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Marcos Morau, coreógrafo: "Intento derribar los muros que existen entre la danza, el teatro, las artes plásticas y las artes vivas"

Es el nombre más celebrado de la danza de su generación, y ahora desembarca en Madrid con dos piezas casi consecutivas, ‘Firmamento’ y ‘Afanador’, en Conde Duque y el Real. Charlamos con él sobre ellas y sobre el éxito, el sistema teatral y la injerencia política en la cultura

Un momento del espectáculo 'Afanador', el segundo de los que Marcos Morau estrena en las próximas semanas en Madrid.

Un momento del espectáculo 'Afanador', el segundo de los que Marcos Morau estrena en las próximas semanas en Madrid. / Cedida

“Tengo 41 años y, después de obtener muchos méritos, resultados y premios, me apetecía pensar qué va a pasar después, cuál va a ser el legado que voy a dejar”, explica Marcos Morau, director de la compañía de danza La Veronal, con sede en Barcelona. Morau (Ontiyent, Valencia, 1982), el coreógrafo más brillante de su generación, un creador que defiende en escena la convivencia de la danza con las artes visuales y una descomunal ambición plástica y escénica, habla de herencia y mira al futuro desde un presente colmado de éxito, reconocimiento y proyección internacional.

Recientemente elegido como el coreógrafo más importante de Alemania por la revista especializada Ballet Tanz y nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, Morau tiene por delante un 2024 repleto de retos: estrenará su primera pieza con la prestigiosa compañía holandesa Nederlands Dans Theater (NDT1); tras ser nombrado artista residente durante los próximos cuatro años, debutará en la Staatsballett de Berlín con el estreno de Overture a partir de la Quinta Sinfonía de Mahler; estrenará en agosto, en el Festival de Ópera de Macerata, una pieza sobre el compositor Ennio Morricone, su primera colaboración con el CCN/Aterballetto; y, en otoño, recalará en Madrid con un espectáculo site specific en un escenario por determinar. Antes de eso, Morau llegará el próximo jueves a Conde Duque con Firmamento, estrenada el pasado verano en el Festival Grec y su primera incursión en el universo adolescente, y con el 9 de febrero al Teatro Real con Afanador, su bautismo en el mundo del flamenco y su primera colaboración con el Ballet Nacional de España, una pieza inspirada en la obra del fotógrafo colombiano Ruvén Afanador que llega tras su estreno en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.

El coreógrafo Marcos Morau.

El coreógrafo Marcos Morau. / Rita Antonioli

¿Es Marcos Morau demasiado joven para pensar ya en su legado a las generaciones venideras? Quizá, pero este coreógrafo que nunca ha bailado, formado en la fotografía, el teatro y el movimiento parece haber vivido ya muchas vidas desde que fundara La Veronal en 2005 y se convirtiera, en 2013, en el Premio Nacional de Danza más joven en la historia del galardón. Autor de piezas como Pasionaria, Sonoma y Opening Night, en Firmamento Morau se introduce en la mente del adolescente que fue para dialogar con el adolescente de hoy en una pieza que, en el fondo, reflexiona sobre cómo crear hoy para el público del futuro: “Quería pensar en los que vienen detrás, no solo en los nuevos creadores, que también, sino en los nuevos públicos, en las nuevas generaciones que se van a enfrentar a las artes vivas en un mundo cada vez más digitalizado en el que cada vez es más difícil valorar qué significa estar haciendo teatro o danza, que está sucediendo delante de ti y no delante de una pantalla, y cómo esta gente se relaciona con todo el dispositivo teatral”.

En un mundo cada vez más digitalizado en el que cada vez es más difícil valorar qué significa estar haciendo teatro o danza, que está sucediendo delante de ti y no delante de una pantalla"

¿Y qué significa crear hoy teatro o danza? En una conversación con este diario, explica Morau que “todo lo que haces y cómo te relacionas con el arte es político, y uno de mis compromisos es el de intentar derribar los muros que existen entre la danza, el teatro, las artes plásticas y las artes vivas, intentar descatalogar eso. Si eso sucede con el género o con la política, ¿por qué no sucede lo mismo con el arte? Yo creo que el arte provoca un estado, intentar que algo te suceda, que algo te atraviese porque, joder, qué difícil es sentir algo ahora mismo, para bien y para mal, porque es que está el mundo del revés y estamos todos aceptando lo que hay”.

'Firmamentos'

'Firmamentos' / Marina Rodriguez

Si Afanador es el encuentro de “un valenciano y un colombiano acercándonos a algo, el flamenco, que nos hipnotiza, que nos hechiza y que nos flipa”, en Firmamento Morau propone una mirada analógica que se apoya “en la velocidad, la de recepción, la de lectura, en la falta de preguntarse cosas y, al mismo tiempo, en la necesidad de querer saber”. Y, sobre si esa velocidad de la pieza está vinculada, además, con sus ritmos frenéticos de creación y los ritmos de producción que marca el sistema teatral, Morau admite que “estás tan sumergido en la velocidad de los tiempos, de las entregas, de las relaciones, en la velocidad de la vida que, si me preguntas si me doy cuenta de la velocidad a la que me somete el sistema, te respondo que es que yo soy el sistema”.

El éxito y los demás

¿Cómo influye el contexto político y social en su trabajo? “Está guay que preguntes esto porque no lo hace nadie, la gente piensa que crear es generar contenido, imagen y espectáculo, pero crear también es estar escuchando qué está pasando. Hay dos guerras en marcha y una serie de cambios sociales, políticos e incluso artísticos que están atravesándonos y no puede ser que un artista esté al margen de la realidad, un artista es testigo de su tiempo, creo que tenemos el escenario como altavoz, y ahí se pueden plantear preguntas y abrir temas. Los artistas tenemos un compromiso con nuestro tiempo”.

Desde ese lugar de privilegio y confianza en mi trabajo yo puedo decir que esto no funciona, que esos premios se están dando mal o cómo se están gestionando unas subvenciones que no ayudan. Es pertinente ser muy crítico con la institución y yo tengo una responsabilidad"

Morau habla del éxito sin arrogancia, sin vanidad ni torre de marfil, desde ese lugar que tiene que ver con el reconocimiento de un trabajo colectivo y la vocación de compartir lo aprendido. “Tengo la vocación y la alegría de hacer lo que hago”, explica, “pero, al mismo tiempo, desde el éxito y esa cima que se ha construido a tu alrededor, piensas, vale, ¿y ahora qué? ¿qué hago con todo esto? Voy a seguir creando, pero también quiero estar pendiente de lo que pasa a mi alrededor, ayudar a los demás. Suena muy cristiano, pero me gusta mucho ayudar y estar pendiente de las nuevas generaciones de creadores”. Eso convive, además, con la decisión de usar ese estatus de prestigio para cuestionar la institución: “Creo que desde ese lugar de privilegio y confianza en mi trabajo yo puedo decir que esto no funciona, que esos premios se están dando mal o cómo se están gestionando unas subvenciones que no ayudan. Y me doy cuenta de que, desde donde estoy, es pertinente ser muy crítico con la institución y de que tengo una responsabilidad”.

—¿Siente algunas miradas que le reprochan el éxito?

—Hay tanta precariedad en España que cada uno, como buenamente puede, intenta salvar su chabola, su centro coreográfico, su festival, y creo que la gente no es mala por naturaleza, lo que tiene es miedo y lo que hace es protegerse y querer salvar el culo. La falta de medios genera precariedad y la precariedad genera envidia. Yo siento que en Madrid hay una especie de politización de la cultura o de la danza, y si yo tuviese un pie en Madrid, wow, creo que seríamos mucho más reconocidos, mucho más visibles. En cambio, el hecho de que viva con un pie en Barcelona y otro en el mundo hace que nos vean como gente que vive por ahí. Ya, pero esta gente que vive por ahí tiene una trayectoria y un reconocimiento internacional que ya lo quisiera yo para todos, y siento que desde España esto no se acaba de asimilar. Quiero decir, la medalla de Francia y el premio de Alemania están lejos de cualquier otro creador, pero creo que en España desconocen incluso lo que significa.

'Afanador'

'Afanador' / Cedida

Politización de la cultura

Sobre el momento que viven las artes escénicas, sobre todo en Madrid, donde la creación contemporánea y las artes vivas apenas tienen espacio, y después de la decisión de la Comunidad de Madrid de asumir el control de los Teatros del Canal con la designación como director gerente de Ruperto Merino para monitorizar las propuestas de sus seis directores artísticos, Morau sostiene que “la cultura y la política deben ir por caminos paralelos y no cruzados, no puede ser que un partido esté determinando cuál va a ser la programación y marcando los pasos de lo que va a ser el futuro de las artes escénicas, porque no es solo que se carguen la programación de una temporada, es que se cargan la programación de las temporadas que vienen, del público y de los artistas”.

Cree el coreógrafo que, actualmente, “todo está politizado y artistas como Mónica Valenciano, Olga Mesa o La Ribot, y hablamos de ellas porque para mí tienen que ver con la escena madrileña de una época y han marcado un antes y un después en el devenir de la danza en España, creo que lo van a tener muy difícil a la hora de volver, tanto ellas como muchos otros, como nosotros, como El Conde de Torrefiel, como gente afín a lenguajes más subversivos o poco simpáticos con lo convencional. Yo no quiero que se deje de hacer teatro del siglo XX, esto no es una guerra entre amigos, hay cabida para todos, pero no entiendo por qué se está politizando esto tanto, por qué todo es una guerra de intereses políticos. Y no sé si esto tiene que ver con algo histórico, pero es algo que va a poder solucionar ni un artista ni diez. Es una cuestión de educación”.

—El jueves tuvo lugar una concentración, convocada por Vox, contra la obra Altsasu, en el Teatro de La Abadía. ¿Cómo hemos llegado a que un partido político pida la prohibición de una obra de ficción porque se siente agraviado?

—Lo observo con desconcierto, lo estoy viendo y no me lo creo. Pienso ¿de verdad está pasando esto en mi país? Como ciudadano o como partido político puedes pensar lo que quieras, pero convocar a la gente en la puerta de un teatro para boicotear una pieza me parece que no nos define, me da vergüenza, somos un país más rico y más flexible que todo esto, y esto no nos lo merecemos ni los creadores, ni el público, ni el arte, ni la cultura. Más que generarme rabia, me da pena, me da tristeza.