LIMÓN & VINAGRE

Fran Drescher, la obrera de Hollywood

La huelga de actores dura ya una semana, con tan escasos resultados que todavía no han detenido a Jane Fonda

Fran Drescher  presidenta del sindicato de actores de estados unidos en huelga.

Fran Drescher presidenta del sindicato de actores de estados unidos en huelga.

Matías Vallés

Matías Vallés

Los actores y guionistas de Hollywood dejaron de trabajar hace años. Lo sabe cualquier espectador habitual del cine americano por haberlo sufrido en sus carnes, pero ahora es oficial. Gracias a la huelga, Fran Drescher ha pasado de actriz desconocida a protagonista principal en cuanto presidenta de los 160.000 afiliados de SAG-Aftra, el sindicato convocante.

Drescher es la obrera de Hollywood, in memoriam del obrero del PSP que aparecía en los carteles del Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván, abrazado sin problemas al catedrático trajeado porque su mono azul estaba impoluto. La protagonista de la serie televisiva The Nanny, que suena a película de terror y es su único crédito memorable, sirve de coartada a un George Clooney (fortuna personal, 500 millones de euros) compungido porque "los actores no pueden ganarse la vida". A este quejido lorquiano se suman figuras como Matt Damon (170), Jennifer Lawrence (160) o Meryl Streep (160), todos ellos al borde de la consunción.

La huelga de actores dura ya una semana, con tan escasos resultados que todavía no han detenido a Jane Fonda (200). "Se os debería caer la cara de vergüenza", plagia Drescher a Greta Thunberg como si interpretara a la madre de la activista sueca. El reproche no pretende sonrojar a sus compañeros de profesión millonarios, sino a los CEOs de los estudios, escualos que cobran botines "de ocho o más cifras", en el rango por tanto de las decenas de millones de euros. 

El tono de la filípica es tan desabrido que incluso los enamorados a perpetuidad de Susan Sarandon (60 millones en vez de años) no sólo experimentamos una súbita simpatía por los ejecutivos de la industria hollywoodiense, sino que pensamos que están infrapagados si han de lidiar con personajes del talante embravecido de la líder sindical.

"Nosotros somos las víctimas", grita Drescher, en las pateras no se habla de otra cosa. La sindicalista brama con la voz oxidada de Yolanda Díaz desgañitándose en los estertores de la campaña electoral, mientras Jason Sudeikis (20) empuña una pancarta y Mark Ruffalo (35) asiente reflexivo en aplicación del Método. Los cómicos de la legua quieren más dinero y menos Inteligencia Artificial; de la natural desertaron hace tiempo. Luis Buñuel, a quien nadie discutirá sus credenciales cinematográficas, sostenía que «los actores son tontos», en el sentido de obedientes a cualquier instrucción. Nadie en su sano juicio llamaría necio a Michael Douglas (350), aunque sólo fuera por la cifra adjunta.

Hasta los obsesos de la campaña del 23J se habrán distraído unos segundos con la estampa enardecida de Drescher junto a un señor con visera que se parece a Michael Moore (30), salvo que no articula ningún sonido. Se ve arrollado por el flujo torrencial de la sindicalista exigiendo a Walt Disney que "encierre" a su presidente Bob Iger (690) por haber cuestionado la huelga.

El enmudecido de la gorra de béisbol es Duncan Crabtree-Ireland, el líder de los guionistas que se han aliado con los actores desde el silencioso segundo o tercer plano que les caracteriza. Drescher se encarga de comprimir a los escritores a la mínima importancia que merecen. En una entrevista con The Hollywood Reporter, la periodista intenta dirigir misericordiosa el micrófono hacia el guionista, pero Drescher abre las fauces y contorsiona su esqueleto cartilaginoso para seguir en la posesión de la palabra verdadera. Cualquiera le roba una frase a la Julia Roberts (250) de la clase trabajadora.

No puede evitarse que broten simpatizantes de la huelga de actores, que además pensarán que Drescher se sacrifica por sus colegas desvalidos, hasta que escuchen la siguiente escena. La obrera de Hollywood se revuelve contra la supresión acelerada de las series actuales. Para demostrarlo, recurre a la autopublicidad engañosa. Se solaza con la media docena de temporadas de vigencia de The Nanny, por comparación con las efímeras producciones en curso. Hasta un crédulo en las escenas de amor de la pantalla advertirá el egoísmo y la soberbia de esta actriz de la escuela de su colega Meghan Markle (60).

Tal vez no han reparado en que Drescher propone que se alarguen series mefíticas para alimentar a actores y guionistas, con total independencia del daño al paladar de la audiencia. La idea de un público cautivo literalmente demuestra que los supervivientes nada millonarios de la platea han de tragarse la bazofia que se les sirva. El actor siempre tiene la razón; lástima que su planteamiento abstencionista no contemple que la huelga de espectadores es indefinida por irreversible.