DOCUMENTAL

La fiesta de ver trabajar a Cristina García Rodero

Carlota Nelson, cineasta, cuenta su experiencia la aventura de seguir a la fotógrafa

Cristina García Rodero (izda.), durante uno de sus trabajos en la India que recoge el documental.

Cristina García Rodero (izda.), durante uno de sus trabajos en la India que recoge el documental. / Wanda Films

Juan Cruz

Juan Cruz

Una semana iba a durar en los cines Golem, de Madrid, la película que Carlota Nelson concibió viendo trabajar a Cristina García Rodero. La potencia de ese filme (70 minutos que no conocen tregua) ha hecho que los exhibidores prolonguen (esta es la tercera semana) Cristina García Rodero: la mirada oculta.

Nelson estudió Escritura Creativa y Cine en Columbia College, en Estados Unidos. Guionista y directora de documentales, ha trabajado en torno a la situación de los artistas aborígenes en Australia, la reinserción de madres prisioneras en Estados Unidos o el limbo en el que en que se encontraban los marineros de la antigua Unión Soviética, tema principal de su primer documental, Anclados (2010). Como ayudante de Norberto López Amado trabajó en el premiado documental How much does your building weigh, Mr Foster (2010) y fue guionista y directora en solitario de Brain Matters (2018), sobre los primeros años de vida desde el punto de vista neurocientifico y educativo.

Este documental sobre el modo de fotografiar de Cristina García Rodero tiene una larga historia personal para Carlota Nelson, que ha desembocado en un trabajo que impresiona, en primer lugar por la energía creativa de la fotógrafa, y el intenso abrazo que la cámara de cine le presta. A lo largo de la película, la más importante de las fotógrafas españolas (de alma y de acción) viaja por distintos países, por España, por geografías de fiesta y asombro, y va contando, con una pasión que parece venirle de una energía que contradice el cansancio, los más variados acontecimientos populares a los que distinguen el color, la acción y, como dice la cineasta que la ha filmado, “el realismo mágico”.

En entrevista con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, Carlota Nelson explica su propia aventura. Cuando García Rodero publicó “el mítico libro España Oculta” su madre disponía de varios ejemplares, que regalaba a los extranjeros que venían de visita… “Yo pasaba horas fascinada frente a esas imágenes. Me hacían entrar en un mundo de realismo mágico, como el de García Márquez. Esas imágenes de esa España real, bestia, extraña, extraordinaria y cercana a la vez, me atravesaron de parte a parte, y mucho antes de que nuestras vidas se cruzaran, esas fueron las imágenes que realmente me enseñaron a mirar”.

"El encuentro fue lejos. En 2001, en plena tormenta de arena en el desierto más árido de Nevada, durante el festival Burning Man, donde yo trabajaba detrás de la cámara para captar cómo se desmonta esa ciudad efímera, vi una pequeña figura agazapada en el suelo, protegiéndose del viento, y le ofrecí ayuda. Ella me contestó en castellano que no, que ese era su momento para sacar fotos. Yo le insistí en que volviera conmigo a mi campamento. Quedarse allí sola no era una buena idea, ya no había visibilidad y en el desierto es fácil perderse”.

A regañadientes, dice Carlota Nelson, “aceptó mi oferta. Preparamos algo de cenar, cenamos, nos reímos… Ella dormía en un coche de alquiler… Me pareció tan rock and roll, una mujer mayor, que no hablaba inglés, viajando sola, tan campechana, cercana y graciosa… Al día siguiente, un compañero de equipo le preguntó su nombre completo, y cuando dijo sus apellidos, ¡no me lo podía creer!, era la mítica Cristina García Rodero, y estaba allí, conmigo”.

La autenticidad de la fotógrafa, su compromiso vital con el impulso creativo, dice Carlota, la asombraron para siempre. “A lo largo de los años ese compromiso se mantiene intacto… Quien ha tenido el privilegio de conocerla sabe que es disfrutona, coherente, generosa, con un gran sentido del humor”. Una mujer que “no sienta cátedra, alguien libre que no se ancla en el pasado… De hecho, celebra el cambio, y cuando habla lo hace desde un lugar muy cercano… Asombra su desapego de la fama, de los premios (que los tiene en abundancia); para ella lo importante es el trabajo y su obra, crear en libertad”.

Carlota Nelson, durante el rodaje.

Carlota Nelson, durante el rodaje. / Wanda Films

En la película, y en la vida, esa personalidad radicalmente inconformista, cuya expresión es libre como su forma de mirar lo que ocurre, “es pura poesía”. Dice Nelson: “Sus pensamientos componen un alegato al trabajo a fondo y cocinado lentamente, algo que contrasta con buena parte del periodismo que se consume en la actualidad, algo que achaco más a los que manejan los medios que a los periodistas. Cristina habla de valores universales, de determinación y de humanismo. Es infatigable, no tiene prejuicios, es una mujer muy libre, que sacrifica su economía y su calidad de vida para crear con libertad. Es la esencia del artista puro, lleno de humanismo, de verdad y de vida”.

Las imágenes de Cristina en acción, en cualquier fiesta, en cualquier país, de México a la India, de Navarra o de Galicia, son como torbellinos de los que luego nacen las luces y sombras que parecen sacadas del fondo terrible (o festivo) de los siglos. La gente no se mueve del sillón mientras la película sigue, como si estuviera ante un filme de Hitchcock o de Bergman. Ella habla, naturalmente, es aguda e incansable, y lo que dice es como lo que retrata: sin descanso con su cámara, sin tregua con sus convicciones sobre la manera de mirar a través del visor de la cámara. Los llevó, a Carlota y a su equipo, “con la lengua fuera, esta mujer que doblaba la edad media del equipo de rodaje”.

Uno de los momentos del documental.

Uno de los momentos del documental. / Wanda Films

La pandemia interrumpió la filmación y eso imprimió urgencia al proyecto, y el trabajo se hizo “más vertiginoso”. Otro condicionante fue el hecho de que Cristina “está acostumbraba a trabajar sola; no le gusta esperar, consensuar horarios, llevar un micrófono incorporado y sobre todo estar delante de una cámara. Conscientes de todo esto hicimos un enfoque de guerrilla que pudiera trabajar de manera casi invisible, sin estorbar sus ángulos de cámara e intentando interferir lo menos posible”.

“Lo extraordinario”, dice Carlota Nelson, “fue estar cerca de Cristina, ver la fiesta a través de su mirada, aproximarme a ella del mismo modo que ella se aproxima a lo que fotografía: estar muy cerca para emocionarse con los que están emocionados para después emocionar. La fiesta más insólita fue la de los carnavales de Ituren y Zubieta en Navarra. Es muy bestia, muy libre y a la vez fascinante con algunos momentos muy bellos y también violentos. Insólita también fue la fiesta de los ataúdes vivientes en Galicia… De la fiesta de la Virgen del Carmen me emocionó mucho el fervor de los participantes. Y como extraordinaria diría que el Holi de la India, que sin duda fue la más difícil, mental y físicamente, tanto a nivel del rodaje, de la velocidad del trabajo de Cristina y de la intensidad de algunas vivencias personales”.

Cristina García Rodero (izda.) y Carlota Nelson en Holi.

Cristina García Rodero (izda.) y Carlota Nelson en Holi. / Carlota Nelson

Cristina se mimetiza con el caos que retrata. En el fragor de la fiesta no deja que la interrumpan las órdenes que vengan de fuera, “siempre está en el ojo del huracán”. “No le gusta verse ni escucharse, y cuando está relajada surge imparable un torrente de verdad y sabiduría sobre la vida, el trabajo y la condición humana. Lo que para Cristina eran sólo declaraciones casuales, hechas de forma espontánea en diferentes momentos del rodaje, para mi como directora del documental se han convertido en la columna argumental e hilo conductor de este viaje al mundo de Cristina García Rodero. Es el espíritu de una guerrera en paz, y eso queda evidente en la elocuencia y en la contundencia universal de sus fotografías, y además en las reflexiones que destila a lo largo de La mirada oculta”.

El público aplaude al fin, y se queda quieto, como si Cristina García Rodero fuera a retratar sus caras absortas ante el estupor que provocan imágenes que parecen de otro mundo, y que son del mundo que ella recrea a partir de la realidad festiva, y tremenda, del universo revuelto, feliz y terrible, al que acude como una joven fotógrafa que ahora tiene 74 años.