RUGBY | MUNDIAL 2023

Mundial de rugby | Sudáfrica-Inglaterra: La vieja receta del rugby, la melé

Inglaterra sometió a Sudáfrica durante 77 minutos, pero la salida al campo del pilar Ox Nché dio un argumento al que agarrarse a los bokkes para construir desde la melé su épica remontada

Mbonambi festeja el triunfo ante el inglés Care en el mundial de rugby

Mbonambi festeja el triunfo ante el inglés Care en el mundial de rugby / Thomas Samson/AFP

Fermín de la Calle

Fermín de la Calle

Si alguien dudaba de Inglaterra es que no les conoce. Sus delanteros pueden dimitir de un partido como el de Fiyi por pereza a pasarse el partido corriendo de aquí para allá. Pero nada les afila más el colmillo que una batalla épica en la que todo el mundo les da por eliminados, como era el caso de esta semifinal ante Sudáfrica.

En ese contexto, Inglaterra se siente cómoda porque ha jugado millones de veces ese partido. Te reduce, te minimiza, te hipnotiza hasta envolverte en su juego cerrado, robándote pelotas arriba por picardía, ganándote melés por oficio, arrasándote en el ruck por “pelotas”. Dicen que el rugby es 70% actitud, e Inglaterra lo ha ejemplificado durante 78 minutos ante los campeones del mundo. Este partido, indigesto y áspero para los neófitos, debe ponerse en las escuelas a los niños.

'No scrum, no win'

Tuvo que salir al campo un tipo discreto, prácticamente anónimo para muchos, de nombre impronunciable: Retshegofaditswe, aunque todos le conocen como Ox. Mide 1,73 y pesa 114 kilos. Y fue el punto de apoyo sobre el que Sudáfrica movió el partido. Porque desde que el pilier saltó al campo, todas las melés terminaron igual: con golpe contra Inglaterra. Hasta el punto de pedir una melé en su propia 22 tras un mark, para ganarla y salir de allí con un patadón de Pollard. Ox Nché, que se levantó de cada melé con la misma cara con la que se levanta de la cama, ejemplificó esa maravillosa máxima que nos reconcilia con el rugby de siempre: “No scrum, no win”.

Pero antes de que apareciera en escena Ox, algo que ocurrió en el minuto 49, vimos a Inglaterra sacar de sus casillas a Sudáfrica como un veterano saca de sus casillas a un novato en un campo de rugby. Le metió en su juego, le ganó cada fase, cada balón, cada salto. Celebraron sus errores, festejaron cada pequeña victoria como si hubieran ganado el Mundial. Y así lograron sacarlos de sus casillas. ‘Mind games’ lo llaman ellos. Especialmente a los delanteros sudafricanos, a su segunda y tercera, y al sobreactuado mánager que les dirige desde la grada: Rassie Erasmus. A los diez minutos perdían (6-0) y habían cometido tres golpes en el ruck. Inglaterra tenía un plan, desangrar a los bokkes forzando sus errores y jugar lejos de sus palos. 41 patadas dieron desde la bisagra de la Rosa para alejar a la delantera bokke. Y de paso convirtieron la noche en una pesadilla para Kolbe y Arendse, dos velocistas de escasa talla que sufrieron en las alturas con el bombardeo y los duelos con Daly y May. Hace lustros que Inglaterra rentabiliza los déficits rivales.

Imagen de un maul entre Inglaterra y Sudáfrica en el mundial de rugby

Imagen de un maul entre Inglaterra y Sudáfrica en el mundial de rugby / Miguel Medina/AFP

A la media hora Erasmus mandó a La Bastilla a Libbok, al que sustituyó por Handré Pollard vista la deriva del partido. A muchos nos extrañó que Pollard se quedará fuera de la lista sudafricana para el Mundial, pero cuando se lesionó Malcolm Marx, Rassie plegó velas y telefoneó al 10 de los Bulls. Y nada más empezar la segunda parte también Faf de Klerk y Le Roux saltaron al campo. Fuera las caretas. Por mucho que Erasmus trate de adornarlo, la diferencia entre unos y otros es la que es. Pese a los cambios, el partido tardó en orzar a favor de los africanos.

Recuperar los básicos

A los 53 minutos Farrell, que en la primera parte no tuvo especial incidencia en el juego, más allá de los golpes transformados, clavó un drop lejano que hizo tambalearse a los springboks (15-6). Ahora sí, Owen tiraba del carro. Se intensificó la lluvia y entonces emergió la figura de Ox. Sudáfrica hizo lo que debe hacer todo equipo que es sometido en un campo de rugby, acudir a los básicos y empezar a construir desde abajo. Ganar primero una pequeña batalla para luego aspirar a ganar la guerra. Los bokkes rescataron primero la melé, con Nche bajando la altura de su pack y clavando a Sinckler una y otra vez. Lo siguiente fue recuperar sensaciones en la touch, y ahí apareció Snyman, quien además posó el ensayo decisivo tras una touch con patadón de Pollard, que venía de un golpe a favor en melé. Sudáfrica tenía 11 minutos para remontar los dos puntos de desventaja (15-13).

Inglaterra aguantaba estoicamente, pero se deshacía a medida que se producían los cambios obligados por el enorme derroche de sus titulares. El balón era una pastilla de jabón con la lluvia y las patadas continuas. Y en el minuto 77 se produjo otra melé. Nché volvió a bajar y sacó otro golpe a Inglaterra en el mediocampo. Ox había hecho su trabajo y ahora le tocaba a Handré. Y el 10, con su tranquilidad habitual, pateó desde casi 50 metros y puso a Sudáfrica por delante (15-16).

De Klerk felicita a Ox Nché en el mundial de rugby

De Klerk felicita a Ox Nché en el mundial de rugby / Miguel Medina/AFP

La última carga inglesa, con Ford y Farrell en el campo esperando para patear un drop o aprovechar cualquier indisciplina sudafricana, fue épica. Hasta que un delantero de la Rosa perdió la almendra y Sudáfrica selló su pase a la final, donde defenderá la corona de campeón tras pegarse dos palizas ante Francia e Inglaterra. A la que habría que sumar la de Irlanda. Enfrente estarán unos All Blacks que sufrieron ante franceses, en el inaugural, e irlandeses, en cuartos. Pero que llegan descansados tras una semifinal amable (6-44) ante los Pumas. Habrá campeón del sur por octava vez en nueve Mundiales.

Honor y gloria

El encuentro deja millones de lecturas. Tantas como ojos hayan visto el partido. Pero por encima de cualquier apunte, queda claro que en el norte nadie compite en los Mundiales como Inglaterra. Su épico partido ante Sudáfrica solo puede generar una sentida felicitación. Porque es el ejemplo de un equipo que aún reconociéndose inferior lleva el partido a su terreno y minimiza las armas del rival hasta someterlo con una entrega descomunal de sus jugadores. A estas horas aún no se le ha quitado el susto del cuerpo a Kolisi y compañía. Hoy las pintas sabrán amargas a Marler y sus socios, pero han vuelto a ganarse el respeto que habían perdido sobre el césped antes del Mundial. Las camisetas pesan, pero lo hacen por el corazón de quienes la defienden. Y en esta semifinal los chicos de Borthwick han honrado el nombre de la Rosa. Sin embargo, la historia contará que Retshegofaditswe Nché arrasó al inglés Kyle Sinckler y... sin melé no se ganan partidos de rugby. ¡Honor a Inglaterra y gloria a Sudáfrica!