CRÍTICA DE ARTE

'Reversos' en el Prado: una exposición tediosa con un puñado de buenas obras

La muestra estrella del otoño en la pinacoteca, con los cuadros dados la vuelta, reúne piezas sin demasiado sentido. Visitamos también las exposiciones de Luis Gordillo en Alcalá 31 y de David Bestué en el Museo Patio Herreriano de Valladolid.

Instalación de la obra 'Versos (Las meninas)' de Vik Muniz en las salas de la exposición 'Reversos' en el Prado.

Instalación de la obra 'Versos (Las meninas)' de Vik Muniz en las salas de la exposición 'Reversos' en el Prado. / Museo del Prado

No todo se oculta por el mismo motivo. En la basílica de San Pedro se conserva uno de los tantos paños de la Verónica. Como es bastante feo y salta a la vista que es un icono bizantino, los papas decidieron enseñarlo muy de tarde en tarde, asomándolo por un balcón que queda sobre la colosal escultura de la santa, al ladito del baldaquino. No es un retrato cualquiera, sino uno "no hecho por mano humana"; y como no se hizo la miel para los labios del asno, los canónigos lo asoman y, en un visto y no viso, la tabla vuelve al relicario. Así, se mantiene el misterio.

En el teatro, los tramoyistas trabajan en secreto para no fastidiar la suspensión de la incredulidad (ese embeleco por el que aceptamos que en el escenario las cosas pasan de verdad). Los ilusionistas, tres cuartos. Abracadabra, humo y aspavientos y, de repente, el dos de picas, ¡mi carta! Lo que se esconde goza, a causa de nuestra curiosidad, de un prestigio muchas veces infundado: tras el recóndito y enigmático hueco del frigorífico solo hay pelusas.

En el Prado hay una exposición en la que han colgado los cuadros de cara a la pared. Dice la cartela de bienvenida: "Al voltear las obras, pervirtiendo así su frontalidad convencional, y al obligarnos a rodearlas asumiendo como espectadores un rol más activo, insertamos en el museo experiencias contemplativas que reivindican ese lado de la pintura al que no llega la luz". ¡Metafísico estáis! Textos igualmente ambiciosos (y con más subordinadas de lo que aguanta una pared) subdividen la muestra en pequeños capítulos en torno a los Reversos, que así se llama la exposición. Aunque en todos ellos hay cuadros dados la vuelta, el asunto muta más de lo esperado: el lienzo como personificación del pintor, pinturas bifaces (es decir, pintadas por ambos lados del soporte), trampantojos, "el lado oculto" (pomposo título para una selección de soportes reaprovechados en cuyo revés hay bocetos y descartes), "más información en el reverso" (etiquetas, inscripciones, dedicatorias o indicaciones testamentarias), soportes inusuales (corcho, latón o minerales) y "el cuadro como cruz", una osada lectura poética de la estructura del bastidor. Dice el comisario: "La tela se sujeta con clavos al bastidor, se crucifica, y para transportar los cuadros los agarramos por el bastidor, portamos la cruz". Las metáforas las carga el diablo.

La muestra reúne un buen puñado de buenas obras, muchas del Prado y algunas prestadas: entre otras, el apabullante facsímil de la trasera de Las meninas firmado por Vik Muniz o los cinco travesaños del bastidor del Guernica, que parecen rescatados de un pecio. También algunas rarezas, como la maravillosa Confiscación… de François Bunel el Joven o El alma cristiana acepta su cruz, que podría haber pintado por De Chirico. Sin embargo, la visita acaba por hacerse tediosa. El espectador se marea de tanto rodear peanas con cuadros (de un lado un noble, del otro una fuentecilla; etcétera) y la emoción se disuelve en la tercera inscripción en latín garabateada en la trasera de una tela. Tampoco ayudan las cargantes paredes negras, el batiburrillo temático ni la arbitraria selección: a La máscara vacía de Magritte (cuatro conceptos escritos en redondilla en cuatro celdillas poligonales) le sigue el trampantojo de un gato queriendo zamparse unos arenques; unos metros más allá, fotos de operarios protegiendo el Louvre de los bombardeos demasiado cerca de un cuadro quemado (voluntariamente, conste) de Miró. ¿Repuesto? Pues aquí tiene unos garabatos sin más importancia, por mucho que estén en un reverso, un acuchillamiento de Fontana (trascender la superficie, etcétera), el "interior chorreante" (sic) de una armadura y una colección de minerales.

Aunque el tema sea extraordinariamente sugerente, el enfoque de Reversos no pasa de lo anecdótico y lo azaroso. Recordaba, viéndola, la interesante exposición sobre Andrzej Wróblewski (que también pintaba por detrás) en el Palacio Velázquez. No hay obra suya, aunque sí del propio comisario, ahora en calidad de artista, tres cajas con polvo recogido de La transfiguración de Penni y Romano que conserva el museo. Una contribución prescindible.

Lo último de Gordillo

No demasiado lejos, en la sala Alcalá 31, el visitante puede reencontrarse con Luis Gordillo. dime quién eres Yo reúne obra fechada en las dos últimas décadas: grandes formatos con patrones reiterativos, imágenes secuenciadas, experimentos fotográficos caseros y dibujos de dudosa factura. Planteada como una continuación de Iceberg tropical (la retrospectiva que el Reina Sofía le dedicó en 2007), la exposición intenta servirse de los mismos trucos escenográficos (montajes fuera del eje, paredes coloreadas, etcétera) junto con un recorrido laberíntico que más bien recuerda a un enorme stand de ARCO.

Conviene preguntarse por las pretensiones de la muestra, más allá de la autorreivindicación y la recapitulación de trabajos recientes. En el apartado curatorial, Bea Espejo ha optado por ofrecernos una lectura injustificadamente subjetiva, opción que, lamentablemente, no conforma una visión sustancial de la obra ni ayuda a su contextualización, ya sea respecto a sus trabajos anteriores o con el hacer de otros artistas. En una cita institucional, uno esperaría algo más que una mezcolanza de técnicas y calidades (la obra menor abunda) amparada por un simple argumento cronológico. Más, cuando en los últimos años no ha escaseado la oportunidad de acercarse al trabajo de Gordillo, quien no para de ofrecernos una y otra vez la misma mercancía.

Monumental Bestué

Si, aunque sea por oxigenarnos, salimos de la ciudad, podremos visitar Pajarazos, una extraordinaria exposición de David Bestué, comisariada por Marta Sesé en el Museo Patio Herreriano de Valladolid. El artista ocupa la capilla de los Fuensaldaña con una monumental columna coronada de rojo, en una forma que recuerda a un pétalo. Es una pieza imponente, en la escala habitual de los artistas que trabajan en ese espacio. Pero es en la anodina sala 9 (anexa, que se suele rellenar con materiales complementarios) donde el artista despliega todos sus talentos. Sirviéndose de colores y materiales del paisaje vallisoletano, triturándolos y rearmándolos, Bestué compone unas planchas coloridas que son, a un tiempo, abstractas (no hay figura) y concretas (están hechas, literalmente, del mismo paisaje). La sala se completa con pequeñas variaciones de la escultura principal, conformadas sin molde, a fuerza de las manos, y unos delicadísimos ensamblados de bastidores, cilindros, cubos y rejillas de una bellísima fragilidad.