Opinión | CALEIDOSCOPIO

Distintas formas de leer un libro

En un pequeño Instituto de León, una profesora de Literatura y Lengua que llevaba a sus alumnos a leer mi novela 'Distintas formas de mirar el agua' a la orilla del río en el que se desarrolla creó, junto a otros profesores, una ruta literaria en la que los personajes de mi novela salen al encuentro de los lectores

Más de un tercio de españoles sigue sin leer nunca, según el Barómetro de Lectura

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Me perdonarán los lectores que hoy escriba de algo que me concierne personalmente. Si lo hago no es por eso, es porque me parece una forma ejemplar, en esta semana en la que celebramos el Día del Libro, de cómo enseñar a los adolescentes a leer sin torturarlos con tediosas lecciones. En un pequeño Instituto de León (el más pequeño de la provincia según parece), una profesora de Literatura y Lengua que llevaba a sus alumnos a leer mi novela Distintas formas de mirar el agua a la orilla del río en el que se desarrolla y la compañera de Música, con la colaboración de otros profesores, crearon una ruta literaria en la que los personajes de mi novela salen al encuentro de los lectores, tanto los profesores y alumnos del Instituto como cualquiera que quiera hacerla.

El eco de la montaña, que así se llama la ruta, pasó de esa manera de ser un proyecto pedagógico heredero del espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, esa institución tan vilipendiada durante décadas por el franquismo por haber sido la vanguardia de una nueva educación, a una ruta turístico-literaria en la que lo paisajístico y lo narrativo se funden en una sola cosa como la naturaleza y la imaginación mientras se recorre. Que es lo que les sucede cada mes de abril al centenar de alumnos y profesores de diferentes Institutos de la provincia leonesa que cada año participan en un congreso de Literatura y Naturaleza que con el nombre de Liternautas organizan aquella profesora de Literatura que llevaba a sus alumnos a leer mi novela junto al río Porma y otra antigua compañera del Instituto de Boñar, ésta de Biología, y que tiene como una de sus actividades el recorrido de la ruta El eco de la montaña posiblemente en el mejor momento del año.

Como en las tres ediciones he sido invitado a participar en el recorrido (y a hablar a alumnos y profesores frente a las ruinas de Utrero, una de las ocho aldeas que destruyó el embalse del Porma, en cuyo fondo nací y junto al que se desarrolla la acción de Distintas formas de mirar el agua), puedo dar fe del interés y el respeto de unos estudiantes que en situación normal ni me escucharían, o lo harían por obligación, por una novela que, más allá de ella, les muestra que la literatura y la vida no son cosas excluyentes e igual la naturaleza y el relato de la historia y las historias de la gente. Al final, cuando vuelven a sus clases, todos esos alumnos lo hacen ya sabiendo que leer no es algo que hay que hacer por obligación sino una puerta hacia la felicidad.

Todo lo relatado no lleva más trabajo que el normal de un profesor si se tiene vocación e ilusión por enseñar y se puede hacer sin necesitar muchos medios. Lo que he contado ha surgido de un Instituto público de un pequeño pueblo gracias a la pasión de sus profesores. Al margen de que yo sea el escritor favorecido por su entusiasmo en este caso concreto, creo que toda la literatura lo es, pues el trabajo de esos profesores es un ejemplo (uno más de los muchos que habrá en la enseñanza española seguro) de cómo se pueden hacer las cosas cuando se ama la profesión de enseñar. Hace ya más de 100 años, Francisco Giner de los Ríos, el fundador de la Institución Libre de Enseñanza y para el que el problema de España era sobre todo un problema de educación (yo añadiría que lo sigue siendo), escribió: "Transformad las antiguas aulas. Enseñad a vivir, no sólo a estudiar. Un día de campo vale por un día de clase".