Opinión | ESPEJO DE PAPEL

La primera visita a Cabrera Infante, el genio que no cesa

El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, a la izquierda de la imagen, durante un descanso de un día de trabajo voluntario cerca de La Habana en 1959, junto a la que entonces era su mujer (segunda por la izquierda), Marta Calvo y otras personas.

El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, a la izquierda de la imagen, durante un descanso de un día de trabajo voluntario cerca de La Habana en 1959, junto a la que entonces era su mujer (segunda por la izquierda), Marta Calvo y otras personas. / AFP

Eran las cuatro en punto de la tarde de otro día sin sol en Londres cuando toqué por vez primera a la puerta blanca de una casa inolvidable en el número 53 de la calle Gloucester Road. Llevaba en la mano una botella de Tía María, que resultó ser un regalo absurdo, y vestía una ropa como si fuera a ver a Dios.

Dios era Guillermo Cabrera Infante. Fue expulsado de Cuba y tampoco lo quiso en España el dictador Francisco Franco. ¿El pecado? Ser el mejor escritor de Cuba desde Lezama Lima, cuyo peligro consistía en haber abjurado del régimen de Fidel Castro, que por esos azares gallegos de la vida no era mal visto por el dictador español. En Cuba había estado envuelto en el desafío que su hermano Saba había planteado al exhibir una película que las autoridades entonces todavía revolucionarias consideraron desafectas al régimen que ya había exhibido su carácter estalinista.

En la capital inglesa rehízo su esperanza de vida, vigilado por los secuaces castristas enviados a hacerle la vida imposible a él y a su familia, a la que ya se había unido su nueva mujer, la actriz Miriam Gómez, una de las mejores exponentes del arte cinematográfico de la Cuba revolucionaria.

Entre los trabajos que Cabrera Infante, también guionista de cine, además de autor de la impar novela Tres tristes tigres, recibió el encargo de hacer filmable Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Esa novela había enloquecido al inglés del mezcal mexicano y acabó enloqueciendo al genio cubano, que sufrió un nervous breakdown mientras culminaba aquella adaptación imposible.

Tomó el auricular Miriam Gómez. En aquel tiempo, me dijo, Cabrera Infante había perdido el habla"

Eso debió ser en torno a 1972, cuando encontré en la guía telefónica de Londres, su nombre, G. Cabrera Infante, su dirección y su teléfono, así que asumí que marqué por primera vez un número que terminé sabiéndome de memoria. Tomó el auricular Miriam Gómez. En aquel tiempo, me dijo, Cabrera Infante había perdido el habla.

Nosotros vivíamos una ictericia que ha durado mucho tiempo, pues aquellos que eran repudiados por Cuba eran de inmediato puestos en sospecha por los progres españoles, de los que yo era parte. Pero yo había leído en 1968, a lo largo de una noche en la que no había otro ruido que el sonido de aquel magnífico libro, Tres tristes tigres. Me fascinó como ningún otro libro consiguió hacerlo en mucho tiempo. Lo leí, lo releí, lo imité, lo divulgué entre los estudiantes con los que compartía universidad, y hasta lo recitábamos de memoria en el muelle de Tenerife, junto al muelle cuyo malecón llegó a parecerme el que Guillermo Cabrera Infante señaló para la historia de la literatura.

Yo sabía de Cabrera Infante por un suceso que tenía que ver con la pasión revolucionaria de entonces. Un representante de farmacia me ayudaba a mantener latente la fe en Fidel. Me llevaba a los barcos cubanos a llevar medicamentos a los marineros que pasaban por la isla. Estuvo con él en la retransmisión de la ceremonia con la que Fidel despidió al Che Guevara, acribillado en Bolivia.

Al volver a casa el vendedor de fármacos me entregó como regalo una joya que ha formado parte de todas mis mudanzas. Era Así en la paz como en la guerra, un precioso tesoro cubano, de la Revolución naciente, que Guillermo Cabrera Infante había escrito para contar cómo se fue haciendo en La Habana la resistencia contra la dictadura de Batista.

Había sido publicado en 1964 en La Habana, por Ediciones de la Revolución y significaba entonces una luz literaria en un universo que se acercaba al panfleto en que se convirtió la obligación de ser fidelista antes que revolucionario, aquella ola que atemorizó a Virgilio Piñera o a José Lezama Lima, y que llevó a la expulsión del autor de aquel librito que ahora casi no se puede hallar ni en las librerías de viejo. Desaparecido como el propio espíritu de la Revolución que nosotros escribíamos con mayúsculas.

Cuando, ya en el exilio su autor, salió a la venta, premiado por Seix Barral, 'Tres tristes tigres' me sumergí en él como si no hubiera otra cosa que hacer en la vida"

Por eso cuando, ya en el exilio su autor, salió a la venta, premiado por Seix Barral, Tres tristes tigres me sumergí en él como si no hubiera otra cosa que hacer en la vida que convivir con aquella escritura hecha música. De vez en cuando veía a Guillermo en fotos oscurecidas de la prensa literaria española. La prensa de la dictadura franquista aludía a él como un hombre que sobrevivía a duras penas en un exilio de cuyas penurias lo rescataba el cine, que fue también su martirio, pues lo terminó expulsando de Cuba y además le produjo el nervous breakdown que por 1972 lo tenía aislado y mudo en Gloucester Road.

La pasión de un lector no conoce impedimentos, así que cuando volví a Londres, en septiembre de 1974, y toqué a la puerta de Cabrera Infante y me salió al encuentro Miriam Gómez, había preparado la visita como correspondía a una ocasión en la que un admirador va al encuentro del mito. Le había escrito a Guillermo para explicarle mi deseo, él me había escrito con su letra grande que me esperaba a las cuatro de la tarde. Y las cuatro en punto de la tarde irrumpí en la casa del escritor que admiraba.

Me abrió Miriam Gómez, a la que le di la botella de Tía María y ella me condujo hasta la habitación oscurecida que ocupaba, junto a su máquina de escribir Smith Corona, el autor de aquella joya que era Tres tristes tigres. En aquel momento me dio la mano como si ésta estuviera distraída, me senté ante él y Guillermo Cabrera Infante, afectado aun por aquel padecimiento que le sobrevino haciendo cine de Bajo el volcán, no dijo ni media palabra. Miriam salvó la conversación como una maga.

Escribió con una pasión increíble libros que combinaron el testimonio de sus sufrimientos cubanos pero también otros en los que regaló alegría"

Recuperó el habla y la energía, volvió a escribir, lo hizo en la prensa a la que yo pertenecí, se hizo amigo nuestro, de mi familia y de sus descendientes, escribió con una pasión increíble libros que combinaron el testimonio de sus sufrimientos cubanos pero también otros en los que regaló alegría y aun más ritmo, sufrió ciertos apagones editoriales, provenientes de aquel espíritu que confundió entre nosotros a Cuba con una revolución, ganó el premio Cervantes, y murió un día de febrero de 2005.

Meses después fui a ver a Miriam, que estaba rodeada de las películas coreanas que veían juntos. Al irme me confesó que jamás tocaron aquella botella de Tía María, porque Guillermo detestaba los licores. Entre las cosas que hice por él fue rescatar toda su obra para la editorial que dirigí, Alfaguara. Años después esta editorial ha tenido el buen acuerdo de devolverlo otra vez a las librerías de esta lengua, y esa es una alegría que vale más que las mil ciento cuarenta y una palabras que acaban aquí.