ANDALUCÍA

Rota, la vida más acá de la alambrada

Bello lugar que conviene que no sea confundido, no tan solo con la alambrada, sino con la vida

Bañistas en la playa de Rota.

Bañistas en la playa de Rota. / Román Ríos

Juan Cruz

Juan Cruz

Rota. España por los cuatro costados, menos por uno que se llama Base. Fundada por Franco y por Eisenhower hace más de setenta años, ese territorio militar que alterna barcos, destructores, portaviones y fragatas con una y otra bandera, divide con una alambrada contundente a la Villa de Rota

Esta alambrada se prolonga durante más de diez kilómetros. Es una disuasión estética y ética, pues advierte del peligro de acercarse. Los roteños están tan acostumbrados como se acostumbra uno a las puertas: están ahí para que no se acerquen los que tengan malas intenciones. Dentro de la base (que es de utilización conjunta) Estados Unidos está bien presente, no solo con sus uniformes, sino con sus costumbres, igual que los españoles que están allá dentro y los que viven desde siempre. 

Son roteños, tienen sus casas bajas, o viven en edificios que no invaden el aire, sino lo suficiente. Banderas que son rojo y gualda. El 18 de agosto, que registra la crueldad más simbólica de la guerra, el asesinato de Lorca en Granada, apareció un aviso puesto por los dueños italianos de un restaurante: “18 de agosto. Este día asesinaron a Lorca”. 

Una mujer pasea por las calles de Rota. 

Una mujer pasea por las calles de Rota.  / Román Ríos

Eso pasa en Rota, igual que todos esos carteles escritos de puño y letra por vecinos veraniegos y por roteños, como Luis García Montero o Felipe Benítez Reyes, que celebran Rota como lugar de acogida y de inspiración y de vida. Un pueblo con mar, y con Poniente y con Levante. Bello lugar que conviene que no sea confundido, no tan solo con la alambrada, sino con la vida. 

Un pueblo con mar, como en la canción de Sabina o de Urquijo, que no sería el que es si Franco, acabado su idilio con Hitler, no hubiera mirado para los Estados Unidos de América y hubiera plantado aquí esa poderosa mano militar que ahora también defiende Europa de desvaríos como cuando el Putin ruso desafía en Ucrania. 

Como eso se ha dicho últimamente, que la base recibirá más apoyo norteamericano por el momento que vive el mundo, le pregunté a Manuel Pérez, coronel de la Armada, que en la base que corresponde a España lleva la comunicación con los medios, cuánto hay de cierto en esa suposición… “Sobre la ampliación de la presencia de los destructores ni la Armada, y mucho menos yo, podemos tener opinión oficial, ya que se trata de una decisión que está absolutamente fuera de nuestras competencias”.

Una alambrada en Rota.

Una alambrada en Rota. / Román Ríos

¿Y su impresión personal? En 2012 la intención norteamericana, comenta Manuel Pérez, “era desplegar más unidades” y en ese sentido se manifestaron “desde hace años” diversos cargos de la US Navy. “La decisión actual no viene originada directamente por la situación de Ucrania, que sí se ha aprovechado para plantearla entre Biden y nuestro presidente del Gobierno y, además, aunque se apruebe hoy mismo, la presencia de los destructores se produciría en plazo superior a un año, en el mejor de los casos”.

En cuanto al interés de Estados Unidos por conocer y controlar el tráfico del Estrecho ya se ha escrito mucho, de modo que sólo me podía decir esto el portavoz de la Armada española en Rota: “En su día tenía una enorme importancia conocer la salida de los submarinos rusos, con base en el Mar Negro, y hoy el tráfico de las unidades rusas de la Flota del Báltico y del Norte en sentido contrario, hacia el mar Negro”.  

Al alcalde, Javier Ruiz Arana, socialista, la noticia de que la base se amplía le ha producido “una alegría contenida”. Dice: “Se amplía la presencia militar aquí y, por tanto, hay más oportunidades de consumo, de alquileres, de negocio. Lo bueno es que se consolida la base aquí, porque otros países la querían. Pero se queda, y eso da tranquilidad, porque buena parte de la población depende de la base”.

José Javier Ruiz Arana, alcalde de Rota. 

José Javier Ruiz Arana, alcalde de Rota.  / Román Ríos

Esa es la versión A, la buena. ¿Y la mala? “Pues que reclamamos cierta atención al Gobierno, que tome en cuenta que la base está en territorio español y que ha de defender la zona desde ese punto de vista. Yo detecto un desconocimiento sobre cómo funciona la base, cuál es su sistema jurídico. Es necesaria una contraprestación de inversiones y empleos, igual que sucede en otras bases que están en Europa”.

¿Las autoridades le han contado qué va a pasar con estas nuevas incorporaciones logísticas? “He tenido más información por parte de los militares que por parte del Gobierno. El Gobierno debe tener en cuenta y la información ha de ser recíproca. Porque así nuestras empresas y nuestra gente pueden preparase mejor”. ¿Y si le hubieran llamado qué les hubiera dicho? “Que estamos encantados, que a trabajar. Cuanto más reforzada esté la base, más garantías habrá… ¿Que la mayor presencia de los americanos hace que suban los alquileres? Pues habrá que actuar para contrarrestar eso”. 

La economía de Rota depende de la base, “por eso hay que diversificar, impedir además que vengan aquí con eso de ‘América primero’ de Trump y que además de soldados vengan empresas americanas por la puerta de atrás y sean las que se beneficien y no nos dejen hacer nada a nosotros. Ahí el Gobierno debe tener cuidado”.

¿Y la gente? La vieja tentación de manifestarse contra la base ya se ha reducido a la insignificancia. Antiguos y nuevos manifestantes habituales tienen alquiladas propiedades suyas a personal de la parte americana. Joaquín Sabina, de los ilustres visitantes veraniegos, me dijo: “Aquí no podía hablar contra la base con los roteños, porque todos tenían algo que ver con ella, y tampoco se podía ir a las protestas, porque te silenciaban siempre, y además fuimos viendo que la villa se transformaba, estaba quedando muy bien y… ya dejamos de decir cualquier cosa contra la base. Nos dedicamos a disfrutar de Rota, ya lo ves”.

Se ve bien Rota, y viene mucha gente, muchos europeos, pocos ingleses, muchos alemanes. Un taxista me dijo: “Ahora tenemos 47 licencias. Si se fuera la base nos quedaríamos cinco taxistas…” Sophie de Clerck, directora del hotel Playa del Sol, parte de un grupo hotelero, dice que esto es un paraíso, al que le hace falta que acuda más gente, que haya más vuelos a Jerez, que la provincia de Cádiz “no sea la más olvidada de Andalucía, que se aproveche que, como dice mi madre, aquí confluyen dos mares”. Ella es belga de origen, roteña de pasión. “Gracias a la base estamos abiertos todo el año, pues todo el año hay americanos. Los que tienen reticencia es que no conocen Rota”.

Wayne Jamison, 52 años, escritor, periodista que ha ejercido en medios españoles, hijo de roteña y de norteamericano que ayudó a poner la base de la base, es autor de dos libros (Esvásticas en el sur I y II) sobre la presencia nazi en esta parte de España. Concienzudo conocedor de lo que es este territorio tan radicalmente fronterizo, con el mar, con América, con Rota, con España, me contó rasgos de su arraigo total en esta zona del mundo. Su padre era piloto de aviones militares, contribuyó a divisar el porvenir de la base, sobre cuya ubicación tuvo un papel decisivo, y se radicó aquí, enamorado de una española. “Gracias a eso yo podía entrar en la base y comprar cosas de las que había en las películas: gafas, deportivas Nike, música, refrescos, mantequilla de cacahuete… Llegaban aquí antes de que se consumieran en el resto de España”. 

Roteños paseando por la calle. 

Roteños paseando por la calle.  / Román Ríos

Un roteño siempre defenderá la base, pero los de fuera mantendrán reticencias. Aquí hay seis mil militares con sus familias y eso tiene sus pros y sus contras. Los comercios, los bares, el alquiler de viviendas… dependen de esta cooperación hispano-norteamericana, y eso beneficia. Hubo un tiempo en que había dos Rotas, una en la que estaban los americanos y sus pubs y sus consecuencias, y otra que era más tranquila, como España… Eso pasó a la historia”. ¿De dónde eres ahora, Wayne? “De Rota, siempre de Rota”. ¿Y habrá un día un reportaje que trate de Rota sin que el periodista pregunte por la base? “Tal vez haga más falta más oferta turística, gastronómica y cultural aquí para que se hable de la ciudad por eso y no por la base”.

Rota tiene prehistoria, cuando “sólo había marineros y campesinos”. Antes de cantar como una rociera, eso dice Rosa Sánchez, roteña mayor, sentada ante un televisor sin sonido en su casa del centro de la villa en la que nació hace 84 años. Estuvo deprimida por la muerte de una hija, una amiga la animó a formar parte del coro, y aquí está, tocando el tambor, y en este momento recordando un momento fatídico para su pueblo, la inmediata posguerra.

“En el 40 empezó el hambre. El hambre se acabó desde que aquí están los americanos. ¡Esa es la verdad! Y siempre ha sido buena esa relación, ¡aunque algunos al principio no estaban acostumbrados al vino! Pero eran buenas personas”. El padre vendía perritos calientes con un carrito, al estilo americano, “ganaba un buen sueldo”. “Los que no trabajaban en la base lo pasaban mal”. Se acostumbró a las hamburguesas y a los perritos calientes, “de lo que le sobraba a mi padre”. 

-Deja un mundo mejor a sus descendientes.

-Porque no hay hambre. Y un mundo con más calor. ¡Ay qué calor hace estos días! ¡Y también con más frío, ojú qué frío hace en estos tiempos!

Fue luego cuando se arrancó cantando. “¡Cántame, me dijiste cántame, y agarrada a tu cintura te canté ¡a la sombra de los pinos!”.

En el calor de la calle hablé luego con Manolo García, 72 años, mangas de camisa, jubilado. Se recuerda a los veintidós años vendiendo bolsas y pulseritas, “lo que le gustaba entonces a los hippies…”. Casi todo se lo comparaban los americanos. “Hasta que me fui a trabajar a un bar español, y luego a uno norteamericano, donde ganaba el doble”. El cambio de Rota fue poco a poco. “En los años 80 se fueron muchos americanos, dejaron casi vacía la base y cambió el comercio, los negocios se vinieron un poco abajo y empezamos a depender del turismo que venía en verano”. Las cosas cambiaron, volvieron los americanos y aquel episodio de Bienvenido míster Marshall fructificó de nuevo, y así hasta hoy. 

Su hija Noemí, de 44 años, que regenta un establecimiento de ropa en la calle que sigue a Charco, la más chica pero la más conocida de Rota, se siente feliz de la clientela variada, americanos, españoles, trabajadores o turistas. Para ella –para cualquiera con quien te encuentras- la vida que depende de la base es cordial y pacífica, “en todas las estaciones; no hace nada vendí una colección de bikinis para americanas de la base”.  

Noemí, comerciante de Rota.

Noemí, comerciante de Rota. / Román Ríos

El mar tiene también otros dientes, no es solo ese espacio por el que discurren barcos tremendos, sino la vía que nutre a familiares golpeados por la crisis del gusto: “La gente ya no come pescado”. Lo dicen los que esperan la subasta en el muelle y han de vender a veinticinco euros el kilo de salmonetes, que en los restaurantes de la zona alcanzan cerca de los cincuenta euros. “Este es el peor de los tiempos para la pesca”. ¿Y cuándo fue el mejor tiempo? “¡En 1817!” responde un cachondo, que añade más serio:

-Ahora nos queda pescado para unos veinte años nada más. Es que no hay. Y como el pescado es caro, las mujeres no quieren limpiarlo…, y casi no compran. O van al súper a comprar un filetito y ya está. Y los niños ya tampoco quieren comer pesado. 

Un mayorista que sirve en el territorio nacional, Alberto Monzón, dice sobre el arreglo del drama: “Hay que hacer una revisión de la temporada de reproducción de muchas especies, de los días permitidos para pescar… ¿Por qué hay que pescar corvina todo el año? ¿Por qué no respetamos los días de apareamiento? Me dijeron que pescaron en Huelva treinta toneladas de corvina en un solo día… Estamos matando generaciones de corvina”. 

Lonja de Rota.

Lonja de Rota. / Román Ríos

La base está para quedarse. ¿Y el futuro? El futuro, le decía un niño triste de Colombia a un periodista que quería saber de cómo veía aquel chico el porvenir: “¿El futuro? El futuro es lo que no hay”. Por eso no le pregunté por el futuro a una joven ucraniana de treinta años, que vive acogida en Rota, trabaja de cocinera de sol a sol en un restaurante italiano, está aquí “porque en mi país hay guerra”, tiene dos hijos –Yan, de seis años, Yeva, de diez— que ya saben español y sabrán latín, y dejó atrás “mi trabajo, mi familia”, estuvo veintisiete horas pendiente de un tren que al fin salió de Járkov, donde el día que nos vimos (el 19 de agosto) habían matado los rusos a veinte personas, entre ellos niños de la edad de los suyos… 

Ella se llama Natalia, no sabe nada ni del pasado ni del porvenir de Rota, pero es consciente de que de este pueblo donde está la base lo más importante que le espera es la paz, la vida de la calle en este pueblo con mar y alambrada que se le ha abierto en Andalucía. ¿El futuro? El futuro era lo que no había. Ahora Rota es el futuro para Yan, para Yeva y para Natalia, así que se van por la calle en la que los tres han vuelto a nacer.