Opinión | ESPEJO DE PAPEL

134 páginas de pasión y de alegría

En 'Una homosexualidad propia', Inés Martín Rodrigo lanza una botella al mar de otras mujeres que, teniendo la misma relación que ella con la sexualidad, aún no han roto las amarras que la sociedad impone

La escritora y periodista Inés Martín Rodrigo.

La escritora y periodista Inés Martín Rodrigo. / ALBA VIGARAY

Conocí de cerca a Inés Martín Rodrigo hace algo más de un año, cuando se estaba fraguando en la cabeza de algunos de nosotros el suplemento Abril que dirige Álex Salmon y en el que ella tiene un destacadísimo trabajo como entrevistadora de lujo, como editora impar y como articulista, igual que hace en El Periódico de España que dirige Gemma Robles.

Gemma y Albert Sáez, el director de El Periódico de Cataluña, le dieron alas a este suplemento que hace unas semanas celebró en Madrid el primer aniversario. Y allí estaba Inés, con compañeros como Jacobo de Arce, Leticia Blanco y Elena Hevia, brindando con Javier Moll y con Aranxa Sarasola, presidente y vicepresidenta de Prensa Ibérica, brindando por la salud de una apuesta que parecía lejana cuando aquella vez, en el Hotel de las Letras (¿dónde si no?), conocí de veras a Inés Martín Rodrigo.

Entonces ella ya había ganado el premio Nadal de novela, con Las formas del querer. En aquel momento aun no tenía cuarenta años, que son los que denuncia ahora (Madrid, 1983) la parte de biografía que tiene su nuevo libro, Una homosexualidad propia. Una reivindicación lésbica a través de sus referentes culturales (Destino, colección Referentes).

Por las fotografías y otros datos que podían colegirse de su ya merecida fama literaria, ganada también con su excelente trabajo en las páginas de Cultura de Abc, de donde venía, parecía una mujer decidida, con una cultura (periodística, literaria) más que sobresaliente.

Su conversación, lejos de mostrar a una joven tímida, explicaba una sólida sensación de madurez. Decidida, culta, enseguida le ganó al veterano que la tenía delante en audacia y en cercanía, y después ya no sólo ha sido compañera sino maestra.

Sencilla y disponible, sabe mezclar las tareas para las que está tan dotada, la entrevista, la escritura, el trabajo para mejorar en edición lo que los colaboradores dejan inacabado, y es un referente dentro y fuera del ámbito en el que nosotros nos movemos.

Más que una periodista, sin duda, tenía dentro de sí un libro, casi un poema, de reivindicación de su personalidad más íntima. Ese libro, que acabo de leer, es un mensaje dentro de una botella limpia, su declaración de mujer que, llegando a los cuarenta, ya puede decir al viento, y a la vida, que es lesbiana.

Aquí, en Una homosexualidad propia, lanza una botella al mar de otras mujeres que, teniendo la misma relación que ella con la sexualidad, aún no han roto las amarras que la sociedad impone, en España, y en todas partes, con su aviesa costumbre de cortar la libertad personal de los seres humanos. Hombres y mujeres, homosexuales de uno u otro sexo que, aherrojados por la mala costumbre de las prohibiciones, nunca han podido ser felices con la lección venturosa que les ha deparado la vida.

El libro no es una sorpresa en ella, seguramente, pues ella iba escribiéndolo de una manera u otra, y eso dice, durante años, desde que comprobó que no había otra atracción mayor en su caso que la que le producían las personas de su propio sexo.

El modo en que ella va contando sus descubrimientos, y su miedo a decirlo, incluso entre los más queridos o los más próximos, es una lección que va convirtiéndose, en cada una de las 134 páginas de las que consta, en una combinación gloriosa de pasión y de alegría.

Aquella muchacha a la que había conocido un año antes en el Hotel de las Letras, tan marcada por la literatura, es aquí un ejemplo humano de la valentía que hay que tener para descubrirnos lo obvio, lo que latió en su corazón desde que tuvo uso de esta razón: cuando dijo, cuando se dijo a sí misma, “soy lesbiana”.

El orgullo con el que abunda en esa afirmación, “soy lesbiana”, dura todo el libro, sin desmayo alguno, sin duda alguna. Es la consecuencia no sólo de la convicción personal, de la decisión a la que la llevó la naturaleza, sino que es el resultado de una pasión cultural para explicarse, también, de dónde viene su amor y de donde vienen amores de otras personas, mujeres, en este caso, que en el pasado tomaron el mismo camino hacia el placer y la alegría que ella siente desde que se decidió a dejar a un lado las dudas, y la maldad, que contagia aun la sociedad contemporánea.

Esa explicación de lo que sucedió con otros casos, en el mundo de la literatura, que es el suyo, en el del cine, otra de sus pasiones, en la vida común, alienta en estas 134 páginas con su densidad de pasión y compromiso. No hay desmayo en la redacción, pues siempre hay en el texto, y en el contexto, ejemplos de cómo ella se fue haciendo cargo de los mensajes de la naturaleza.

La escritura se acompasa, con humor y gallardía, como una explicación perpetua, pero también con enorme precisión. Su amor por las palabras (las definiciones a las que recurre son siempre pertinentes, nos llevan a entender el pasado de la impostura contra el lesbianismo) dominan las páginas con subrayados que llevan al lector a navegar por un mundo que, de pronto, resulta mucho más que el que puede generar un libro.

Este Una homosexualidad propia constituye, pues, una pequeña enciclopedia de amor y pedagogía. Después de esta lectura, nadie puede alegar ignorancia para comprender esta pasión que ella describe desde la vivencia más difícil y luego desde la experiencia más decidida que la acompaña desde que un día, por ejemplo, avisa en la casa natal de que dentro de nada pasará las Navidades con la mujer a la que ama.

El libro es un abrazo a quienes quiere, pero es también, o sobre todo, la reivindicación de un apasionamiento sobre el que nadie tendría que objetar nada. En la suma de melancolías que también presenta este libro de Inés Martín Rodrigo también está una denuncia que hoy adquiere una actualidad insólita y triste: esa conquista, el triunfo de la homosexualidad como signo de la libertad contemporánea, está hoy de nuevo en peligro, pues la sociedad se apresta a dejar que libertades así, tan naturales, tan consabidas, tan preciosas, sean puestas en peligro por los burlones contemporáneos.

Quizá Inés Martín Rodrigo no escribió el libro para que fuera leído ahora como una denuncia de este momento tan oscurecido, pero lo cierto es que aquí está, escrito para deletrear la palabra libertad unida a sexo y a pasión y a alegría, y es en sí mismo un dique que deja pasar, además, el agua fresca de la gran literatura. Contra el tiempo oscuro que se cierne, este libro es un remanso de alegría por el que brindo igual que brindamos por el mes de abril este mismo mes de junio en que aparece esta declaración de homosexualidad propia.     

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