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Lea Ypi, filósofa: "La idea de una Europa integrada es muy valiosa cuando surge de una catástrofe, pero no funciona como institución del neoliberalismo”

La escritora Lea Ypi.

La escritora Lea Ypi. / Stuart Simpson

Creció feliz en un mundo inventado donde los niños adoraban al tío Jossif (Stalin). Albania, último bastión comunista de Europa. Ignoraba que su familia era el enemigo del pueblo: la antigua aristocracia, encarcelada y sacrificada. Lea Ypi (Tirana, 1979) fue abandonada por su madre en su huída a Europa en el 97. Devastada, de la duda hizo su profesión. Contra el escepticismo nihilista encontró su fórmula magistral: la esperanza y la libertad moral. Lo cuenta a modo de crónica en Libre (Anagrama). La pasada semana participó en el simposium “¡Europa!” organizado por el CCCB.

¿A qué edad escuchó por vez primera la palabra “libertad” y qué entendió?

Oh, puede que ya en la guardería. Continuamente escuchábamos que el comunismo defendía la libertad para el pueblo albanés. Crecí en la creencia de que éramos uno de los poquísimos países libres en el mundo frente al fascismo y los dos bloques hegemónicos.

¿Les hacían creer que la independencia geopolítica era libertad?

Sí, de ahí mi perplejidad cuando en las protestas populares del 1990 gritaban “¡libertad!” como un eslogan revolucionario; no entendía nada: ¡pero si nosotros ya tenemos libertad! En la televisión nos decían que se trataba de hooligans que querían revertir el orden y la ley.

¿Y qué significa hoy para usted, qué implica?

Exactamente lo que mi abuela decía: nunca perdimos nuestra libertad interior de hacer lo que está bien. Es un concepto conectado con la responsabilidad moral, nadie puede robarte la capacidad de tomar decisiones morales, lo que está en la base del pensamiento crítico que toda sociedad debe garantizar.

Según reza el subtítulo del libro, ¿puede la Historia tener un final o es siempre un proceso cíclico donde los errores se repiten?

Obviamente es un modo de ironizar sobre el fin de la Historia que predicaba Fukuyama al final de la Guerra Fría, pretendiendo que el capitalismo liberal de Occidente había ganado la batalla ideológica y por tanto no había más conflicto de valores. No es que no fuera a suceder nada más sino que el significado de la libertad había quedado sentenciado, y esto configuró la transición de los países del Este porque fueron considerados y tratados como perdedores: el capitalismo occidental se arrogó el derecho de dirigir el desarrollo del mundo.

Lea, la contención y el miedo de sus padres construyeron un mundo de mentiras a su alrededor, pero en el fondo, ¿usted no sospechaba algo raro?

Sí, claro, sabía que las circunstancias de mi familia eran de algún modo especiales: sentía que había algo raro pero no era capaz de formularlo. Por ejemplo, mi abuela me hablaba en francés y yo no sospechaba por qué. Luego entendí que eran los vestigios aristocráticos del viejo mundo en el que se había criado. Mis padres utilizaban un lenguaje codificado, cuando encarcelaban a alguien ellos decían: ah, se ha ido a la universidad, y cosas así. Mi familia era el enemigo de la clase obrera en Albania, y, dado que yo era una niña muy ambiciosa y aplicada, trataron de preservar un futuro para mí y protegerme del nihilismo, conservando la esperanza de que algo podría cambiar, como sucedió.

¿Fue la falta de libertad durante la pandemia lo que le llevó a escribir sobre la falta de libertad en su infancia?

Absolutamente. Este libro iba a ser un ensayo filosófico, pero llegó la pandemia, vivíamos en Berlín y para que mis hijos (3) me dejaran escribir tenía que encerrarme en un armario, y aquel cautiverio existencial me hizo preguntarme si afectaría a la sociedad del mismo modo que nosotros lo habíamos vivido. Empecé a escribir y se convirtió en un libro más personal sobre mi idea de la libertad y lo menos paternalista posible, y la voz infantil me ayudó mucho.

Y ¿fue una especie de escepticismo, tras descubrir la verdad de su mundo infantil, lo que le conminó a estudiar Filosofía?

Creer en algo se hizo muy difícil para mí, y en cierto modo hice de la duda una profesión. La Filosofía es básicamente una disciplina crítica. Tenía tantas preguntas que necesitaba un espacio donde poder vivir con ellas, en la Filosofía encontré una especie de certeza donde refugiarme.

Finalmente es usted profesora de marxismo y teoría crítica en la London School of Economics. ¿Fue incluso peor descubrir las mentiras del sistema liberal?

Yo no diría peor: era un tipo de mentira distinta. Además, yo ya había desarrollado una inmunidad contra la propaganda, y un pensamiento crítico. Cuando uno no confía en ningún tipo de autoridad y piensa por sí mismo de un modo crítico, las preguntas sobre lo que se da por hecho surgen de un modo natural, incluido el concepto de libertad. El tipo de opresión de la sociedad capitalista es anónima, no surge de un partido o un Estado superior; es una opresión que se deriva de la ausencia del bien común, donde cada uno persigue su bien individual sin pensar en las consecuencias globales de sus actos. Por eso es tan difícil desmontarla.

Lea, ¿en qué consiste esa “moralidad abstracta” que le permite luchar contra el dogmatismo y el escepticismo al mismo tiempo?

Es la moralidad que no surge ni de las convenciones ni de la autoridad ni de ningún estamento social, sino de un sistema moral construido sobre el pensamiento crítico; de escrutar todas las normas y cuestionarse si son moralmente aceptables, y de observar el pasado de modo que nos ayude a afrontar los desafíos futuros. Yo encuentro la moralidad en el espacio del pensamiento crítico.

La caída del sistema trajo a su país un estado mafioso que agotó las finanzas y los ahorros hasta llegar al enfrentamiento civil en 1997. Entonces su madre huye con su hermano pequeño, dejándole a usted atrás. ¿Se sintió abandonada?

Sí, fue devastador (sus ojos se enrojecen).

Es curioso porque no lo deja entrever en el relato, sólo cuenta que se quedó muda por un tiempo. ¿No lo ha superado?

Hubo una guerra, y en esas circunstancias uno no sabe si va a morir: tenía miedo. Me sentí sola, perdí la esperanza de futuro que había traído la caída del régimen en 1991. El socialismo y el capitalismo habían fallado, no había alternativa, estaba agotada: era abandono y era desesperación: ¿a dónde vamos?

¿Cuánto tiempo duró su mutismo?

No lo sé, porque cuando sufres un trauma, olvidas el tiempo. Sólo me acordé de ello cuando eché mano de los diarios que había escrito, sólo entonces fui consciente de lo duro que fue y de los pensamientos suicidas que albergué. Y me limité a transcribirlos, no fui capaz de expresar aquellos sentimientos, permanecen en mi interior.

Porque además su padre sufrió el mismo shock, ¿cómo podría ayudarle?

Claro, además él era diputado en el Parlamento, nunca sabíamos si iba a volver a casa. Mi abuela y yo estábamos solas, por suerte era una mujer muy sabia que había vivido todo tipo de circunstancias terribles (su marido fue prisionero político y murió de inanición; su padre había sido presidente del gobierno de transición entre la última monarquía y el comunismo, y murió bajo las bombas); ella se convirtió en mi refugio moral. Mantenía una calma irreal, por ejemplo me decía: mueve la cama lejos de la ventana para que no te alcancen los disparos. Mi abuela fue el ejemplo paradigmático de la víctima, estoy escribiendo un libro sobre su vida. Pasó de ser hija de la aristocracia europea a vivir en campos de trabajo, fue madre sola, pero nunca dejó de sentirse libre porque conservó su fuerza moral, y ese es el concepto que yo he heredado: uno es libre mientras conserve su compromiso de libertad, mientras no se considere víctima.

Lea, ¿qué opina usted de la política anti migratoria del actual primer ministro británico, Rishi Sunak?

Es atroz, totalmente vergonzosa. Pero no es exclusiva del Gobierno británico, creo que es un modelo de la política de derechas presionada por la ultra derecha: en Europa sufrimos una derechización de todo el espectro político.

Él mismo, Sunak, es hijo de las migraciones asiáticas de los 60, ¿no le resulta más incomprensible aún?

Creo que la sociedad británica es muy multicultural y abierta, hubo un proyecto modélico de integración social, pero también esto está siendo arrasado por la política actual. Y cala también en aquellos que pertenecen a minorías étnicas y tienen un pasado migrante. No es Sunak el único, y no es casual que la ultra derecha elija políticos con esta procedencia, porque son inmunes a la solidaridad, se sienten superiores a los suyos. También es responsabilidad de la izquierda al abandonar su proyecto de transformación social: es una consecuencia de la socialdemocracia del XX, que abandonó su compromiso y su crítica radical al capitalismo en aras del liberalismo y el statu quo, y ahora no son capaces de articular una alternativa.

Europa se sigue considerando el escenario principal de la política mundial pero ¿está percepción es real?

Sí, la idea de una Europa integrada es muy valiosa en cuanto surge de una catástrofe, pero no puede funcionar como una institución del neoliberalismo, sino que ha de trabajar por la integración y la justicia económica, ser menos exclusiva con los migrantes y minorías, y convertirse en un actor mundial en pro de la justicia social. Pero actualmente no es ésta su prioridad, por eso es tan vulnerable a los nacionalismos de derechas. Necesita un cambio radical.

Lea, sostiene que la esperanza es una obligación moral, pero ¿cómo logra mantenerla en un panorama tan nihilista y catastrófico?

Lo que digo a mis alumnos es que el mundo no ha de ir en la dirección correcta para que encontremos esperanza, sino que hemos de buscarla en nuestro pensamiento crítico y en nuestras propuestas alternativas para el cambio. Del mismo modo que encontramos un sentido a nuestras vidas cuidando unos de otros, pese al discurso capitalista de que el hombre es un lobo para el hombre. Tú no piensas en un emigrante como un enemigo, es la sociedad quien te lo presenta como tal. La esperanza es un hecho, necesitamos actuar con esperanza, comprometernos con los otros para que nuestra vida tenga sentido. No, no podemos permitirnos contemplar el mundo como un lugar sin esperanza.