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Luis Tosar: "Soy escéptico respecto al apocalipsis pero el mundo está virando hacia lugares terroríficos como la ultraderecha"

El actor Luis Tosar, en Madrid.

El actor Luis Tosar, en Madrid. / ALBA VIGARAY

Luis Tosar es una buena persona y un gran actor al que suelen colocar de villano. En la última peli de Calparsoro, Todos los nombres de Dios, es la víctima propiciatoria de un plan terrorista islámico. Pero nada ha cambiado en él: acento gallego impoluto (Xustás, Lugo, 1971), sigue siendo un cobarde (así se declara) incapaz de no ponerse en la piel del otro, de decir: no.

-Luis, ¿es usted un buen hombre con cara de malo?

Creo que soy un hombre bueno. Eso de la cara de malo es subjetivo.

-¿Cómo nos convencería de su bondad?

Intento ponerme siempre en el lugar del otro, como ejercicio vital permanente. Me parece una buena manera de estar en el mundo, y lo recomiendo. Si lo agarras por ahí, el oficio de actor es muy sano: te ayuda a buscar el motivo de los desencuentros, que suelen tenerlo.

-¿Una receta para todos los públicos?

Sí, una buena manera de desenvolverse en la vida que la estructura social no promueve: tendemos a emitir juicios sin siquiera escuchar, y esta perspectiva de un futuro dogmático me hace temer mucho por mis hijos (7 y 4 años).

-Por primera vez le vemos en el papel de víctima total, un pobre buen hombre, ¿sienta bien?

La relación con los personajes son siempre extrañas: se trata de ponerte en su situación, sugestionarse e intentar ver qué harías tú en semejante circunstancia, que seguramente sería lo contrario a lo que se está filmando. Apelé a lo más corriente de mi forma de ser: se trata de un thriller realista.

-Han dicho que su personaje “duele”, de tristeza. ¿A usted le ha dolido?

Duele porque tienes que visitar ese dolor, llegar a ese lugar raro, pero en todo momento sabes que no eres tú; y cuando crees que has llegado, aparece el placer del actor: lo he conseguido. Es una cosa extraña esto de la interpretación. Y aunque un papel pueda trastocar mi estado de ánimo, no dejo que los personajes me penetren: yo no existo en mi personaje, es sólo una representación. No me gusta que la gente de mi entorno sufra, no me llevo conmigo nada a casa.

-En el nombre de Alá, ¿ve posible la extinción atómica de la humanidad? Lo apuntan los analistas.

Ya… (ríe y teme en un mismo gesto), confío en que sepamos gestionarlo. Siempre he sido muy escéptico con las teorías del apocalipsis pero el mundo y las políticas me van sorprendiendo. ¿Seré un ingenuo?, porque tiendo a pensar que el mundo va a ser maravilloso, pero de pronto vira hacia lugares terroríficos, como el giro a la derecha o la indolencia ante el regreso de los talibanes…

-Tal vez en Irán, en una nueva generación de dictadores... ¿Verosímil o disparate?

Quiero pensar que es un disparate pero así como lo planteas me parece verosímil. Hay una tendencia creciente a desvincularnos del amor fraterno, a que el otro no nos importe. Sí veo indicios de que todo se vaya a la mierda.

-¿Estaremos demonizando el poder radical del islamismo o es un mal radical en potencia?

(Se lo piensa 30 largos segundos de silencio). Es lo que hay: lo hemos demonizado pero esto (el argumento de la peli) es una crónica de lo que ya ha pasado, está pasando y pasará. Lo que de verdad importa de esta película es qué ocurre en la comunidad musulmana cuando algo así sucede, cuando una madre descubre que su hijo está en una célula terrorista. Son cosas que no se suelen mostrar.

El actor Luis Tosar, en Madrid.

El actor Luis Tosar, en Madrid. / ALBA VIGARAY

-El bien no es noticia, Tosar…

No, no vende.

-¿Qué puede hacer humano a un terrorista además de recordar la cara de su madre?

La cara de su madre, aquí, es el gatillo de la puerta que devuelve al terrorista a la humanidad, que le muestra de nuevo a los otros como semejantes: hace que se ponga en el lugar del otro, que es la base del humanismo. En el fondo, no creo que seamos tan diferentes unos de otros, salvo los psicópatas.

-Defina cobardía.

No hacer frente a los propios miedos que uno va atesorando y que suelen ir creciendo para hacerte más cobarde aún, al menos en mi caso.

-¿Usted es un cobarde?

Para ciertas cosas, sí. Sobre todo para decir no, porque me produce una falsa emoción de estar decepcionando o creando un conflicto. Esto me ha acompañado toda la vida.

-¡¿Es decir que siempre ha sido un buenazo?!

Creo que sí, lo que pasa es que además siempre fui algo gamberro, pero con un alto sentido de la responsabilidad, hacia mis padres, mis amigos y en general.

-¿Se ha avanzado en cuestión de violencia de género desde que rodara Te doy mis ojos (2003) o se ha enmarañado aún más la cuestión? Este año vamos en aumento.

Pues lo he pensado muchas veces: las cosas están muy lejos de mejorar desde que se empezó a contabilizar las víctimas en el 2003. Y en los últimos años está habiendo una regresión brutal que efectivamente se debe al lío que se ha montado. Creímos que estaba claro qué es la violencia de género, pero convertirla en objeto del negacionismo está provocando una reacción peligrosa.

-Aún recuerdo el susto que me dio al entrar en la sala de proyecciones al terminar la película, menos mal que iba tocado de personaje dieciochesco… ¿Cuántos otros está siendo en este momento?

Estoy siendo Luis Tosar y espero conservarlo al menos todo el otoño.

-Y ¿cuántos lleva encima desde Flores de otro mundo (1999)?

Nunca los he contado pero unos 50, creo. Una barbaridad, sí: me gusta currar.

-Llamé al 016 porque un energúmeno quiso matarme, y terminé en urgencias psiquiátricas acusada de autolesionarme. ¿Habríamos de empezar a educar el sistema desde los cherifs locales; no es esto lo que fundamentalmente falla?

Estamos descuidando la educación. Me preocupa sobre todo el mensaje que la cultura urbana manda a los jóvenes: violento, machista, sexista. Algo no nos ha salido bien si está sucediendo lo mismo que en 2003. Reeducar a un oficial de 50 años me parece casi imposible, pero ver estas actitudes en gente de 18, es muy llamativo.

-En lugar de eso hemos perpetuado el estado policial pandémico. Ahora encima quieren amarrar a los perros. Quieren matar a los perros, a los ancianos, ¿quién más sobra por aquí?

Seguramente los intelectuales. Filósofos y pensadores que dedican su tiempo a analizar el comportamiento de la sociedad para intentar mejorarlo.