TEATRO

Alfredo Sanzol y Carlos Marquerie, dos directores consagrados que debutan con Lorca

Sanzol estrenará ‘La casa de Bernarda Alba’ y Marquerie, ‘Poeta en Nueva York’, dos obras unidas por la idea de un sistema en crisis: la del patriarcado y el capitalismo

Alfredo Sanzol (izda.) y Carlos Marquerie, el día de la entrevista en Madrid.

Alfredo Sanzol (izda.) y Carlos Marquerie, el día de la entrevista en Madrid. / Xavier Amado

Para Alfredo Sanzol, todo comenzó con una conversación sobre sexo con su madre. Para Carlos Marquerie, después de escuchar el Omega de Enrique Morente. Ahí nació su deseo de llevar a escena su primer texto de Federico García Lorca: Sanzol, La casa de Bernarda Alba, que estrenará el 9 de febrero en el teatro que dirige desde 2020, el Centro Dramático Nacional, con un reparto encabezado por Ana Wagener como Bernarda, Ane Gabarain como Poncia, Claudia Galán como Adela y la nominada al Goya Patricia López Arnáiz como Angustias; Marquerie, Poeta en Nueva York, que subirá a las tablas de las Naves del Español en Matadero el 23 de mayo, con dramaturgia de Pedro G. Romero y, en escena, Niño de Elche, Elena Córdoba, Jesús Rubio Gamo, Clara Pampyn, dos músicos, 15 títeres y un avión. El primero acaba de comenzar los ensayos. El segundo, aún habita ese territorio lleno de ideas y posibilidades. Sanzol cumplió 51 años el pasado septiembre, Marquerie celebrará con champán su 70 cumpleaños el primer día de montaje en sala y, aunque pertenecen a generaciones distintas, ambos comparten bautismo lorquiano y un hilo invisible que une ambas obras: las dos hablan de un mundo que se tambalea. El patriarcado, en Bernarda. El capitalismo, en Poeta. Ambos conversaron con este diario una tarde de finales de diciembre, en una sala del Teatro Valle-Inclán.

“Yo le pedí un día a mi madre si podía volver a leer La casa de Bernarda y ella la sacó de la biblioteca de su barrio en Pamplona. Al cabo de unos días le pregunté qué le había parecido y me contestó: 'bueno, a ver, no era exactamente así'. '¿Cómo que no era exactamente así?' 'La realidad no era así', me dijo. Entonces, un señor de 51 años tuvo una charla durante una tarde entera con una señora de 83 acerca de sexualidad, y esa conversación fue la que me llevó a decidir que tenía que hacer esta obra”, explica Sanzol.

—¿En esa charla se dio cuenta de que estaba más cerca de su madre de lo que pensaba?

—Totalmente y, de hecho, ya en el tercer ensayo el acercamiento con mi madre está siendo brutal a través de los arquetipos que representan cada uno de los personajes de Lorca, una especie de super forma poliédrica que compone la imagen de la mujer que ha construido el patriarcado.

Alfredo Sanzol.

Alfredo Sanzol. / Xavier Amado

Marquerie, que diseñó en su día las luces de la puesta en escena de El público que dirigió Àlex Rigola, tardó algo más en saber que quería dirigir Poeta en Nueva York. Es más, “pensé que nunca iba a hacer un Lorca porque le cogí un poco de manía en un momento de mi vida”. Cuenta el director que a finales de los 70, con su compañía La Tartana, “hicimos una obra de títeres de guantes, una obra pequeñita, sin palabras, y todo el mundo nos decía que por qué no hacíamos un Lorca, y yo empecé a leerlo y me gustó mucho Poeta en Nueva York, pero no sabía qué hacer con él, me parecía imposible, no lo imaginaba. Cuando estaba preparando Descendimiento me ponía música en el taller y un día, oyendo el Omega de Morente, escuchando Pequeño vals vienés, pensé en ese recorrido que había hecho el poema desde su escritura pasando por las manos de Leonard Cohen y Morente, hasta llegar a la versión de Silvia Pérez Cruz, a la que escuché mucho cuando trabajé con ella en Grito Pelao. Y me di cuenta de que me había cambiado la forma de leer a Lorca, y volvió a aparecer Poeta en Nueva York en mi mesilla de noche junto a otro libro que también me ha acompañado muchos años, La tierra baldía, de T. S. Eliot”.

—¿Qué vínculo comparten ambas obras?

— Las dos son de la misma época, en ambas está esa idea de la gran ciudad opresiva y los dos escriben en un momento de crisis personal profunda: Lorca se va a Nueva York huyendo del desamor y de la depresión, y Eliot interrumpe su escritura para psicoanalizarse en Suiza.

Hijas góticas, el Papa y Mussolini

“¿Cómo vas a crear un mundo nuevo a partir de un texto que se ha hecho tantas veces?”, se pregunta Sanzol sobre un texto que, desde su estreno en 1950, han llevado a escena directores como Juan Antonio Bardem, Lluís Pasqual, Calixto Bieito o José Carlos Plaza y que hasta el pasado 6 de enero se ha representado en el National Theatre de Londres. “Te enfrentas a eso y no te voy a decir que sea fácil”, señala, “pero tiene que ver con volver al origen y con ese misterio de la literatura, esa esperanza en que este texto nos ayude a entender mejor quién soy, qué hago aquí, qué es esta realidad”. Marquerie, que recuerda que Will Keen, Alberto San Juan o Blanca Li llevaron a escena Poeta en Nueva York, explica que sus referentes, a la hora de trabajar, los encuentra en el arte, no en el teatro: “He estudiado mucho toda la pintura y la escultura de principios de siglo, los años 20 y 30, Giacometti, Picasso y también me está sirviendo mucho todo lo que es el Renacimiento y la Ilustración de Harlem y estoy comprendiendo muchísimas cosas de cómo se vinculó Lorca, que tuvo allí amigos, relaciones, juergas, tratos con poetas y escritores”.

Es en los ensayos cuando la obra se va construyendo y Sanzol explica que fue en los primeros días cuando se dio cuenta de que esta es “una obra en la que el cuerpo de las mujeres es uno de los temas, no sé si el tema, y haciendo pruebas con las actrices apareció el cuerpo vulnerable, el cuerpo amenazado, el cuerpo encerrado, el cuerpo que tiene unas leyes antinaturales y el cuerpo que se compra y se vende en los matrimonios”. Sanzol situará a sus actrices en un espacio contemporáneo, minimalista, blanco, una especie de casa-capilla, sin sillas de enea, sino con unas sillas plegables de los años 70 que encontraron en Wallapop y que son idénticas a las que tenía su madre en la cocina. “La obra me ha llevado también a un tipo de música”, añade, “que tiene que ver con la rave y el techno y después de pensar en las hijas de Bernarda y en el corazón de Adela, he comenzado a escuchar esa música, que me ha dado una visión de la obra”. Las cinco hijas de Bernarda Alba vestirán de luto, claro, pero ese color negro, explica el director, “tiene que ver también con referentes contemporáneos, con una especie de nuevo gótico y algo de punk, son unas hijas un poco Miércoles (la niña de La familia Addams)” y esa decisión, sonríe mientras lo cuenta, nació después de buscar en la calle cómo serían hoy esas hijas: “Me fui al metro y me senté a esperar. Y entonces dices, hostia, Angustias. Y mira, esa es Martirio y Adela, las dos a la vez, ¿cómo puede ser?”.

Carlos Marquerie.

Carlos Marquerie. / Xavier Amado

Para Marquerie aún es pronto para definir el espacio y el tiempo escénicos que habitarán los poemas de Lorca, pero sí sabe que la idea de descenso, constante en su búsqueda como creador, también estará presente en una puesta en escena en la que convivirán músicos, actores, bailarines y unos títeres planos, de metro y medio, que está terminando de construir de forma artesanal en su taller. “Hay una imagen que no sé si aparecerá en la obra”, explica, “que es la de un tocadiscos en el que Niño de Elche pone un disco de la Argentinita con Lorca al piano y, sobre eso, empieza a cantar desde el siglo XXI. No vamos a recrear Nueva York, pero sí habrá referencias del Renacimiento en Harlem y lo que era la ciudad entonces, el espacio escénico será blanco, pequeño, y habrá un ascensor que sube y baja porque me interesa esa idea de lo que hay arriba y bajo tierra y porque Poeta de Nueva York es un descenso, y seguramente vuelva a utilizar la marioneta del Cristo de Descendimiento. ¿Hasta dónde vamos a ser capaces de ir? No lo sé todavía, pero a mí me gustaría que, si incluyo el poema Grito hacia Roma, aparezcan Mussolini y el Papa abrazándose, o imágenes de los dictadores actuales y del pasado, y también la sexualidad y la religión, constantes en Lorca, tienen que estar presentes de alguna forma, pero para mí, todo eso tiene que pasar por la piel”.

Dos mundos que se tambalean

Lorca escribirá Poeta en Nueva York entre 1929 y 1930, durante los casi 9 meses en que vivió como estudiante en la Universidad de Columbia, y en sus versos palpitará no solo su crisis personal y como escritor, cansado de ser el autor de Romancero gitano, sino también una crítica feroz contra el capitalismo, como recuerda Carlos Marquerie, que señala que en la obra del poeta “está el Crack de la bolsa y ese momento de gran convulsión que podría suponer el inicio, en lo económico, de la Segunda Guerra Mundial, mientras en España cae la dictadura de Primo de Rivera. Hay muchísimos paralelismos con lo que está pasando hoy”.

Una imagen del ensayo de 'La casa de Bernarda Alba' de Sanzol, con Patricia López Arnaiz y, en segundo plano, Ana Wagener.

Una imagen del ensayo de 'La casa de Bernarda Alba' de Sanzol, con Patricia López Arnaiz y, en segundo plano, Ana Wagener. / Bárbara Sánchez Palomero

Y si Poeta habla de la deshumanización de la sociedad moderna y del mismo sistema económico en el que seguimos instalados, La casa de Bernarda Alba habla de otro sistema, el patriarcal, vigente también hoy, una idea sobre la que descansa la propuesta de Alfredo Sanzol: “Yo creo que Lorca es un visionario de la leche porque plantea la grieta brutal del patriarcado y Bernarda no es solamente su brazo ejecutor, ella maltrata porque es una mujer maltratada, es una mujer que está asumiendo un rol totalmente impuesto”.

—¿Es su Bernarda una víctima del patriarcado, de la herencia machista?

—Ella es una víctima que se convierte en verdugo y no se trata de salvar a nadie, pero sí de crear una foto lo más completa posible y no perder de vista su conflicto interno, que hace que el dolor forme parte de toda la acción, pero no solo el dolor que ella genera, sino el que ella vive porque no puede sostener eso que le han dicho que debe sostener.

—¿Y Adela?

—Adela es la grieta, es una mujer que quiere realmente vivir una vida y su libertad sexual, y aún hoy el deseo sexual femenino sigue siendo una fuerza transversal y movilizadora que es necesario reivindicar como una fuerza generadora de acción. El suicidio de Adela no es el de una mujer que se rinde, es el de una mujer que acaba con esto. Cuando Bernarda grita silencio, es el silencio y el grito de un poder que se ha perdido.

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