ENTREVISTA

Manuel Calderón, autor de 'Descampados': “El 'procés' provocó fractura y silencio”

En el nuevo libro del escritor y periodista aflora la conciencia de una época, de un tiempo que ocurre sobre todo en Barcelona, adonde llegó con sus padres en los años 70

Una foto de Paco Gómez.

Una foto de Paco Gómez. / ARCHIVO PACO GÓMEZ / FUNDACIÓN FOTO COLECTANIA

Juan Cruz

Juan Cruz

Quien toca este libro toca un hombre, una historia, una ciudad, un dolor. No es común que haya libros así, tan llenos de la vida de otros contando, además, una vida propia, la del autor. Él es periodista, trabajó en muchos medios, pero no es su oficio sólo el que aquí lo lleva a escribir Descampados, sino algo así como la conciencia de una época, de un tiempo que ocurre sobre todo en Barcelona, adonde fue a vivir con sus padres, desde Córdoba, en 1970. 

El periodista y autor de 'Descampados', Manuel Calderón.

El periodista y autor de 'Descampados', Manuel Calderón. / JOSÉ LUIS ROCA

Descampados (Tusquets) refleja todas las zonas de asombro o incertidumbre de aquel tiempo y de los años sucesivos en que Barcelona, España, Cataluña, han proporcionado asuntos, dramas, extrañezas, que pueblan el libro como un río extraordinario en el que también hay agua sucia. Mezcla de memoria, añoranza y denuncia, este libro parece hecho para que la voluntad de olvido sea incapaz de tachar una experiencia de la que aquí habla su autor con un sosiego que es también propio de su de arte. 

Manuel Calderón nació en 1957. Tiene la edad de una experiencia, la de su país de nacimiento y la de una escritura que proviene de los grandes de la época en que arrancan su oficio de periodista y su aspiración de poeta o filósofo. Es la historia personal, y también colectiva, de un ciudadano que se enfrenta a lo que pasó y lo hace sin rencor ni ira. Hablamos con él en el Hotel Santo Mauro de Madrid. Su voz sonaba como si estuviera subrayando un libro. 

P. ¿De qué se ha tenido que despojar como periodista para hacer este libro?

R. Me he tenido que despojar de la incertidumbre de escribir una crónica sabiendo que el editor te la iba a cortar. Yo he entendido siempre el periodismo como una actividad que cuenta los hechos pero siempre desde un punto de vista y eso he tratado de hacer aquí. No sé si lo he logrado, pero esa era mi intención. 

P. ¿Cuál su juicio del periodismo de ahora? 

R. Al dejar la actividad diaria del periodismo hubo un colega veterano que me dijo: “Manolo, no te preocupes, nos tocó la mejor época del periodismo, los años 80 y 90.” Y, sí, es verdad: ahora hay un encanallamiento de muchos temas de la actualidad e, incluso, de la escritura. A mí me gusta el periodismo de contar los hechos y no tanto el de opinión y… hoy falta capacidad crítica para contar los hechos laterales de las cosas. 

P. El libro empieza con una frase que tiene que ver con su esencia: “una tierra sin memoria”. 

R. Sí. Y luego están los protagonistas del libro que son ecos que todavía están resonando. Son voces de España y de Cataluña que vienen de un tiempo en el que no había modernidad. Son de un lenguaje muy puro y muy poco victimista. Nosotros llegamos a Cataluña con mucha alegría y eso sorprendía, porque creían que deberíamos estar tristes por haber dejado nuestra tierra. Pero nosotros íbamos dispuestos a la integración.  

P. Aquí está muy presente Pasolini. Él mismo es un descampado… 

R. Pues… sí, puede ser. Pasolini muere en Ostia, en el límite de la ciudad, en donde tiene un monumento que está prácticamente escondido, porque fue acusado de tener relaciones sexuales con menores y parece que eso pesa más que su obra. Pero, sí, tal vez ese lenguaje con el que él hacía sus cosas, en literatura, en cine, resuene aquí. 

P. Cuando habla de Franco, de su muerte, de los incidentes de entonces y cuando avanza en lo que cuenta, usted escribe: “Desconfío de la memoria.”

R. ¿Desconfío de la memoria? Pues… no lo sé. Será porque desconfío de la memoria alicatada, que es algo muy español. Me gusta más construir con pequeñas piezas un mosaico. La memoria no sólo es selectiva sino que elige siempre el dolor. Mis padres sufrieron mucho cuando eran jóvenes, pero luego nunca recalcaron ese sufrimiento. Bueno, mi madre tenía un dolor interiorizado y lloraba por el pasado. Yo escribo este libro en un contexto en el que la memoria empieza a ocupar un papel central en España. Pero desconfío de la memoria personal, prefiero la de los historiadores. Creo que en España hay mucho olvido, pero no perdón. Y sólo si hay perdón se pueden transformar las cosas. 

En España se ha pasado de la premodernidad a la posmodernidad sin un desarrollo profundo de la modernidad. Por eso aquí las llamadas guerras culturales tienen mucho eco"

P. ¿Cómo ha huido de lo que denuncia aquí, de cada una de las épocas del mundo en el que vivía?

R. Aceptando todas las contradicciones. Aceptando la perfección y la imperfección, la corrección y la incorrección. Creo que en España se ha pasado de la premodernidad a la posmodernidad sin un desarrollo profundo de la modernidad. Por eso aquí las llamadas guerras culturales tienen mucho eco. Porque nos ha faltado una solidez, una modernidad crítica para despreciar debates que no tienen el menor interés. Aquí yo sólo he que querido mantenerme en un espacio contradictorio. 

P. ¿Le ha dolido escribir este libro?

R. Este libro ha sido un espacio muy libre de escritura, porque es donde he podido arrojar textos que no sabía dónde meter. Lo que sí ocurre es que he tenido pudor con las descripciones. Y, de hecho, lo digo: “no contaré todo lo que he visto.” Por pudor y por la purificación de los sentidos. He tenido un cierto… autocontrol, digamos. Porque detesto el patetismo de suburbio: abusar de la marginalidad. 

P. El lenguaje, de la época, de este tiempo, marca muchas zonas del libro. En este párrafo sobre lo que se decía y no se decía, usted señala una palabra que sigue siendo de aquel tiempo: “Un niño nunca diría cuneta.”

R. Es que es una palabra de nuestro acervo más primitivo y duro. Es una palabra donde semánticamente está todo dicho.

P. Está muy subrayada la amargura. 

R. Más bien es un rasgamiento del lado obscuro de la vida. A mí me interesa mucho Juan Rulfo, por ejemplo, porque él hace eso en sus libros. Yo no soy Rulfo, pero de alguna manera quise seguir su estela en ese sentido. 

P. ¿Qué es Cataluña para usted?

R. De Cataluña detesto mucho la expresión “migrante agradecido.” Yo me siento un barcelonés. Voy a los mismos lugares que hace 40 años y tengo una visión idealizada de Barcelona, es una ciudad que me sigue emocionando como cuando era niño. Pero ahora… ahora hay ahí una realidad que yo califico como monstruosa. Y eso me asusta. Pero de Cataluña… de Cataluña no te puedo decir gran cosa porque no la conozco. Conozco Barcelona y ya está. 

P. ¿Qué le pareció el procés y todo lo que ocurrió?

R. Yo cubrí todo eso como periodista, fui a ver la Barcelona burguesa, vi a muchos haciendo cola para votar en el referéndum con toda tranquilidad. Pero a mí me pareció que se estaban dando un autogolpe. No sé si te he contestado, pero… eso vi en 2017. 

P. Me ha contestado. Pero ahora dígame: ¿qué consecuencias tuvo eso para este país y para los catalanes?

R. Yo creo que una nefasta consecuencia: frenar la posibilidad de crear un marco común de convivencia en un territorio federado, que es lo que es España. Eso ha sido una irresponsabilidad mayúscula, tremenda, grave. Porque eso ha provocado una fractura y ha provocado silencio. Sé de grupos de amigos o de familias que han roto toda forma de contacto por ese tema. Esa división tendrá consecuencias devastadoras para el desarrollo social, que debería ser armónico siempre.  

El nacionalismo fue muy cruel, despreciativo, irrespetuoso… con la ciudadanía. La mentira era el gran valor político, porque muchos se creyeron que Cataluña era un país humillado y derrotado. Algo totalmente falso"

P. ¿Eso es algo que le llegó al fondo del alma?

R. Sí. Porque esos días observé la diferencia entre la realidad política y la realidad de la calle y cómo gran parte de la sociedad catalana había sido marginada. El nacionalismo fue muy cruel, despreciativo, irrespetuoso… con la ciudadanía. La mentira era el gran valor político, porque muchos se creyeron que Cataluña era un país humillado y derrotado. Algo totalmente falso. 

P. ¿Y esa herida permanece?

R. Bueno… yo prefiero refugiarme en la cultura y no tomar en cuenta cosas como esas. Prefiero hacer eso. 

P. Una palabra clave para usted es ‘charnego’, a partir de esa palabra hay mucha reflexión en su libro.

R. Sí. Pero ‘charnego’ es una palabra que yo no oía, lo que sí notaba era una diferencia en el trato. El que recibe al emigrante crea tabúes y un paternalismo hiperdesarrollado. Eso es lo que creo que ha sucedido, concretamente, en Cataluña. Una vez Gabriel Ferrater habló del charnego con una crueldad despiadada. Juan Marsé, en cambio, fue muy comprensivo y tenía el arrojo o, incluso, la chulería de plantear un tema central: la admiración hacia el pobre inmigrante. 

P. Su padre no murió de muerte natural sino de muerte de pobre.

R. Mi padre murió atropellado en Madrid. Lo atropelló una furgoneta de reparto y… he querido seguir el caso, pero… yo he pensado que mi padre cruzó la calle e hizo un gesto de… A ver: que ya ha pasado mucho tiempo de eso. Ya está. 

P. ¿Cuándo uno escribe es posible apartar lo que más duele?

R. Es que… aquí está lo que más duele, todo lo demás es veneno. Yo creo que el procés no dio nada bueno.