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Crítica final de 'The Mandalorian (temporada 3)': este es el camino (para la saga galáctica)

Tras algún desnivel ocasional, la serie de Jon Favreau ha acabado en un punto álgido, equilibrio ideal de acción legible y emotividad imposible

Grogu, subido al droide IG-12, y su padre Mando (Pedro Pascal) en el capítulo final de temporada de ’The Mandalorian’.

Grogu, subido al droide IG-12, y su padre Mando (Pedro Pascal) en el capítulo final de temporada de ’The Mandalorian’. / LUCASFILM/DISNEY

Juan Manuel Freire

Juan Manuel Freire

¿De qué hablamos cuando hablamos de la tercera temporada de The Mandalorian? Se puede argumentar que, en realidad, arrancó en el quinto episodio de El libro de Boba Fett, que para el resto de serie fue El libro de Din y Grogu. Curiosamente, del mismo modo que el cazarrecompensas encarnado por Pedro Pascal y su protegido (o ya protector) Grogu acabaron robando todo el protagonismo al pobre Boba (Temuera Morrison) en aquel spinoff, aquí la guerrera Bo-Katan Kryze (Katee Sackhoff) ha podido desviar el foco de los presuntos héroes de la serie, haciéndonos preguntar, a veces, de quién habla el creador Jon Favreau cuando habla de The Mandalorian

Episodio a episodio, ha quedado claro que esta entrega iba a girar en torno al nombramiento de un nuevo (o mejor, una nueva) líder de los mandalorianos, alguien capaz de unificar a los clanes y reconquistar Mandalore. El arco de Bo ha sido el más ajetreado: de su punto más bajo, sin hogar, sin planeta, sin el sable oscuro, ha pasado a ser redimida y aceptada en el asentamiento de los Hijos de la Guardia o, después (bastante rápido, de hecho), ser promovida por la armera como as de guía de un pueblo. Sin su climática aparición en cierto clímax del último episodio, quizás habríamos dicho adiós a Din y Grogu para siempre. 

Nada que objetar al personaje de Bo-Katan, poderoso, carismático y con una gran historia en las series animadas de Dave Filoni (en las que Sackhoff ya le dio voz), pero por momentos se echó en falta una mayor insistencia en todo aquello que hizo mágico a The Mandalorian en un principio: la relación entre Mando y su (relativo) bebé verde, además de la apuesta casi humilde, pero virtuosa y elegante en la acción, por una aventura sin excesivas complicaciones

Aquí ese disfrute puro se ha visto obstaculizado en ocasiones por el intento de profundizar en la mitología mandaloriana (rituales y costumbres, armas y armaduras, folclore mítico y místico) o incomprensibles desvíos a la ciudad-planeta Coruscant, uno de ellos para casi todo un episodio, 'El converso', centrado en las tribulaciones del clonador Dr. Pershing (Omid Abtahi) como parte de una trama de poco inspirado thriller político. De repente, The Mandalorian se convertía en Andor, pero sin el tacto realista o el nivel en los diálogos de la creación de Tony Gilroy

El corazón de la serie siempre debió ser, y ha acabado siendo, la relación entre Mando y un Grogu que empieza a hacerse mayor, a mejorar seriamente en sus habilidades mientras cambia el aprendizaje Jedi por el mandaloriano. Ahora es el peque quien puede rescatar al padre, como en aquel gran segundo episodio, Las minas de Mandalore, con Mando apresado en la jaula de metal de un cíborg desconocido en el folclore de la saga. También en la espléndida finale, 'El regreso', Grogu devuelve a su padre adoptivo (ahora oficial) el favor por sus esfuerzos en El rescate

El regreso es indivisible del episodio anterior, también mayúsculo Los espías: arranca en mitad de una acción dejada a medias, la emboscada de los imperiales al equipo de exploración mandaloriano y el desafío a nuestros héroes de un Moff Gideon (Giancarlo Esposito) en versión mejorada, con traje de soldado oscuro forjado a partir de una aleación de beskar. Ambos capítulos (uno solo, insistimos) están dirigidos por el también productor ejecutivo Rick Famuyiwa, que apuesta de nuevo por una acción legible y en la que siempre hay mucho en juego no solo a nivel argumental sino emocional. Ambos representan una síntesis ideal de todas las eras de la franquicia: el aliento pulp de la trilogía original; la amplitud territorial, temática y dramática de las series de Filoni, o algo de la mejor imaginería de la trilogía de secuelas, como esa Guardia Pretoriana de fotogénicas armaduras rojas.

Como dice la frase clave de la filosofía mandaloriana, "este es el camino". Y como al final de cada temporada (incluyendo la única de Boba), es fácil hacerse cierta pregunta mientras se asimilan estos electrizantes últimos minutos: ¿con series así (o, claro, Andor), quién necesita películas de Star Wars?