TESTIGOS DEL SIGLO XX

Costa-Gavras: “Semprún es mucho más que historia”

El director de cine greco-francés asistió esta semana al simposio celebrado en Madrid en torno a la figura del intelectual y ministro de cultura español, del que pronto se cumplirán cien años de su nacimiento

De izda. a dcha., Costa-Gavras, Jorge Semprún e Yves Montand en la época que rodaron 'La confesión'.

De izda. a dcha., Costa-Gavras, Jorge Semprún e Yves Montand en la época que rodaron 'La confesión'. / ARCHIVO

Juan Cruz

Juan Cruz

Hay una atmósfera casi eclesial en el Paraninfo de la Universidad Complutense cuando Costa-Gavras (cineasta griego naturalizado francés, de 90 años) empieza a hablar de su amigo, y guionista, Jorge Semprún, cuyo centenario (nació en Madrid el 10 de diciembre de 1923) está al caer.

Antes que Costa-Gavras, otros grandes amigos de aquel Federico Sánchez, clandestino en su tierra como agente comunista contra la dictadura, fueron desgranando el impacto que tuvo en la vida española, antes y después de ese periodo ominoso, la presencia de Semprún entre sus compatriotas, hasta que, en democracia, se integró en la vida nacional como ministro de Cultura de Felipe González.

Esta faceta fue contada con todo lujo de detalles por el que fue su antecesor en el cargo y su amigo, Javier Solana. Su último sucesor en ese cargo, Miquel Iceta, resaltó su figura y anunció para el inmediato futuro otros agasajos oficiales al más famoso de los opositores activos del régimen fascista en España. Entre esos anuncios, el ministro avisó de que un sello en homenaje a Semprún aparecerá en el periodo del centenario.

En la guerra mundial Semprún sufrió campo de concentración nazi en Buchenwald y la posguerra lo devolvió, con identidad falsa, al país en el que usó aquel nombre, Federico Sánchez, para coordinar a sus compañeros comunistas. Ese periodo tuvo, con los años , un salto al vacío de la historia del comunismo, cuando, en 1965, Fernando Claudín y él fueron expulsados del PCE tras las críticas sin freno de Dolores Ibarruri y Santiago Carrillo. Una vez disuelto el drama de esta escisión, Semprún retomó la pasión literaria que no sólo tuvo como consecuencia libros como El largo viaje o Aquel Domingo, sino que desembocó también en la pasión cinematográfica como guionista.

Su amistad con Yves Montand, actor y cantante, y la mujer de éste, Simone Signoret, lo hizo coincidir con Costa-Gavras, el cineasta griego naturalizado francés. En uno de esos encuentros el amigo griego y el escritor español se interesaron por la figura de Artur London (1915-1986), el escritor y político checo que había sido torturado por sus compañeros comunistas y terminó confesando culpas que sólo estaban en el guion de aquella Gestapo soviética.

El guion atrajo, aunque con reticencias, al amigo Montand, que en la película haría el papel de London, y convenció también a Simone Signoret para que hiciera de la esposa de aquel. El resultado fue La confesión. Costa-Gavras contó en su encuentro en honor de Semprún este martes que ellos pensaban que aquel filme, estrenado en 1970, cuando la URSS era un telón cerrado, no iba a ir más allá de los cineclubs. Pero la película tuvo un largo recorrido, como las amistades que se habían desarrollado entre el guionista, el director y los actores principales.

Lágrimas por el recuerdo

Viéndola de nuevo en Madrid, junto con los organizadores del homenaje a Semprún (al frente, Sherezade Pinilla, que tuvo la idea de este homenaje, y que trabajó por él con un entusiasmo conmovedor), Costa-Gavras lloró. Por la memoria del amigo, por el recuerdo de lo que había sido para ellos esa coincidencia en la historia de tanta posguerra. “Verla aquí, en la tierra de Jorge, esa película precisamente”, nos dijo, “me produce una emoción muy profunda. Me ha hecho rememorar las discusiones que teníamos en la casa de campo donde nos reuníamos para hacer el guion; cómo debíamos hacerla, qué debíamos cuidar, qué resultados iba a tener la idea…”

Hay una escena que hace que la gente ría, cuando en el juicio contra los comunistas purgados éstos son llamados a confesar por el tribunal que los va a juzgar por disidentes. En el momento en que declara, a un condenado se le caen los pantalones. En la sala madrileña, esta vez, nadie soltó una carcajada, pero en la sala en que acontecía el juicio, tal como lo ideó Semprún, todos los condenados, incluido London, rompieron a reír.

“Eso que ustedes han visto hoy”, nos contó Costa-Gavras, "responde a la realidad: a aquel hombre se le cayeron los pantalones ante el juez, y su hijo por cierto siempre dijo que su padre lo había hecho adrede… No era una idea de guionista, era verdad”.

¿Usted cree, le preguntamos, que una película así, esta denuncia, sería posible ahora? “Entonces no se sabía nada del Partido Comunista, ahora se sabe todo del comunismo soviético… Entonces [los hechos ocurrieron en Praga, en 1951] nadie podía pensar que se producían aquellas torturas extraordinarias, dedicadas sobre todo a la destrucción de la personalidad, hasta el punto que los perseguidos de aquella manera terminaban aceptando la confesión, como ocurrió con Artur London… En aquel tiempo había dos bloques, la gente se pronunciaba por uno o por otro. Hoy no es así, hoy lo que es inaceptable no se acepta… Ahora lo que habría que pensar es en hacer un guion sobre cómo se toman las posiciones. Por ejemplo, en el caso Israel-Palestina, parece que todos tienen razón y nadie tiene razón. ¿Cómo se toman ahora las posiciones, qué hacen los jóvenes ante este tipo de incertidumbres?”

La relación entre Costa-Gavras y Semprún fue “fortísima, muy amistosa… Era español, siempre lo fue, nunca renunció a la nacionalidad ni al pasaporte, aceptó ser ministro de su país cuando lo llamaron. Yo me nacionalicé francés, allí me han tratado muy bien, Jorge también fue muy bien tratado, pero él se vino a su país, a trabajar aquí en el gobierno… A mí me propuso el presidente de mi país, de Grecia, para un cargo, y yo no quise ir… Semprún sí fue, aquí está su país”.

Mis conversaciones con él iban sobre todo acerca de su etapa como clandestino. Un día me contó que, cuando se hizo cargo del ministerio, le dijo a un escolta: 'hace años, cuando yo era joven, me hubieras detenido'"

Un hombre que ahora es historia, le decimos, un español en su siglo o, como dice el título del ciclo que ha organizado Sherezade Pinilla, Jorge Semprún en el corazón del siglo… “Semprún es mucho más que historia”, dice Costa-Gavras… “Es más presente humano, artístico, cinematográfico, literario…” El recuerdo subraya la actualidad de su afecto por él. “Mis conversaciones con él iban sobre todo acerca de su etapa como clandestino. Un día me contó que, cuando se hizo cargo del ministerio, le dijo a un escolta: 'hace años, cuando yo era joven, me hubieras detenido'”. Fue, dice Gavras, “un hombre honorable, un gran europeo, un gran personaje”. En Costa-Gavras hay a veces la risa, la sonrisa, de su amigo.

En cuanto a la película, que se convirtió pronto en testimonio del horror de marca soviética, el cineasta subrayó, en el Paraninfo, el “mecanismo” de ejecución de aquella “tortura tóxica que debía ser larga (y así lo atestigua el filme) para transmitir el desarrollo minucioso de la intimidación implacable que terminó doblando la voluntad de Artur London".

Cuando vio la proyección, en una pequeña sala en la que también estaban Jorge y Santiago Carrillo, al que habíamos invitado, London se quedó quieto, en silencio, y llorando”. Carrillo, dirigente comunista que había contribuido a la expulsión del partido del propio Semprún y de su compañero Fernando Claudín, dijo estas palabras sobre la película: “Siempre dije que esto es lo que tenía que hacer Semprún, guiones de cine”.

La hija de Claudín, Carmen Claudín, Sherezade Pinilla, Javier Solana, Mercedes Cabrera, Felipe Nieto, Pere Vilanova, Jordi Canal, Yolanda Villaluenga (con el filme Semprún sin Semprún), Evelyn Mesquidaentre muchos otros, en el Museo del Prado, donde se hizo la mirada de Semprún, en la Residencia de Estudiantes (esa raíz republicana que sigue vigente en el alma española) y en el viejo Paraninfo, hicieron sonar el nombre de aquel clandestino que jugaba a las maquinitas para que la policía no supiera quién era aquel personaje despistado que buscaba el fin de Franco reuniéndose en Madrid con sus camaradas.

Costa Gavras lo dijo: “Semprún es mucho más que historia”.