LIBROS

Jeosm, grafitero y fotógrafo de escritores: "Nunca, ni ahora, me he considerado un artista"

Empezó en la fotografía registrando lo que pintaba en los muros, y su amistad con Pérez-Reverte le abrió la puerta al mundo de los autores. Ahora recoge su trabajo con ellos en un libro

Jeosm publica 'No soy uno de los vuestros'.

Jeosm publica 'No soy uno de los vuestros'. / David Castro

Juan Cruz

Juan Cruz

Viene afeitado Jeosm (41 años, grafitero, fotógrafo, autor de No soy de los vuestros, Círculo de Tiza) y se sienta de lado. Al principio mira al vacío de la ventana. En la dedicatoria de No soy de los vuestros (“porque no soy de los escritores, soy el fotógrafo, el grafitero, hago retratos de escritores, en este libro están”) hay unas palabras que le hacen arrancar, enseguida, una declaración de amor, a la madre, al barrio, al grafiti, a la fotografía… Al monólogo que sigue le faltan, tan solo, su risa, a veces su mirada escarlata o huidiza, y a veces tan sincera como una piedra de oro. Ahora está rodeado, muchacho botado del colegio porque era un vago, de firmas muy ilustres: sus retratados.

“'A mi madre Carmen, por demostrarme que con trabajo, sacrificio y constancia se consiguen las metas y enseñarme que el respeto, la educación y la humildad son la llave maestra que abre las puertas a los que siempre nos negaron la entrada…' Jo, esa es la dedicatoria, lo que yo quiero a mi madre. Y este es el libro, aquí están mis amigos, se han hecho amigos. Aunque haya coincidido con ellos unos minutos, ya basta para llegar al respeto e incluso al cariño. Muchos famosos, pero amigos… Me acerco a ellos, del palo que sean, luego les he pedido que estén en el libro, e incluso que escriban de otros en el libro, y ahí han estado, como clavos, todos. Es muy curioso, y muy bonito, que hayan aceptado posar para mi, un chico de un barrio de Madrid, que viene del fracaso escolar. Me regalaron el EGB y me dijeron ´vete del colegio`…"

“Pues me botaron porque era muy vago. No me motivaban los profes, no quería estudiar. Quería currar, quería ganar dinero y necesitaba ayudar a mi familia en casa. Con dieciséis años, a currar. Bueno, con quince. Estuve descargando carne en Mercamadrid, luego estuve en encuadernación, fui electricista, educador de chavales, trabajé de encargado y de dependiente, hasta que ya pude dar el salto a la fotografía de manera profesional".

Jeosm, el día de la entrevista.

Jeosm, el día de la entrevista. / David Castro

“Si te soy sincero no tenía planes, ni por asomo, de dedicarme a la fotografía; ni lo pensaba, no era de esos chavales que ya lo tienen claro y te dicen que ellos van a ser médicos o periodistas… Pero de manera innata me daba por el grafiti. Y ya sabes lo que hay que hacer: haces las pintadas y tienes que hacer las fotos de lo que pintas. Todos los grafiteros documentamos nuestras pintadas, eso es así, tenemos un archivo, un álbum de fotos donde metemos las pintadas que hemos hecho".

“En el 90% de los casos pintaba de noche o en sitios escondidos, en los trenes, en los metros, donde hay poco tiro de cámara, donde no hay un espacio grande para coger la pintada entera. Eso me ayudó a tener ciertos conocimientos muy básicos sobre el uso de los carretes, los que tienen más o menos sensibilidad, las que van a salir más claras o más oscuras… Así empezó a gustarme la fotografía y ya iba con una cámara muy pequeñita y así hacía pequeños reportajes con mis colegas. Iba saltando, yendo de aquí para allá, haciendo tantas fotos que una vez me di cuenta de que había más fotos que pintadas. Y dije: ¡Hostia, aquí hay algo!... Seguí y un día me dije: 'tío, quiero probar esto de la foto'. Y me compré una réflex, me apunté a una escuela de fotografía del barrio, estuve un añito estudiando, y mira, acá estamos".

El del grafiti es un mundo muy competitivo, muy difícil, con muchísimo ego. Date cuenta de que todo lo que hace el grafitero es pintar su nombre, ahí lo ves, Jeosm"

"No, claro que no dejé el grafiti, 40 años para 41 y ahí sigo, dentro del área, a mí me hizo el grafiti, tío. El grafiti y todo el mundo que lo rodea. Porque es un mundo muy alegre, o muy hostil para los de afuera. Muy competitivo, muy difícil, con muchísimo ego. Date cuenta de que todo lo que hace el grafitero es pintar su nombre, ahí lo ves, Jeosm. Ego en estado puro. Hay valores, eh, hay compadreo, ese sentimiento de grupo, que es muy bonito, esa connotación artística que ha hecho que muchos que se dedican a esto sean verdaderamente artistas. Para mí ha sido, sobre todo, una forma de vida, una válvula de escape, pero también la solución de mi vida diaria, de modo que lo sigo compaginando".

Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, pareja autoral, en una de las fotos incluidas en el libro.

Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, pareja autoral, en una de las fotos incluidas en el libro. / Jeosm

“¿Qué dice mi grafiti? Mi nombre, ¿no lo ves?, jeosm, todos lo hacemos, no hay más que el nombre... Desde los 70, cuando empezó en Nueva York hasta ahora, ha evolucionado muchísimo, pero ese es el origen, poner el nombre. Yo pensé que éramos únicos, raros, pero luego os he conocido a vosotros, los periodistas, sois también raros, todos creéis en la firma, vuestros nombres han de estar ahí, que suenen. Con el grafiti pasa lo mismo: queremos que suene nuestro nombre".

“Nací en Talavera de la Reina, pero mi madre me fue a dar a luz en Navalmoral de la Mata. Mi madre es muy trabajadora; mi padre trabajó para la Renfe, era soldador, mi madre limpiaba escaleras, se separaron, había muchos problemas, y ella cogió los bártulos, cogió a mi hermano y a mí, como pudo se compró una casa en Villaverde y nos fuimos allí a vivir los tres. Es una casa de dos habitaciones, siempre he dormido en su cuarto. Desde pequeño aprendí que todo es de todos y que tenía que aportar en la casa. Así que yo no sé lo que es la adolescencia, y fue el grafiti lo que me dio calor en la calle. Mi madre era muy trabajadora, se reventaba a currar, desde pequeño yo supe el valor del sacrificio. Alrededor, en el barrio, había mucho fracaso escolar, gente tonteando con las drogas… Un orientador nos llevó a la FP, soldadura, electricidad, y vimos un oficio que decía 'artes gráficas', y eso nos abrió la puerta al grafiti".

Elvira Lindo, en su casa.

Elvira Lindo, en su casa. / Jeosm

“El barrio era alegre y peligroso, triste no era. Muchos problemas, muchos dramas familiares, muchas madres que se habían muerto por la droga, alcohol… Muchos padres borrachos, muchos embarazos prematuros… No había parques bonitos. Pero también había cosas bellas, amistad, diversión, el panadero te fiaba, gente generosa... impensable en otros sitios".

Nunca, ni ahora, me he considerado un artista, es un concepto muy importante para mi. Soy un autor, no un artista que, cuente lo que cuenta, cuenta con su estilo. En el barrio sigo viviendo, aquí hallo memoria, humildad y respeto. Y el grafiti nos sigue manteniendo, a mí, a mis amigos, me ayudó a formarme como persona, me enseñó valores, que si haces el gilipollas te puede caer una tapia y romperte la cabeza, a ser consciente de mis límites. Me hizo mejor, me enfocó más en este arte que en otras cosas. Y me llevó a conocer a Arturo Pérez-Reverte, que entró una vez en la tienda para grafiteros donde yo trabajaba".

Uno de sus retratos de Pérez-Reverte.

Uno de sus retratos de Pérez-Reverte. / Jeosm

Él quería documentación sobre ese mundo, para un libro que él iba a escribir sobre grafiteros. Ahora es mi amigo, siempre bueno conmigo, muy cercano, muy cordial, muy respetuoso. A día de hoy somos grandes amigos. Cuando lo conocí no le dije que fuera fotógrafo, y no le dije nada hasta que él vio fotos mías, las estuvo mirando, y al cabo de un tiempo dijo que iba a salir Zenda, su revista digital, si yo quería podría ser fotógrafo de la revista".

Javier Marías estaba muy serio, extrañado de ver a un tipo como yo haciéndole fotos sin saber quién era Javier Marías"

“Era un mundo nuevo para mí, podía aportar la perspectivas de universos diferentes. Había fotografiado a grafiteros, a luchadores, a futbolistas, a muchos raperos con mucho rollo… Bueno, y le dije sí a Arturo. Y la primera entrevista para la que me llamó fue una en la que tendría que retratarlos a él y a Javier Marías en la Plaza de la Villa. Allí fui a los dos días, a casa de Javier Marías, él muy serio, extrañado de ver a un tipo como yo haciéndole fotos sin saber quién era Javier Marías ni quién era Antonio Lucas, que iba allí también para trabajar con aquellos dos. Había empezado a trabajar con raperos y ahora estaba trabajando con artistas de la literatura, y yo era el mismo e iba a ser el mismo. Y aquí tienes el libro, a ver qué te parece. Lo que yo he intentado, como decía Mapplethorpe, es que el autor se vea reflejado en la foto.

Javier Marías, abrumado por sus propios libros.

Javier Marías, abrumado por sus propios libros. / Jeosm

“Sí, llevo muchos tatuajes, todos significan algo, son recuerdos, cosas relacionadas con el graffiti, el nombre de libros que he publicado [sobre el grafiti, sobre luchadores], aquí esta mi perro, con una lengua enorme, aquí tengo a mi perrita… Ah, y esta foto, que está en el libro, ya los ves, están Arturo y Javier jugando como si fueran niños, Arturo le había llevado una pistola antigua. Como si fuesen niños jugando.

“Hay muchas fotos, mírales. Aquí está Mario Vargas Llosa, me gusta mucho este retrato. ¡En dos minutos! Educado, amable conmigo. La de Arturo, un primer plano muy sincero. La de Almudena Grandes no es una gran foto, pero es un gran momento con ella. ¡Y la de Rosa Montero con su perrita! ¿Sabes? Al final hago fotos también para recordar a la gente que me rodea, con la que comparto la vida. ¿Un autorretrato? ¡¿Qué dices?! No quiero ser protagonista. De hecho tuve mis dudas cuando [la editora] Eva Serrano me pidió una foto mía para la solapa, así que esta es de un compañero fotógrafo. Pero yo hubiese preferido un libro sin mi foto. Soy muy tímido, no me gustan ni la exposición ni la palestra”.