HISTORIA DE UN SELLO MÍTICO

El gen DRO o cómo lograr que lo independiente, en la música, pueda ser masivo

La periodista Laura Piñero traza una impresionante panorámica de la industria musical española de los ochenta y noventa en el libro 'Aquellos años accidentales. DRO, la discográfica independiente que lo cambió todo'

Una foto promocional de la banda Aviador Dro, con Servando Carvallar, fundador del sello DRO, primero por la izda.

Una foto promocional de la banda Aviador Dro, con Servando Carvallar, fundador del sello DRO, primero por la izda. / Cedida

Hay libros que se leen como si estuvieras viendo una película. Un biopic coral o un documental. Tal es el vigor que irradian. Aquellos años accidentales. DRO, la discográfica independiente que lo cambió todo (Libros Cúpula, 2023), es uno de ellos. Durante años hemos asistido a la interminable dicotomía entre los ochenta de la tan cacareada movida y los noventa del controvertido primer indie, con sus exégetas y sus detractores, pero este enorme libro (no solo por sus 551 páginas), escrito por la periodista Laura Piñero (Cartagena, 1985), tiene la virtud de mostrar una radiografía del estado de la música pop española y su industria durante ambas décadas, mostrando con ecuanimidad una clara línea de continuidad.

Es el relato de cómo un puñado de jóvenes idealistas amantes del pop y el rock, sin ninguna formación en el sector, lograron modelar desde presupuestos realmente independientes, partiendo de cero, toda una escena de músicos que cambiaron la faz de la música popular española, y además consiguieron que muchos de sus principios se mantuvieran vigentes cuando una multinacional compró sus activos. La historia es conocida: Discos Radiactivos Organizados (DRO) se une en los ochenta a Grabaciones Accidentales (GASA), más tarde también lo hacen a Tres Cipreses y Twins, y ese pequeño conglomerado de sellos independientes es fagocitado en 1993 por la multinacional Warner.

Indies en una multinacional: la cuadratura del círculo


El milagro es que algunos de sus principales responsables no solo no acabaran laminados en la nueva gran compañía, sino que terminaran figurando entre sus responsables. ¿Fueron un milagro? ¿Un caballo de troya en una industria inmisericorde? ¿Una muestra suprema de posibilismo? ¿Pervive aún ese llamado gen DRO en lo que hoy en día es Warner? Desde luego, las que aún están ahí son las canciones. Las de Duncan Dhu, Loquillo, Siniestro Total, Esclarecidos, Parálisis Permanente o Alphaville en los ochenta. Pero también las de Fangoria o Los Piratas en los noventa.

Loquillo y los Trogloditas, que publicaron sus primeros discos en DRO / Tres Cipreses./ Cedida


“Descubrí no solo los sellos, sino a toda la industria independiente, como la revista y tienda Discoplay o la fábrica de discos que trabajaba para todos estos sellos”, comenta su autora, quien ha culminado cinco años de intenso trabajo sin plegarse al socorrido formato de historia oral, pese a que por sus páginas pasen decenas de testimonios: responsables de sellos como Servando Carballar y Marta Cervera, Alfonso Pérez o Paco Martín, productores como Jesús N. Gómez, radiofonistas como Rafael Revert y un montón de músicos. “Pongo en primer lugar el valor de la historia, de forma que la pueda leer cualquier persona: de hecho, quería novelarlo por completo, pero luego mantuve el aire de ensayo aunque conservando cierto aire literario que se va perdiendo conforme avanza el libro”, cuenta Laura, quien asume que esta es “una historia de sexo, drogas y rock and roll, que sería una película en EE.UU., pero también una guía de la industria independiente que nos afecta a todos, que no se había destacado ni contado y que nos retrata socialmente, ya que atraviesa todas las crisis que han marcado la industria del disco”.

De hecho, una de las ventajas (y a la vez desventaja) con que contaba la autora es su edad: no vivió aquellos ochenta en primera fila, con lo que su mirada estaba descontaminada pero al mismo tiempo podía ser objeto de suspicacias. “Tuve síndrome de la impostora porque no sabía si yo era la persona adecuada: no olvidemos que Diego Manrique, Patricia Godes o Jesús Ordovás, por ejemplo, ya estaban ahí, y me costó que algunas personas confiaran en mí, especialmente porque aún hay algunas heridas abiertas entre algunos de los protagonistas, pero siento mucho respeto por una historia que no es mía, es de ellos, y en ningún momento me posiciono ni doy mi opinión”, explica la periodista.

Laura Piñero, autora del libro./ Cedida


A pesar de ese afán de imparcialidad, Piñero sí se moja cuando se le pregunta si el gen DRO sigue vigente. “No me pronunciaría sobre si existe ahora, pero sí creo que en los primeros años noventa hubo gente que se enfrentó desde ese espíritu al de la multinacional, y terminaron siendo grandes directivos de Warner, como Charly Sánchez, que era conductor de metro y lo compaginaba con DRO, o Alfonso Pérez, que era economista de Ágata Ruiz de la Prada y trabajaba en GASA: empezaron desde abajo por puro amor a la música y lucharon por mantener esos gustos e ir contracorriente, aunque las normas del mercado fueran otras. Y luego fueron muy inteligentes al ser conscientes de que debían arropar las nuevas líneas de Warner y ver quiénes encajaban en los parámetros de la multinacional, como hicieron con los fichajes de Laura Pausini o Álex Ubago, consiguieron un equilibrio”.

De Aviador Dro a Pixies


Hablando del rey de Roma: Alfonso Pérez fue, efectivamente, fundador de Esclarecidos y de GASA en los ochenta, hasta que en los noventa pasó a ser director artístico de DRO/Warner, cargo que ocupa en la actualidad. Es el hombre que siempre estuvo allí. Y mantiene una excelente relación con Iván Ferreiro, cuyas charlas con Laura Piñero fueron esenciales para dar origen a este libro. Por algo el prólogo tiene rúbrica del músico vigués. En conversación con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA él reconoce que, en retrospectiva, “el gran acierto fue de de Saúl Tagarro, que era presidente de Warner entonces, porque tuvo muy claro que nos tenía que dejar volar solos, y cuando hubo la fusión entre Warner y DRO, nos quedamos: él desde un primer momento pensó que había que dejar que funcionáramos a nuestra manera, supongo que algo habríamos hecho bien”, recuerda.

La convivencia entre el núcleo duro de DRO y el de GASA había sido armónica pese a que representaban modelos muy distintos: ambos independientes, pero los primeros más cercanos al rock, a la provocación y a lo barrial; los segundos más de extracción universitaria, estetas y elegantes. “Supimos respetarnos muy bien, cada uno tenía sus gustos y los desarrolló como buenamente pudo”, recuerda Alfonso, quien reconoce que durante los años ochenta publicaban cosas que no podían ser menos comerciales, “discos muy raros, desde Carles Santos al Taller de Música Mundana, que tocaban con instrumentos de papel”, y ya después del exitazo de Duncan Dhu (uno de los grandes aciertos de la compañía), empezaron con la distribución de discos de las mejores indies extranjeras: “Empezamos con Les Disques du Crépuscule, cosas como Anna Domino o Isabelle Antena, y casualidades de la vida, ahí había un tío que se llamaba Wim Mertens, de quien no pensamos que fuera a vender y luego vendió una barbaridad de discos”, recuerda. Luego vinieron Pixies, Happy Mondays o The Sugarcubes -el grupo con el que saltó a la fama Bjork-, conocidos en España gracias a la distribución de GASA: “Teníamos a 4AD, Creation, One Little Indian y todas las indies buenas extranjeras, fue una época muy bonita porque nos íbamos a Londres o Nueva York y volvíamos con unos catálogos impresionantes: el Sister (1988) de Sonic Youth vendió un montón, y no era un disco nada fácil. Hay incluso un artículo del New Musical Express que hablaba de GASA como la mejor compañía del mundo, pero era porque contábamos con las mejores compañías”, rememora.

Cuestión de equilibrio


Laura Piñero pone en valor el hecho de que el núcleo procedente de DRO/GASA defendiera a capa y espada determinadas apuestas ya en Warner: “Quise que el libro fuera más allá del 93 porque hubo un ejercicio de supervivencia por parte de los independientes que querían seguir siendo independientes dentro de Warner, ya que con Los Rodríguez y Compay Segundo, por ejemplo, se enfrentaron a los directivos, que no los veían viables”.

Si quieres ser A&R has de dejar tu gusto en casa, no puedes mantener una empresa con un montón de empleados solamente sacando discos de 'free jazz'"

— Alfonso Pérez, cofundador de DRO

Alfonso Pérez lo relativiza, consciente de cierto pragmatismo: “Si quieres ser A&R has de dejar tu gusto en casa, no puedes mantener una empresa con un montón de empleados solamente sacando discos de free jazz, aunque luego hay artistas que no son de tu gusto personal pero sí lo son como personas, y eso también es muy gratificante”, considera.

Curiosamente, con lo que no congeniaron es con el llamado primer indie español, a principios de los noventa: “Nos pusimos de lado porque yo no entendía que se cantara en inglés, aunque fueran grupos muy interesantes, porque algunos de ellos ni hablaban inglés: no acabábamos de verlo, y no por prejuicios”, dice. Aunque sacaron algunos, “y encantados, como el primero de Najwa Nimri, que era en inglés, e incluso tratamos de fichar a Dover, pero ya estaban detrás EMI: ellos sí triunfaron en inglés porque en la música cualquier regla tiene su excepción”, esgrime.

De invisibilidades y de canciones, lo que al final queda


Laura Piñero revindica también en su libro el papel de un buen número de mujeres cuyo trabajo careció de reconocimiento, porque en la mayoría de casos “eran mano derecha de un hombre que era director de una oficina de contratación o se dedicaban a la promoción, que era algo menos visible”. Nombres como los de “Malés Castaño, quien fue de las primeras road manager de España; Maribel Schumacher, de las primeras directivas de una discográfica; Chusa de la Cruz, que fue la que les dijo a sus compañeros que escucharan a Duncan Dhu cuando no les conocía nadie o Alaska, quien es ejemplo de mujer pionera a la hora hacerse escuchar en un mundo de hombres: cuando le sugirieron que fuera la nueva Karina se negó y se arriesgó. Hoy en día son María Pellicer, Paz Aparicio o Marcela San Martín quienes toman su relevo”.

Resalta el enorme poder difusor que tenía la radio, con personajes como Rafael Revert, y da fe de que “los mejores momentos que recuerdan todos estos profesionales no están relacionados con el dinero ni con la fama, sino con ser parte de algo, con cómo intentar colar sus discos en una radio comercial, con cómo conseguir que un artista que hace una música rarísima llegue a la gente, porque es el amor por la música el que está presente: había mucha pasión y no importaba tanto la meta”.

Alfonso Pérez concluye, por su parte, con un recuerdo que tiene mucho que ver con Mario Pacheco (Nuevos Medios), el disquero que sí cuenta, con toda justicia, con un documental sobre su vida (Relevando a Mario, 2020): “Hace cuarenta años nos entrevistaron a Pacheco, Servando Carballar y a mí, y Mario dijo una frase que me llegó al alma, en la que decía 'espero que cuando me muera alguien diga que este señor ha editado un disco muy bueno, como el Harvest (1972) de Neil Youn'. La herencia que queda son las canciones, ya sea en discos o en Spotify”.