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Cómo el 'country' pasó de ser una música rancia a enarbolar la bandera del cambio social

Artistas como Beyoncé, Orville Peck o Lil Nas X están resignificando los códigos del género hasta adaptarlo a las nuevas realidades

El cantante Orville Peck, en una foto promocional.

El cantante Orville Peck, en una foto promocional. / ARCHIVO

Nos puede parecer un asunto que remite a un pasado muy lejano, pero hubo un tiempo en el que asociábamos el country con los valores más rancios y conservadores de Norteamérica. Una música esencialmente provista por y para una clientela blanca, de clase media y de los estados del interior. La banda sonora de un país gobernado por un reaccionario político republicano que había sido actor de westerns en sus años mozos, Ronald Reagan. Eran los tiempos en los que aquí veíamos como una temeridad que un grupo como Los Secretos decidiera suicidarse comercialmente con discos que emulaban a los Eagles. O nos parecía una excentricidad que Loquillo grabara versiones de Johnny Cash. Aquellos años ochenta y principios de los noventa: pocas cosas parecían menos cool que un estilo frecuentemente asociado a cowboys y rednecks.

Luego llegó la revista No Depression, la exploración del género por parte de la camada alternativa norteamericana liderada por Uncle Tupelo, The Jayhwaks y más tarde Wilco, quienes llegaron a exhumar el legado del izquierdista Woody Guthrie junto a Billy Bragg, y empezaron a imponerse nuevas perspectivas. Johnny Cash se ponía en manos de Rick Rubin y se inmiscuía en la modernidad del cambio de siglo. De hecho, la irrupción de una estrella femenina que se declaraba abiertamente lesbiana, aquella k.d. Lang que posó en una icónica portada de la revista Vanity Fair como si fuera un hombre a quien afeitaba la súper modelo Cindy Crawford en pose insinuante, fue ya todo un terremoto. Era 1993. Ahora mismo, es Beyoncé quien se nos descuelga con un single, Texas Hold’ Em, que se apropia deliberadamente de los sonidos y la estética del género. La megaestrella global que siempre se ha nutrido de la esencia de los géneros de raigambre negra (r’n’b, hip hop, trap, soul) al servicio de una inequívoca conciencia racial apela al corazón de esos Estados Unidos que votan mayoritariamente a Donald Trump, precisamente en un año en el que este vuelve a partir con ventaja en la carrera electoral de aquí a noviembre. ¿Apropiacionismo? ¿Reivindicación? ¿Desafío? ¿Guiño kistch?

Nuevas perspectivas

“Está pasando no solo con el 'country', sino con otros géneros y en muchos otros países: hay un intento de reapropiarse de la música popular por parte de la juventud, que apela a su derecho a reivindicar la raíz, porque al fin y al cabo hablamos de músicas que pertenecen al folk, que es algo profundamente humano, que se da en todas las sociedades”. Esto lo dice la antropóloga, psicóloga y música Monty Peiró (Valencia, 1981), quien precisamente acaba de publicar un libro, El diablo vino a mí. Género, drogas y rock and roll (2024), que cuestiona muchos de los enquistados estereotipos de género sexual que aún perviven en las músicas populares.

De hecho, si por algo está despuntando el country en los últimos tiempos es por dar voz a artistas que esgrimen con orgullo su condición homosexual. Si una película como Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), basada en el cuento de Annie Proulx de 1997, pulverizó estereotipos acerca del mundo de los cowboys, lo que están logrando en las últimas temporadas músicos como el sudafricano (residente en Canadá) Orville Peck o el norteamericano Lil Nas X, quienes se declaran abiertamente queer, es abrir las ventanas del género, lograr que por sus estancias discurra el aire y resignificar sus señas de identidad desde una perspectiva acorde con la diversidad de nuestra sociedad actual.

Lil Nas, con los premios Grammy qie consiguió en 2020.

Lil Nas, con los premios Grammy qie consiguió en 2020. / Myung J. Chun

Lo hacen desde presupuestos que no pueden ser más distintos: Orville Peck desde el secretismo de su privacidad, siempre ocultando su rostro en videoclips y actuaciones, y Lil Nas X desde la exhibición de su intimidad a través de una desinhibida proyección de su imagen pública. De hecho, al hit Old Town Road (2019), de Lil Nas X, fenómeno viral hace cinco años, se le denegó en su momento el derecho a aparecer en la lista 'country' del Billboard, una controversia similar a la que en su momento levantó Daddy Lessons (2016), de la propia Beyoncé, que es el antecedente directo de la actual Texas Hold’Em, y alzó polvareda entre los fans más integristas del género tras su interpretación en directo en la entrega de premios de la Country Music Association de aquel 2016.

Resignificando códigos

Monty Peiró, quien a su formación como antropóloga y psicóloga añade un amplísimo historial como música en formaciones de rock de material propio y ajeno, actuando tanto en grandes festivales como garitos y verbenas de poblaciones pequeñas, establece un paralelismo con lo que ha ocurrido en España en las últimas décadas: “Todo esto tiene mucho sentido porque la música popular ha excluido a mucha gente y se ha visto patrimonializada por determinados regímenes, como ocurrió aquí con la copla o en Portugal con el fado, que parecían que las primeras divulgaban el lenguaje franquista y que las segundas estaban con la dictadura de Salazar, hasta que llegaron aquí Martirio y allí muchísima gente joven increíble que ha renovado la tradición del fado”. Ambos liftings sonoros tienen mucho que ver con la oleada de músicos jóvenes que funden tradición y modernidad en la península.

En esencia, se trata de entender que “la música popular pertenece a la gente, y que ahora, al haber un acceso más directo, es lógico que personas racializadas o LGTBI puedan valerse de ella, es algo que desde la antropología cobra pleno sentido”. De hecho, tiende a olvidarse con frecuencia que, al igual que ha ocurrido con el rock, en el que mujeres del calibre de Sister Rosetta Tharpe han visto oscurecido su rol pionero en la historia género, también en la visión que tenemos del country ha pasado demasiado inadvertido el papel que mujeres como Maybelle Carter (en los años veinte y treinta del siglo pasado) o incluso la afroamericana Linda Martell (en los setenta) han desempeñado hace muchas décadas. Fueron pioneras, a su modo, aunque su leyenda haya sido velada.

Hoy en día el country es un estilo suficientemente elástico, en lo ético y en lo estético, como para que estrellas de la nueva música disco como Dua Lipa adopten sus señas en sus videoclips (Love Again, de 2020), ex estrellas de la Disney reconvertidas a rockeras como Miley Cyrus versionen clásicos como Jolene de Dolly Parton (fue hace una década: por algo es hija de Billy Ray Cyrus, el rey de country kitsch de los noventa) e incluso Bertín Osborne lleve ya años cantando en directo This Land Is Your Land de Woody Guthrie, que fue considerado un himno marxista en la época de la caza de brujas del senador McCarthy. Diferentes usos para una realidad más compleja y poliédrica que nunca.