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Ver series o escuchar podcasts a doble velocidad, un síntoma de la epidemia de hiperproductividad que nos invade

En un mundo obsesionado con la inmediatez, el 'speed watching' emerge como una respuesta a la constante demanda de eficiencia. ¿Pero qué consecuencias tiene esta práctica en nuestro cerebro y en la forma en la que consumimos información y entretenimiento?

La cantidad de oferta de contenidos disponibles y el FOMO (miedo a perderse algo) es una de las razones del auge del 'speed watching'.

La cantidad de oferta de contenidos disponibles y el FOMO (miedo a perderse algo) es una de las razones del auge del 'speed watching'. / Ferrán Nadeu

Aunque no puede establecerse una fecha concreta, no es muy arriesgado afirmar que la eclosión de los libros de autoayuda en nuestro país se produjo durante los años 80 y los 90 del pasado siglo: Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida, el superventas de Dale Carnegie, se publicó en 1984, y Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, de Stephen Covey, en 1989. En 1997, los españoles pudimos adentrarnos en las cuestionables enseñanzas de El monje que vendió su Ferrari, de Robin Sharma, y al año siguiente en las de Quién se ha llevado mi queso, de Spencer Johnson. En aquellos tiempos, el españolito de a pie andaba loco por mejorar, por ascender social y culturalmente, y por prepararse para una realidad que se le presentaba cada vez más cuesta arriba.

Durante esos años también se vendieron muchos libros con títulos como Técnicas de lectura rápida, Lectura rápida para todos o Cómo leer un libro en un día, manuales que presentaban técnicas similares pero que más bien pocos aprovecharon. No obstante, es muy posible que el lector que roce la treintena o que ya la haya pasado hace un tiempo, recuerde verlos en las mesillas de noche o por el salón de sus padres, abuelos o tíos.

Hoy en día parece que muchas menos personas se interesan por la lectura rápida, aunque según dicen cada vez leemos más. Sin embargo, de lo que se habla cada vez más es del speed watching, un fenómeno emparentado con la lectura rápida y que cada vez es más común, especialmente entre los jóvenes y aquellos que pasan muchas horas en internet.

¿Qué es el 'speed watching'?


Podríamos definir el speed watching como la tendencia a reproducir principalmente vídeos y podcasts, pero también mensajes en formato audio enviados a través de plataformas como WhatsApp, a una velocidad mayor de la que fueron producidos. Un 25% más rápido, un 50 o incluso al doble de su velocidad normal.

La primera gran plataforma en introducir esta función fue YouTube en el ya lejano 2010. Desde entonces, se ha ido implementando en aplicaciones de mensajería como WhatsApp o Telegram, redes sociales como TikTok, los pódcast de Spotify o iVoox, e incluso en plataformas de streaming como Netflix o Amazon Prime Video.

Un estudio de YouGov, citado por The Times el año pasado, fijaba en un 27% los británicos que ven programas de televisión en streaming a una velocidad mayor a la habitual al menos durante algún momento de su reproducción. El número se dobla si hablamos de los menores de 25 años.

En la app de Netflix, la velocidad de reproducción se elige en el reloj que hay en la esquina inferio izda. de la pantalla.

En la app de Netflix, la velocidad de reproducción se elige en el reloj que hay en la esquina inferio izda. de la pantalla. / Netflix

Según datos publicados por YouTube en 2022, los usuarios de esa web ahorran cada día un promedio de más de 900 años de tiempo al mirar vídeos a velocidades más rápidas. “Eso sería como ver Gangnam Style de PSY casi 113 millones de veces”, afirmó Neal Mohan, director de producto de YouTube.

¿Es perjudicial el 'speed watching'?

Quien más y quien menos ha utilizado este método para ahorrarse un poco de tiempo, especialmente con los mensajes, pero ¿qué implicaciones puede tener en nuestras vidas, en nuestra percepción o en el desarrollo de los cerebros más jóvenes? Y lo que es quizá más importante, ¿qué dice el speed watching de nosotros y de nuestra sociedad?

“No pasa nada por avanzar la velocidad de reproducción de algún contenido puntualmente para verlo o escucharlo más rápido”, reconoce Silvie Pérez, psicopedagoga y profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya. “Pero si lo convertimos en un hábito o un estilo de vida es cuando llegan los problemas, porque la realidad, que no se puede acelerar, puede llegar a parecernos demasiado lenta y aburrida”.

Los jóvenes son, sin duda, el grupo social que más abusa del speed watching, algo que, según la profesora, tiene efectos directos en su comportamiento en las aulas. La académica asegura que la atención decae cuando los chicos y chicas enganchados a esta tendencia se enfrentan a una actividad a velocidad “normal”. También afecta a su capacidad de retención, a la comprensión y a la memoria, como ella misma ha podido comprobar en su trabajo en colegios e institutos. “Los alumnos desconectan muy rápidamente, dejan de prestar atención porque les resulta imposible parar y centrarse en lo que les están diciendo, por ejemplo, en una clase”, señala.

¿Causa o consecuencia de un problema?

De cualquier modo, Pérez lanza la siguiente pregunta “¿es el speed watching una causa o una consecuencia? Porque no parece disparatado pensar que es una reacción a un mundo que les exige dar lo máximo constantemente. Además todo tiene que ser rápido, muy visual, todo es para ayer, el FOMO (miedo a perderse algo) está a la orden del día, y el aburrimiento está muy mal visto. Todo está en TikTok, en reels, todo tiene ‘mucho texto’, etc”, afirma.

Pero no solo afecta a los jóvenes. A aquellos que hace tiempo que abandonamos el instituto, es posible que todo esto también nos suene un poco. ¿No sienten últimamente que no llegan a nada? ¿Les cuesta ver una película entera sin mirar el móvil? ¿Los libros por leer se acumulan en la estantería? Si la respuesta es que sí, es muy posible que sean los siguientes en caer en las garras del speed watching, o quizá ya lo han hecho por pura necesidad. “El problema de atención no solo se circunscribe a los jóvenes; es general y consecuencia del ritmo que nos hemos impuesto a nivel social. Es más fácil que ellos sufran este problema simplemente porque suelen tener más acceso a contenidos digitales”.

“Este ritmo ha hecho que nuestro estilo de procesamiento de la información se haya visto alterado”, continúa Pérez. “No nos ha afectado tanto al hardware del cerebro como al software, a cómo funcionamos. Porque hemos pasado a necesitar una estimulación constante, una activación permanente”.

¿Puede llegar a ser positivo?

Aun con todo, también es cierto que nuestro cerebro tiene una impresionante capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias. “A pesar de ser un fenómeno bastante reciente, ya existen estudios que demuestran que es posible entrenar nuestra mente para ver contenidos a más velocidad y extraer, al menos, las ideas más sobresalientes”, desarrolla la profesora. “El cerebro no deja de ser una herramienta que podemos entrenar y todo lo que sea ejercitar las capacidades del mismo es positivo; son ejercicios cognitivos, habilidades nuevas”.

Según Pérez, esto se aplica especialmente a las conferencias o a los contenidos que son más “ensayísticos” que narrativos, por ejemplo los pódcast. Según las estadísticas del consumo de contenidos en español de 2023 publicadas por la plataforma iVoox, la mayoría de la población consume este tipo de contenidos a velocidad normal; sin embargo, el 10,48 % los escucha a una velocidad acelerada. Un porcentaje que no resulta nada desdeñable.

“Es cierto que escuchar un pódcast o una conferencia a x1,5 puede ahorrarnos un poco de tiempo, si es necesario, y que seguramente comprenderemos la idea general, pero también que nos perderemos algunos matices, ideas secundarias. Algunas complejidades se quedarán por el camino inevitablemente”, afirma la profesora. “Con la ficción es más difícil hacer esto pero, por mucho que nos cueste entenderlo a los mayores, los más jóvenes sí que lo hacen; sobre todo impulsados por el FOMO, para poder participar en las conversaciones sobre alguna película o serie sobre la que ‘todo el mundo está hablando’”.

Esto nos enfrenta, según la experta, a otras cuestiones como por qué incluso nuestro ocio se ha visto contaminado de esta especie de “epidemia” de ultraproductividad en la que vivimos, en donde hasta ver una película se tiene que hacer de la forma más eficiente y rápida posible.

“Otra cuestión más sociológica o filosófica sería para qué queremos ahorrar ese tiempo, ¿a qué lo destinaremos? Porque si lo que pretendemos es dedicarlo a nuestra familia, por ejemplo, sería algo a priori positivo. No tanto si lo que hacemos es trabajar más o conectarnos aún más tiempo a las redes sociales”, concluye Pérez.