, ni más ni menos deberes. 

El extremeño Muñoz Torrero, al presentar ante el pleno de las Cortes de Cádiz el proyecto de Constitución en 1811, insistió en que en lo fundamental había pocas novedades porque formaban parte de la Historia de España. Esa historia mía, esa historia nuestra. 

Bienvenido, EL PERIÓDICO DE ESPAÑA.